lunes, 18 de agosto de 2008

LAS VUELTAS DEL CAMINO (fragmento)



La disposición de los platos,
con los cubiertos al costado,
de los boles con la ensalada,
sin aderezar, y las jarras
de vidrio turbio de tinto,
de los sifones de soda,
la cesta del pan y las gaseosas,
parecían ordenarse
alrededor de la fuente oval,
de loza blanca y flores
azules en los bordes,
donde servirían, trozadas
y con finas rodajas de limón,
las presas del pollo asado,
dando voces, en el patio
chico, en las piezas,
de llamado a la mesa.
Vamos este cuchillo
no corta ¡pero!
¿quién está en el baño?
habrá que afilarlo
vamos ¿y yo dónde
me siento? lávense
las manos servime
¡ya voy! vamos

Evitando, en lo posible,
los oscurecidos desniveles
por un hueco abierto
entre las sucesivas filas
de eucaliptos,
al volante uno,
el otro señalando
con la lintemita,
de acuerdo al estado
del terreno, la dirección
correcta, fueron entrando
la estanciera.


¿Prendió?


Bajo los palos secos
y finos, apartados
de la calculada pila
y empalmados,

para comer, espantar
los terribles mosquitos,
para las manos callosas
y frías, para la pava,
para la charla:

¿prendió?



Es un fuego.


Con la hoja mocha
del cortaplumas
serrucha la etiqueta
que sella la rosca
de la petaca de ginebra.

le hará daño
si no diga
¿quiere un trago?

y tendré que llevarlo
sí después
para sacarse ¡hombre!
el frío la noche
¿quiere? pasar
¿quiere un trago?
no ve sí ya
-a la cabeza no diga
ya se le sube ¿quiere?
¿quiere un trago?


Salimos a mirar,
de a uno, el cielo.
Para cerrar, de paso,
el molino, entrar
la estanciera.
Fumábamos,
en silencio.


Alguien se paraba
contra un paraíso
-la orina resbalaría
en la corteza, haciendo
burbujas, charcos
en el suelo.

Los mosquitos, pá,
y los tábanos:
cómo se ha puesto.

Es un fuego.

Bebe un sorbo,
tose y escupe.
Bebe otro sorbo,
y le lagrimea la vista,
se le atomata la cara.

Repasando con manos
sucias el pico
de la petaca,
convida, la voz
tomada.

Veo doble: veo,
sin que corra viento,
camisas, mojados
overoles ombú
sobre una soga,
enrollados.
Ajá. Veo, en la batea,
que pierde, se ha formado
un gran charco, agua
enjabonada en el mosaico.

Veo casillas de chapas
de zinc,
con tenderos de ropa,
mirando pasar
los trenes de carga:
los vagones azules
y el del guarda, naranja.

Veo, suspendiendo
sobre un jazmín
su aletear, al picaflor.
Lo vi.


el cielo está estrellado
estrellado salimos
todo el cielo a mirar
está estrellado
y nada es un fuego
difícil de viento


que llueva
filmábamos sí
no creo el cielo
no que no llueva
es un fuego difícil
no que no llueva


Brilla, en el suelo,
la petaca vacía.
Una por una,
en silencio de cenizas,
van callando
las lenguas de las llamas.


Hasta mañana.


Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, 1964)



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