jueves, 30 de agosto de 2012

Los poetas postclásicos





























A pesar de su entrenamiento, de sus brillos
según mi alma jóvenes se pierden
y en general a la altura
de la sexta década,

la lengua fría, contraídos
ya no siembran destellos
sobre destellos en la página,
la mano en la rodilla de la diosa.



MUJERES-NIÑAS EN SAN BENITO DE PALERMO

Bajo el malestar de ángeles custodios,
en la espesura de tipas y gomeros
las vi, ancas y muslos
cumpliendo delicadas tareas
y elocuencia y despliegue carnales
ocupando el día,  
la repentina nitidez de la mañana.



(De: Addenda,
2008)

Rodolfo Godino




Rodolfo Godino. Poeta y académico argentino, nacido en la ciudad de San Francisco- Córdoba, en 1936 y fallecido, en 2015. Su obra abarca las siguientes publicaciones: “El visitante", "Una posibilidad, un reino", "La mirada presente", "Homenajes", "Gran cerco de sombras", "Curso", "A la memoria imparcial", "Centón", "Elegías breves", “Viajes Favorables” y “Diario”. En el año 2008, ganó el premio Consagración Letras de Córdoba, una de las numerosas distinciones que ha recibido a lo largo de su carrera.








martes, 28 de agosto de 2012

TE DEUM



No canto
por las victorias
pues no tengo,
sino por el sol cotidiano,
por la brisa,
por la generosidad de la primavera.

No por la victoria
sino por el trabajo ya hecho del día,
tan bien hecho como pude.
No por un lugar en el estrado
sino en la mesa cotidiana.


Charles Reznikoff 

(Traducción de José Luis Justes Amador)



Te Deum

Not because of victories
I sing
having none,
but for the common sunshine,
the breeze,
the largess of the spring.

Not for victory
but for the day's work done
as well as I was able;
not for a seat upon the dais
but at the common table.



Una de las obras poéticas más fascinantes y contenidas del siglo XX fue llevada a cabo por un hombre casi invisible, metódico, pequeño, un abogado hijo de inmigrantes ruso-judíos, que nunca se alejó de la ciudad de Nueva York. Nacido y criado en Brooklyn en un hogar donde el yiddish era la lengua oficial, Charles Reznikoff  (E.E.U.U., Brooklyn, 1894-Nueva York, 1976) pasó la mayor parte de su vida profesional dedicado a ocupaciones menores para dejarle tiempo a su tarea literaria, que él consideraba central. Por lo demás, como lo expresa su biógrafo Milton Hindus, “su gran ventaja frente a otros escritores siempre fue su singular falta de vanidad”. (Pedro Donoso) Estáconsiderado como el primer poeta objetivista. Su obra fue reconocida tardíamente y publicada en By the Well of Living and Seeing: New and Selected Poems, 1918-1973.- Otros trabajos importantes suyos son la novela "Por las aguas de Manhattan" y su obra Testimonio.




domingo, 26 de agosto de 2012

PLUMAJES


El poeta es el hombre que se niega
a utilizar el lenguaje.
Jean Paul Sartre
La vida no debería ser más
que esta cosa que respira y sangra
Los dedos bien abiertos
ante las notas de un teclado inexplorado
No es porque te negás a regresar del cementerio 
que se me ocurre este dislate
ni porque tu fantasma de algodón de azúcar
acusa los colores del desván
La tarde como un daguerrotipo victoriano
pesando en mi cabeza
La vida tampoco debería ser más que esto
Sin embargo un poeta desangelado
se asemeja mucho a un hombre
Hay un otoño de alas mustias
Parece que pelaran pollos en el cielo
Y esta cosa que respira y sangra
aunque bien mal en escribir insiste.

                                                A Ian Waltson


CLASE TURISTA


Porque no estamos hechos
de carne ni de sangre como pretendemos
aunque alguno que otro traje parezca desmentirlo
Porque la humedad bisiesta de este pueblo
arropa formas innombrables y mezquinas
Y nuestras lenguas de trapo
achican dos talles en invierno 
Y porque el sur también existe
                               en un afiche al menos
Porque soplamos semillas de amargón cada verano
para que alguien se eleve liviano en sus muñones
así enmohezcan los planos inclinados
Porque rezamos desnudos en las playas
y nadamos vestidos en nuestras sofocadas camas
y vacacionamos de oído
y hacemos de la fiesta una fanfarria
y porque sí
y porque el mar y la montaña
y estas ganas de ser otro
bajo una luna parecida.

