viernes, 30 de septiembre de 2016

ARTE Y VIDA




¿Conoces esa lechera de un Vermeer? Ensimismada 
en el acto de verter un pequeño flujo de leche. 
Impresiona en el Mauritshuis Museum de La Haya 
ver lo blanca que es, y lo real, como ante alguien 
que lee su propia poesía o canta en un coro, crees 
estar viendo su alma, un animal concentrado en su quehacer, 
una ardilla, su pelaje resplandeciente en otoño, que se estira 
bajo una delgada rama para alcanzar la baya madura 
de un espino, prueba la rama con su peso, 
se queda quieta cuando se inclina, estira luego con cautela una pata. 
Nada hay menos ambiguo que la concentración de un animal 
y por eso celebras, admiras incluso, que la atención de ella, 
ajena a ti, sea tan vívida, y te provoca melancolía 
no obstante. Nada mejor que ser la fiel sirviente 
y como pensamiento suyo, el influjo de leche. 
En La Haya, en la cafetería de empleados, me pregunto 
quién será el restaurador. La chica rubia 
en el reservado, chaqueta japonesa de marca, que picotea 
el requesón -¿Requesón y pastel? El azúcar 
del pastel ya había sufrido su transformación en el horno 
mucho antes de que se despertara. Parece una persona 
que calcula precios y decide conformarse con eso. 
Es algo que se percibe cuando su blanca boca ensimismada 
acepta los bocados de pastel con el azúcar reposada. 
O el hombre mayor, pelo castaño encanecido, chaqueta de lana marrón, 
zapatos marrones de ante como el instante en que alboroto y puesta de sol 
se unen y desvanecen. Una boca conformada a base de ironías privadas, 
como si hubiera asistido callado a demasiados encuentros con personas 
que le parecían más poderosas pero mucho menos inteligentes que él. 
¿O ese tipo delgado como un silbido, el pelo negro peinado hacia atrás 
con la forma en zigzag de un rayo en la nuca? 
No sé si existe realmente un arquetipo. Me hubiera gustado 
hacerle una entrevista. ¿Qué haces en la vida? 
Sólo soy un acólito. Mondo el tiempo, con mucho cuidado, 
de las delgadas capas de pintura en lienzos de hace trescientos años. 
Restituyo la leche que fluye bajo la pintura oscurecida 
del cántaro que sujeta la mujer representada, joven, su mejilla 
rosa y ligeramente de amarillo, fortuna de la luz 
que casi la toca a través de la ventana que la refracta. 
Soy el sirviente de un ademán tan perfecto, de un cuerpo 
tan en armonía, que se convierte en un pensamiento, tan ensimismado, 
y, aunque apacigua el deseo, lo provoca infinitamente. 
Pero ni la conoces ni la vas a poseer, ni tú 
ni nadie. El hombre de negro debe de ser un ayudante del conservador. 
Mira como si pensara que él es la obra de arte. Por todas partes 
en La Haya ese olor de tierra baja a sal marina. 
No sabemos nada de la madre de Vermeer. 
Obviamente suplanta ahí su pezón, toma 
toda la tradición de la Virgen y la transforma en luz y leche 
con ese hábito tan meticuloso de imaginar las geometrías 
de la composición que opera en él. Y en ella: robusto cuerpo alemán, 
luz tenue, habitación muy sencilla. 
El exquisito tapiz rojo que su piel, quizá teñida 
un poco por la aspereza de una toalla, adquiere. 
Y esa estacada que mueve la nostalgia 
hacia lo sombrío y el aturdimiento, se agradece después. 
Uno de vosotros toca la vena del cuello del otro, 
siente el pulso de la impresión, la corriente de un río 
o el flujo de leche. Quién desea el paraíso oriental de la Amida 
cuando existe todo este mundo para probar con la lengua, 
tocar con los dedos, vello como hilos de seda 
que se alisa en los brazos del otro, en las piernas, bajo la espalda. 
Entonces hablas. Siempre esa otra impresión 
de la vida concreta, la vida vivida, una madre en un asilo, 
pudiera ser, una persona difícil, dolida o vengativa. 
El chismorreo de los otros sirvientes. Un hermano que trabaja 
en una posada y tiene grandes planes. 
Escuchas. Aprendiste hace tiempo la regla 
de no pensar lo que vas a decir a continuación 
cuando está hablando la otra persona. Una parte de ti 
la sorbe como leche. Algo en ti empieza a notar 
que somete a prueba la decepción consigo misma en el acopio 
de una complejidad indolentemente formulada. La observas 
menear la cabeza para corregirse; percibes 
que tiene una mente que quiere hacer las cosas bien. 
El temblor de su cuerpo arrulla una noción 
a lo largo de tu costado y te estiras para sentir de nuevo 
la humedad que nos corresponde en lugar de la luminosidad 
de la pintura. Más tarde, en una de esas rutas la mente 
retorna de nuevo sobre sus pies, habla de 
Hans, el mayordomo, cómo fuerza a la chicas 
y luego reza con fervor los domingos a cada hora. 
Es domingo. Se está vistiendo. Habéis acordado 
pedir un taxis para que la lleve con su madre 
a Gronigen. Está contenta, se pone un poco mimosa, 
hace su pequeño primer gesto de posesión 
al cepillar tu chaqueta. Afuera se oye 
el ruido de los cascos de los caballos sobre los adoquines. 
Es el momento en que las obligaciones para con la vida de otra persona 
parecen insoportables. Siempre queremos volver a nacer 
pero en realidad hacerlo, ¿te das cuenta? 
Parece redundante. Ésta es la vida que te eligió 
y que tú elegiste. Aquí tienes el cepillo, la crin, 
el pelo del tejón, la barba del macho cabrío, la arena. 
Y el olor de la pintura. El volátil, acre aceite 
de linaza, semilla de colza. Aquí está el hedor de la esencia 
de pino en un bote de trementina. Aquí está la mano, 
la mancha de la muñeca, el escarceo del tendón en el golpe de pincel. Aquí 
la nube, el agua del lago alzándose una mañana de verano, 
polvo y polvo y polvo de tiza, la humedad de la pintura 
que se adhiere al entramado de lino del lienzo, aquí 
está la fidelidad de capas sobre capas sobre capas de pintura. 
Hay algo que permanece de un modo inaprensible, 
sigue vivo porque no lo podemos poseer. 




Robert Hass (San Francisco, E.E.U.U., 1941)

(Traducción: Jaime Priede)





IMAGEN: La lechera; pintura de Vermeer.




2 comentarios:

Anónimo dijo...



Quiero compartir esta hermosura en mi muro de facebook pero, no sé cómo hacerlo.

Gracias, Marcelo Leites.

Susana Tosso.

Marcelo dijo...

Hola Su. Hacé click sobre el nombre del poema (así queda abierto sólo ese poema de la biblio) y después copiá y pegá en tu muro el link que aparece arriba y listo. Gracias por pasar por acá...también, Susana Tosso. Un abrazo.