lunes, 18 de agosto de 2008

SOLAZ EN LA MADRIGUERA -Antología


























Disparo
incrustando
estrellas
en la noche





Cada vez que se
tambalea
se apoya en su
sombra





El sapo en la puerta de su cueva,
yo en la mía.
Miramos caer la lluvia





Tal vez apagan
la luna en las plumas
de una garza





Pájaro anidado en tinieblas.
Se alza,
rapaz, hacia las estrellas.





Sobre la tierra calcinada
trazo el carácter primero.





Solía andar por las quebradas
de noche bajo los árboles
en el bosque
perdido hasta encontrarme.





Hay sesgos azules en el humo de la tarde.
En el cuenco arde el fuego:
el barro se hace piedra
para dar de beber.





En un tártago, escondido por el mburucuyá
han hecho su nido los zorzales
ellos, que solían alborotar,
distrayendo
la atención mía o la del gato
hacia otros árboles,
ahora observan en silencio
cuando me acerco desmalezando.





3 cabezas de surubí me trajeron
los hijos del pescador.
Las colgué de un gancho
en el ceibo.

Anochece.
Siento su olor.
En la oscuridad navego.
3 cabezas de surubí
y yo su cuerpo





Cáscara de soledad
Sauce de luz
Huevo de sombras

Pájaros
bañados de luz





Muchas veces estando solo,
durmiendo en la ranchada,
me despertaron.
Golpeaban las manos. Al salir
sólo había
el rumor de los sauces,
el balanceo de la canoa
en el agua.





Hubiese querido olvidar las imágenes
del cielo en las aguas del otoño,
el perfume, el color de las flores, el canto
de los pájaros en el follaje cercano.

Hubiese querido no saber
que bajo cada fronda hay una sombra
que se ofrece





Mateábamos:
las ramitas secas de los tártagos
se quebraban, con un chasquido,
a la siesta.
Él miraba, girando la cabeza, callado.
Los pájaros -digo-
En la isla se escuchan más fuerte -dice-
los zorzales son grandes
y pesados -digo-
No, son espíritus -dice-
Y cerró un bicho bolita
con el dedo gordo del pie.





Kiwi (Seudónimo de Héctor Rolando Rodriguez (Santa Fe, Argentina, 1940; id.2011.) 


 





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