                                      A Robert F. Young

(de Las Puertas de Tannhäuser,
Ed. el Mono armado, 2012)



Eduardo Espósito (Argentina, Buenos Aires, 1956)












viernes, 24 de agosto de 2012

TRES INTERVENCIONES




1. Declaración 

            Me resulta difícil aportar puntos de vista abstractos sobre la poesía y su condición actual, dado que creo que teorizar sobre el tema no me ayuda como escritor. Sería acertado decir, incluso, que me esmero por no saber qué es la poesía o cómo leer una página o cuál es la función del mito. Es intelectualmente lamentable decidir qué es la buena poesía porque entonces estaríamos moralmente obligados a tratar de escribirla, en lugar de los poemas que apenas logramos escribir.
         Escribo poemas para preservar cosas que he visto / pensado / sentido (si puede hablarse así de una experiencia múltiple y compleja) tanto para mí mismo como para los otros, aunque creo que mi principal responsabilidad es hacia la experiencia en sí, la cual intento rescatar del olvido, por su propio bien. No tengo idea de por qué tengo que hacerlo, pero pienso que el impulso de preservar se encuentra en el fondo de todo arte. Por eso mis poemas están relacionados en general con mi vida personal, aunque no siempre, ya que puedo imaginar caballos que nunca he visto o las emociones de una novia sin haber sido nunca una mujer y sin estar casado.
           Como principio rector, creo que cada poema debe crear su propio universo, nuevo y único, por eso no creo en la “tradición”, en un fondo común de mitos ni en las alusiones espontáneas en los poemas a otros poemas o poetas, las cuales me parecen desagradables como la charla entre peones literarios demostrando conocer a las personas indicadas. La única guía del poeta es su propio juicio: si este es defectuoso su poesía será defectuosa, pero aun así resulta mejor juez que escuchar a cualquiera. De la escena contemporánea solo puedo decir que no se escriben muchos poemas siguiendo mis ideas, pero si así fuera no tendría tanto incentivo para escribir.
[1955]


2. El principio del placer

         A veces es útil recordarnos el aspecto sencillo de cosas que normalmente se consideran complicadas.  Tomemos, por ejemplo, la escritura de un poema. Esta consta de tres etapas: en la primera un hombre se obsesiona con un concepto emotivo hasta el punto de obligarse a hacer algo con él. Lo que ese hombre hace es la segunda etapa, a saber: construir un dispositivo verbal que reproduzca ese concepto emotivo para cualquiera que le interese leerlo, en cualquier lugar y en cualquier momento. La tercera etapa es la situación recurrente de las personas que en diferente tiempo y lugar activan este dispositivo y recrean en sí mismos lo que el poeta sintió al escribirlo. Estas etapas son interdependientes y todas son necesarias. Si no ha habido un sentimiento preliminar, el dispositivo no tendrá nada que reproducir y el lector no experimentará nada. Si la segunda etapa no se ha cumplido correctamente, el dispositivo no dispensará sus bienes, o dispensará unos pocos a pocas personas, o dejará de dispensarlos después de un tiempo absurdamente breve. Y si no hay una tercera etapa, ni una lectura exitosa, será muy difícil afirmar que ese poema existe en sentido práctico.
           Lo que muestra la descripción de esta básica estructura tripartita es que la poesía es emocional en su naturaleza y teatral en su funcionamiento, una hábil recreación de emoción en otras personas. Inversamente, un poema malo es el que nunca logra hacer esto. Todas las formas de derogación crítica no son más que modos diferentes de decir esto, cualquiera sea la terminología literaria, filosófica o moral que empleen, y no sería necesario señalar algo tan obvio si la poesía actual no insinuara que lo ha olvidado. Pareciera que estamos produciendo un nuevo tipo de poesía mala, no el viejo tipo que intenta conmover al lector y fracasa, sino una que ni siquiera lo intenta. Una y otra vez éste se topa con obras imposibles de comprender sin una referencia que exceda sus propios límites, o cuya satisfecha insipidez evidencia que sus autores sólo están recordándose a sí mismos lo que ya saben, más que recrearlo para un tercero. De hecho, el lector ya no parece estar presente en la mente del poeta como solía estarlo, como alguien que debe comprender y disfrutar el producto terminado para que éste sea un éxito. La presuposición actual es que nadie lo leerá y si lo hace, no podrá ni comprenderlo ni disfrutarlo. ¿Por qué debería ser así?  No basta con decir que la poesía perdió su público, y que por lo tanto ya no necesita tenerlo en cuenta: mucha gente todavía lee poesía e incluso compra poesía. La poesía perdió, más exactamente, su antiguo público y ganó uno nuevo. Esto se dio como consecuencia de una fusión ingeniosa entre el poeta, el crítico literario y el crítico académico (tres clases hoy claramente indistinguibles): es casi una exageración decir que el poeta conquistó la posición afortunada en la que puede elogiar su propia poesía en la prensa y explicarla en el aula, y que el lector fue forzado a rendirse ante ese poder del consumidor que dice: “Esto no me gusta, tráiganme algo distinto”. Déjenlo apenas susurrar una palabra acerca de que no le gusta un poema y estará en el banquillo de los acusados antes de poder pronunciar Edwin Arlington Robinson. Y la acusación será grave: floja sensibilidad, herramientas críticas insuficientes e inadecuadas, incapacidad de descubrir nuevas situaciones verbales y emocionales. Veredicto: culpable, más algunas cláusulas sobre la educación mental del acusado, adicción a los entretenimientos de masas y respuestas endebles. Es hora de que algunos de ustedes se den cuenta, playboys –dice el juez– de que la lectura de un poema es un trabajo difícil. Catorce días de cárcel. Próximo caso.
           Por lo tanto, los clientes al contado de la poesía, esos que solían poner su dinero en la esperanza segura y certera del disfrute, como en el teatro o en la sala de conciertos, se fueron rápidamente a otra parte. La poesía dejó de ser un placer. Ellos fueron reemplazados por un pelotón más humilde cuyo objetivo no es el placer sino la superación personal, que aceptó sin crítica alguna la afirmación de que no pueden entender la poesía sin una inversión previa en el equipamiento intelectual que, por pura casualidad, posee su profesor. Resumiendo: el público moderno de poesía, cuando no está lavando su ropa, es lisa y llanamente un público estudiante. A simple vista esto no parecería algo malo. El poeta tiene, por fin, una supremacía moral y su nueva clientela no sólo paga por la poesía sino que también paga para que se la expliquen.  Además, si el poeta se tiene sólo a sí mismo para complacerse ya no se ve perjudicado por las limitaciones de su público. Y hoy nadie cree, de ningún modo, que un artista que valga la pena pueda confiar en algo más que su propio juicio: el gusto del público viene siempre veinticinco años detrás y sólo percibe un estilo cuando este es explotado de segunda mano. Esta es la pura verdad. Pero en el fondo la poesía, como cualquier arte, está unida de forma inextricable al hecho de dar placer. Si el poeta pierde la parte de su público que busca el placer habrá perdido al único público que valía la pena tener y al que la muchedumbre obediente que firma cada septiembre no puede sustituir. Y el efecto se sentirá a lo largo de su obra. Olvidará que aun cuando cree que lo que tiene para decir es interesante, para otros podría no serlo. Se concentrará en el valor moral o en la complejidad semántica. Y lo peor de todo, sus poemas ya no surgirán de la tensión entre sus sentimientos no verbales y lo que puede rescatar en palabras de todos los días para aquel que no ha tenido su experiencia o su educación o su beca al extranjero; y una vez que se suelte el otro extremo de la cuerda lo que se producirá no es algo demasiado oscuro o insignificante –aunque podrían ser ambas cosas– sino más bien una inacabada y desdramatizada holgura, porque él habrá perdido el hábito de probar lo que escribe apelando a este criterio particular. Por lo tanto, nada de placer. Por lo tanto, nada de poesía.
          ¿Qué se puede hacer con respecto a esto? ¿Quién quiere que se haga algo? Por cierto no el poeta, que está en la inusual posición  de vender tanto su obra como el criterio a través del cual se la juzga. Por cierto no el nuevo lector, a quien, como la pareja de un matrimonio no consumado, no se le ocurre algo mejor. Por cierto no el viejo lector, quien simplemente ha reemplazado un placer con otro. Sólo el romántico ocioso que rememora los días en los que la poesía era condenada por pecaminosa podría desear que las cosas fueran diferentes. Pero si el objetivo es salvarnos de nuestras obligaciones y recuperar nuestros placeres, lo único que puedo pensar es que deberá producirse una repulsión a gran escala contra las nociones actuales, comenzando por los lectores de poesía, quienes deben preguntarse a sí mismos con más frecuencia si efectivamente disfrutan de lo que leen, y si no es así, qué objetivo tiene seguir haciéndolo. Y digo “disfrutar” en el más común de los sentidos, en el sentido en que dejamos o no la radio encendida. A los interesados podría gustarles el ensayo de David Daiches: “The New Criticism: Some Qualifications” (en Literary Essays, 1956); mientras tanto, quizás la siguiente cita de Samuel Butler puede hacer renacer el ansia por la libertad: “Me gustaría que me gustara más la música de Schumann. Me atrevo a decir que si lo intento podría hacer que me gustara más. Pero no me gusta tratar de hacer que me gusten las cosas; me gustan las cosas que hacen que me gusten de una vez, sin tener que intentar nada” (Notebooks, 1919).
[1957]

3. Escribir poemas

               Sería apropiado, tal vez, devolver el alentador cumplido que los seguidores [3] le hicieron a The Whitsun Weddings (Casamientos en pentecostés) con una anotación detallada de su contenido. Sin embargo, y desafortunadamente, hay poco que agregar a lo que ya dije: que esos poemas fueron escritos en o cerca de Hull, Yorkshire, con una serie de lápices Royal Sovereign 2B, entre los años 1955 y 1963. Creo que el efecto que traté de lograr en cada caso está bastante claro. Si fallé en ciertas ocasiones ninguna anotación marginal podrá ayudarme ahora. En adelante, esos poemas pertenecen a sus lectores, quienes a su debido momento dictarán sentencia olvidándolos o recordándolos.
              Si hay algo que decir, debería ser sobre los poemas que uno escribe, los cuales no necesariamente son los poemas que uno quiere escribir. Hace algunos años llegué a la conclusión de que escribir un poema era construir un dispositivo verbal capaz de preservar una experiencia de forma indefinida a través de su reproducción en cualquiera que leyera ese poema. Como definición de trabajo me pareció lo suficientemente satisfactoria como para permitirme escribir mis propios poemas. No obstante, en la medida en que sugería que todo lo que uno debía hacer era elegir una experiencia y preservarla, era bastante simplista. Hoy en día nadie cree en temas “poéticos”, no más de lo que se  cree en una dicción poética. Sin embargo, cuanto más lejos avanza uno, más se convence de que algunos temas son más poéticos que otros, al menos porque se escriben poemas sobre estos mientras que sobre otros temas no. Al principio uno escribe poemas sobre cualquier cosa. Más tarde, aprende a distinguir algo más, aunque todavía cometa muchísimos errores que lo hacen perder tiempo. Lo cierto es que mi definición de trabajo define bastante poco: no da cuenta de ese elemento necesario de distinción y no explica la precisa naturaleza de ese encurtido verbal.
             Esto significa que la mayor parte del tiempo uno se dedica  a hacer, o a tratar de hacer, algo cuyo valor es dudoso y cuyo modus operandi es impreciso. ¿Puede uno sentirse dichoso del todo con esto? Ya desaparecieron los días en los que uno se definía como el sacerdote de un misterio: hoy, misterio significa ignorancia o paparruchada, ninguna de las dos cualidades están de moda. Sin embargo, escribir un poema no es, después de todo, un acto de voluntad. Lo que hace bueno a un poema no es un acto de voluntad. Por consiguiente, los poemas que efectivamente se escriben pueden parecer triviales o menospreciables comparados con aquellos que  no. Pero los poemas que se escriben, aun si no son del agrado de la voluntad, sí le agradan, evidentemente, a ese algo misterioso al que deben agradar.
      Esto no quiere decir que uno se la pasa escribiendo poemas que su voluntad desaprueba. Lo que significa, al contrario, es que entre los componentes que intervienen en la escritura de un poema debe haber una veta de extraña gratificación personal –casi imposible de describir si no es en estos términos–,  la presencia de aquello que tiende a anular cualquier tipo de satisfacción que la voluntad podría sentir frente al trabajo terminado. Sin este elemento de interés propio, el tema, aunque sea digno, puede irse a la deriva y ser olvidado. La cuestión está llena de ambigüedades.  Escribir un poema es un placer: a veces lo pongo a competir, deliberadamente, en el mercado –por decirlo de algún modo– con otras actividades de ocio, sobre la base ostensible de que si escribir un poema no es más entretenido que escuchar música o salir por ahí, no será entretenido leerlo. ¿Pero no está ocultando esto, quizás, una objeción subconsciente a la escritura? Después de todo, ¿cuántos de nuestros placeres resisten nuestra reflexión sobre ellos? ¿O se trata sólo de una pereza oculta?
        Que uno se preocupe sobre esta cuestión depende, en realidad, de si uno está más interesado en escribir poemas o en descubrir cómo se escriben. Si es lo primero, entonces tales consideraciones se vuelven otra dificultad técnica –como el ruido que hacen los vecinos o el propio temperamento– paralela a las dudas de un clérigo: uno debe continuar a pesar de ellas.  Al formularlas, creo que uno está buscando alguna justificación en el producto terminado para los sacrificios que hizo en su nombre. Puesto que es la voluntad la que busca, es poco probable que encuentre alguna satisfacción. El único consuelo en todo este asunto, como en casi cualquier otro, es que con toda probabilidad no había ninguna opción.
[1964]


Philip Larkin (Inglaterra, Coventry, 1922-1985)

(Traducción de Santiago Venturini)

(Material extraído de la revista Hablar de poesía,
Nº25, Julio, 2012)







miércoles, 22 de agosto de 2012

INSOMNIO




Un hombre solo camina por los bordes de su propia noche.
Va y viene con una vieja pregunta por los andurriales de su
condición.
El amanecer está todavía lejos pero la sangre y los pasos resuenan
en su cabeza despierta, en su cuerpo acabado. Resuenan en la calle
vacía de un callejón sin salida.
Sus hijos y su mujer duermen. Mañana será otro día igual y no
dirán nada,
¿Conoce o no, este hombre, el punto donde todos los caminos
se separan? ¿Conoce o no los fantasmas de la desesperación,
el momento en que toda su vida, como única respuesta, sueña con
ser una gran piedra arrojada contra la noche absurda?


IMAGEN DEL CARACOL

I
"Estar un poco con uno mismo" dijiste.
Sí, alejados del estruendo y las
inútiles utilidades
de cada dia.
Sustraidos, por un momento
secreto y luminoso
a ese orden que siempre toma mas de lo que da.
 

II
"Estar un poco con uno mismo" —dijiste.
Sí, lo sé, sustraídos a ese orden

que siempre toma más de lo que da
alejados por el estaño del estruendo
y las utilidades del día
a los momentos secretos luminosos.
A veces es necesario
un movimiento de repliegue
para ocupar
un lugar que siempre está vacío y descuidado.



LO NECESARIO, LAS PERLAS

Como esas gotas de rocío
descubiertas, suspendidas
en las pequenas y rubias y escondidas telarañas del jardin
asi fue mi amor por ti.
Despues vino el padre sol 
iluminó, evaporó, limpió, 
no dejó mas que lo necesario. 
Asi es ahora mi amor entre las flores.





Juan Manuel Inchauspe (Santa Fe, 1940-1991)





lunes, 20 de agosto de 2012

LA DISIPACIÓN





Cuando era joven
     Oropélida
no pensaba en nada.

Con una lamparita
   la madre
   le iluminaba
  tanto el cerebro
      que le era
     imposible
         ver

sus propias ideas.

     El padre
   no le dirigía
    la palabra.




    Oropélida
sos una piedra
   que se aleja
   cuesta abajo
     negra.

Tus gestos se endurecen
   tu rostro se contrae
  tanto como una palta

y parece que vas 
 con cierta prisa
 hacia una dirección
 desconocida

flameando de tu cuello
      tules
en todas las gamas
    del verde.




Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.

Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.


Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.


Que las cabezas de los vecinos
             caigan.

Que los vecinos no tengan cabeza.
Que las cabezas de los vecinos se
          sienten a la mesa.

Que todas las cabezas se amen 
          y hablen de mí.

Que sólo coman dulce de naranjas
               amargo                            
               y un ají 
               picante.




Cada noche iluminada
    Lunar Azul cose
        su tela
    perfecta, blanca
       resaltan
       sus ocho

       patas

      tiemblan
   y se desprende
     una lágrima

     de la luna



La  luz horada un hoyo azul en el médano.
Pupé y yo estamos iluminados y flotamos.
Él me habla, hace círculos en la arena.
El mundo se da vueltas
y el cielo está

en la tierra.
      

   
Selva Dipasquale (Argentina, Buenos Aires, 1968)






sábado, 18 de agosto de 2012

Envío




















Lo que un día nos gustó deja pronto de atraernos.
Lo que solía deleitarnos se asienta como fina ceniza en nuestra lengua
Lo que abrazamos una vez, nos abraza.

Las cosas, es cierto, tienen un destino:
Conexiones y descargas misteriosas como el lenguaje de las nubes.
En esto se ha convertido mi vida,

Mitad indescifrable, mitad nueva geografía,
Paisajes detenidos en penumbra, memoria barrida,
La voz sobrepuesta no es la mía.

Mientras tanto, el topo avanza en sus ensueños subterráneos,
Los perros echados oir ahí como tapetes,
Los pájaros espulgan su plumaje, los insectos abandonan su caparazón.




Charles Wright (E.E.U.U., Tennessee, 1935)

(Versión de Jeannette L. Clariond)





jueves, 16 de agosto de 2012

Si estuvieras...




Si estuvieras a mi lado, cuidándome 
con la misma equidad con que el agua moja la arena
sin inundarla, manteniéndola fresca; te diría 
con mis manos entre tus manos -como un ovillo de hilo
que ya no puede enredarse a sí mismo
sin la cinta que lo mantiene en lazado-
que la lentitud con la que me conducís por los días
es lo único que sabría ofrecerte
además de mi amor: una paciencia apenas
con que se acerca la muerte.Esto podemos darnos,
un campo de flores que recibe el viento y de repente
el pétalo, el fruto que se desprenden y se van 
buscando el verdadero lugar donde marchitarse o crecer.


(De: Una tierra
Curandera, 2011)



Victoria Schcolnik (Buenos Aires, Argentina, 1984)







martes, 14 de agosto de 2012

Ficción




















Pienso en las vidas inocentes de los personajes
de las novelas que saben que morirán.
pero no que termina la novela. Qué  diferentes son
de nosotros. Acá, la luna mira, muda,
a través de las nubes dispersas la ciudad dormida,
y las  hojas caídas se arremolinan con el viento,
y alguien -que soy yo-, apoltronado en una silla, hojea
las páginas que faltan, sabiendo que no tienen mucho tiempo
el hombre y la mujer en el cuarto alquilado,
la luz roja encendida encima de la puerta, el lirio que proyecta
su sombra sobre la pared; no tienen mucho tiempo
los soldados debajo de los árboles a la vera del río,
los heridos que son transportados a alguna
ciudad del interior donde se quedarán;
la guerra que duró ya tantos años va a llegar a su fin,
igual que todo lo demás, excepto una presencia
que cuesta definir, un rastro, como el olor del césped
tras la lluvia nocturna, o el resto de una voz que nos avisa,
sin tener que explicarlo abiertamente, que no desesperemos,
y que si llega el fin, pasará eso también.






Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, Canadá 1934 - Nueva York, E.E.U.U., 2014)

(Traducción de Ezequiel Zaidenwerg)

I think of the innocent lives
Of people in novels who know they'll die
But not that the novel will end.  How different they are
From us. Here, the moon stares dumbly down,
Through scattered clouds, onto the sleeping town,
And the wind rounds up the fallen leaves,
And somebody -namely me- deep in his chair,
Riffles the pages left, knowing there's not
Much time for the man and woman in the rented room,
For the red light over the door, for the iris
tgossin its shadows against  the wall; not much time
For the soldier under the trees that line
The river, for the wounded being hauled away
To the cities of the interior where they will stay;
The war that raged  for  years will come to a close,
And so will everything else, except for a presence
Hard to define, a trace, like the scent of grass
After a night of rain or the remains of a voice
The lets us know without spelling it out
Not  to despair; if th e end is come, it too will pass.






domingo, 12 de agosto de 2012

RÉQUIEM PARA LEPIDÓPTEROS




CUMPLEAÑOS

Era sencillo legar al bosque
nos separaba de él una calle
la mesa estaba lista, el banquete
nos aguardaba, la canasta de mimbre se colmaba de
regalos
Mi vestido blanco con una margarita y un tallo agrieta
la herida del jardín,
trompos, el microscopio, el juego de té, los rastis, la
sombrilla
inventario en silencio,
Corteses los invitados sonríen y celebran
la célula que fuimos se transforma
con el lazo sola voy abriéndome a la noche
y ésta roza el borde mi vestido
el flash simula un relámpago
sonreímos, mi mano cercena el grito de las flores
los vasos de plástico apilados
una pirámide azteca
las velitas encendidas luciérnagas
titilan bajo el suave soplo del viento
de enero de 1969.



ISADORAS

Se presentaron una tarde dos nenas sin zapatos
golpecitos tímidos de los nudillos en la puerta
hacía frío, el típico frío de julio 
nos arrinconamos cerca del horno
las tazas de leche, el nesquik, las vainillas, lo que había
lo servimos bajo esas miradas austeras, agradecidas
la libertad corría pies descalzos casa quemada
en aquellas barrancas traicioneras para otros
volcamos en la bolsa de ellas nuestra orfandad
vos me explicabas lo que era la indigencia
yo anhelaba partir danzando, en puntas de pie
para que mi infancia se te grabara en el rostro que
arrebatabas
bajé con ellas las escaleras la noche instalada
nos despedimos con abrazos, promesas
iría del otro lado para verlas un día
como ellas correría por el bosque con el corazón
saltando sin pertenencia alguna sólo el movimiento

algo había roto la armonía de nuestro mundo
tuviste la certera intuición de no hacer preguntas
te aplicabas frente a tu máquina de escribir,
eran muchas horas al día,
la silueta de las Isadoras ardía en una fogata
la calle se preparaba para el desfile militar
amanecería con la parada bajo nuestra ventana

las niñas envueltas en banderas se pierden en el cielo.



NOCHE DE REYES

Había quedado suspendido el soplo
el viento apagó las velitas
bajo el pudor un tenue reflejo dio
a brillar las guillerminas y su hebilla de plata
una noche que fugaz escapaba por las ramas de los árboles
-jóvenes muy jóvenes mis padres-
tenés sangre azul propagaba el primo
aplastando los dedos en un merengue
mientras llenaba de dulce la estampa
de un dragón que ornaba el plato
-una princesa no llora en los cuentos-
besos de crema y buena voluntad
flashes continuos alumbran al cielo
tal un cometa feliz que quisiera
disipar la tristeza con fulgor prestado.



(De: Réquiem para
lepidópteros,
Huesos de Jibia, 2008)
Vivian Lofiego


(Atención de Alejandra Delgado)

Vivian Lofiego (Buenos Aires, 1964). Estudió Arte Dramático con Alejandra Boero, y ha trabajado como actriz  en el Teatro del Odeón de Europa", bajo la dirección de Lluís Pasqual. En la Universidad de la Sorbona obtuvo un D.E.A. en literatura hispana bajo la dirección de Claude Fell y Saúl Yurkiévich. Es autora de libros de poesía, libros de artista, ensayo, teatro y cuento.
Publicó en poesía: Obsidianas de la noche (1997); El árbol de Ariel (1999); Flor de letal (1999) y Naturaleza inmóvil (2003). Tradujo a Silvia Baron Supervielle, Bernard Nöel y André Velter. La editorial L'Atelier de brissants publicó en el 2005  su libro Pierre d'infini con prefacio de Bernard Nöel. También, ganó el concurso Julio Cortázar de cuento en España. Actualmente, radica en París.







viernes, 10 de agosto de 2012

VIAJES



 Viaje 1



Salimos a la mañana, es decir, amanecimos. Ya no volveríamos atrás. Y yo estaría muerto. Oye, pero nadie muere por sólo quererlo. Oye, pero si aún estas vivo y podes contar. Anda. Cuenta. Luego de cargar las cosas bajo la cruda luz nos hicimos al camino. Llevamos los niños para recuperar una antigua idea de responsabilidad integrada y les dimos amor porque el corazón no piensa. El verano lustraba las piedras. Nunca vi árboles como ellos, los árboles altos, ágiles de ramas y de viento. Ni vi naranjas que desafiaran tanto al horizonte. Ni vi plantaciones de la alegría. Ni vi camino de regreso.





Viaje 2



Entramos en la noche. No dócilmente como decía el poeta. Entramos en su pura humedad de estrella. Había una imploración de sapos y de luces lejanas. Luces de la ciudad aturdida. Caminamos por el espigón sobre el brillo de las olas que evocaban el mar. Era agua marrón. De río marrón nuestro. Vos también lo tenías dentro y en mi era creciente. Y todos los murmullos de la tarde ahora eran sueño. Cuánto duró aquella eternidad eterna. Qué hizo el tiempo con todo ese paisaje. Yo junté piedras. Vos las tiraste.






Viaje 3



Esa noche. Casi como la canción. No me hubieras dejado. Esa noche caminé por el borde de una arboleda colmada de frutos. Con la luz de la tarde se veían más naranja que la explosión del horizonte. Se veían más redondos que el mundo y que la cabeza que piensa al mundo. Y su sabor era más dulce que cualquier arrepentimiento. Los kilómetros fueron breve constancia del pueblo. El pueblo era una onírica certeza. Compramos la carne y vimos el fuego crepitar. Asamos todas los deseos. No lo que hubiéramos querido porque querer como bien sabemos habilita a pensar. Ponemos estas hojas también para oír la música quemada del viento? Es verdad que los niños mojan sus camas tras el embeleso de las llamas? Cuantas veces pasaste por las brasas? Yo tenía mucha sed y vos estabas arrobada. Y el apetito, como la ceniza, tenía su cara plateada.






Viaje 4



De-sierto. Caminamos hasta el borde de la verdad. Como era nuevo el asombro, los árboles, lo que nunca se junta con la mirada, despertaba silencio. Cada pajarito silbaba su canción para ser bailada en el recuerdo. Parecía estar escrito. En los cables de luz y las alambradas y en todo aquello pasajero. Preguntas pueden ser emboscadas, de manera que viajábamos inconclusos en busca de una completud que nos aguardaba bajo las piedras, bajo las sombras dulces de las piedras arrancadas del agua para siempre. Sólo una noche el viento arrastró sobre las chapas un ruido más ronco que nuestra respiración. Al menos yo, me daba más vueltas que las hojas y las bolsitas descuidadas y las vacías latas de cerveza. Igual mi vida, que había estado como esas latas, sonaba sedienta y desvelada. Arena, segura huella encontrarás.






Viaje 5



Cerré la ventanilla, más por quedar dentro. Eran lindos los árboles del invierno vistos ahora, con esta luz que daba tenerte a mi lado. La verde estela era entonces serpentina. Arreglito festivo saltando las púas de los alambres. Salvo por el calor y las ganas de estarse quieto todo era movimiento. El camino de tierra tenía piedra conocida y nos llevaba por un paisaje de cuentos. Un paisaje del que salían todas las letras de tu nombre a sonar entre el polvo y el gran río. Narrábamos el viaje con gestos reservados para la ocasión, ah tus párpados disipando la nube, despejando el cielo con su ínfima marea.





Viaje 6



Desterrados subimos por la empinada pendiente de la fe. Paganos. Dispuestos a un sacrificio lleno de alegrías y pequeños fracasos y dolores fatales. El sol estaba tan cerca del cenit que las sombras se adelgazaban, mal alimentadas, arrepentidas. Qué hacia de esos ramajes tal ensimismamiento. Encendimos cuatro velas porque cuatro éramos cuando ya la amenaza de la lluvia empezaba a ser realidad. Ah la realidad de fuego quemando la roja esperanza roja como una garganta roja de gritar. Ah la realidad de la frescura deseada en la piel del otro, en la mirada. Fue una tarde única. Que estúpido me dirás, todas lo son. Si, pero aquella jamás dejará de agitarse ni en el temblor de la llama ni en los reflejos del agua ni en el lenguaje que la reclama.






viaje 7



Los gatos aparecieron de la nada. Lloraban como lloran los felinos cuando son bebes y extrañan. La noche brillaba en sus ojos y también maullaba. Era un noche huérfana pero bella. Llena de estrellas con más de siete vidas y de igual pelaje y de igual apetito y de igual linaje. No es fácil describir un aire repleto de mensajes. El aire de una noche que jamás pasará pero que se irá con el viento. (Ya vimos luego el poder de la lluvia. Ya hablé de esto. De cómo las llamas se fortalecían en su incendio de agua y cómo el horizonte, aún más agazapado, nunca se enteraba que le llegaba la hora.) Todo era de una gran semejanza. Las ramas las garras en el techo el aire de acechanzas la proximidad de río familiar y extraño las luces vagas. Yo escuchaba tu respirar y te veía dormir para que nunca me faltara el aire y el sueño nunca me abandonara.







Viaje 8



toda la abeja del aire, /toda, sobre sus labios… J.L.O



Llegar, si es que se llega, fue repentino. El aire en eso es implacable. Todo lo deja pasar. No había abeja, es verdad, pero si vuelo agitado, anuncio de aguijones y miel (dulce veneno). Cuando uno entra a la ciudad que lo vio nacer, por suerte no tiene presente lo que ello significa: las calles son un álbum familiar. Ya había fotos de nosotros entonces. Junto a la primera curva ancha que deja a un costado el monumento o en los semáforos que avisan tu proximidad. (Peor. Aún peor es la presión cuando se sale de ella. Ahora he visto la carga del paisaje. Su estiramiento al borde del camino no para borrarse sino para extender lo que se cierra en el pecho. Juro que no saldré más de este encierro. Me quedaré tras las murallas, es decir de este lado de la gran puerta. Aunque deba sacudir todos los árboles y su comunidad para que caiga también con las hojas, lo nuestro. Cualquier otoño. Toda tu ausencia).






Viaje 9



Tengo agua acumulada en los túneles de la conciencia. Agua de lluvia caída a tu lado. Vista caer desde tus ojos –ah, se no me crees yo veía por tus ojos-. Ahora aquella lluvia es polvo, pero en su momento cantaba, con cierto nerviosismo, es verdad, una melopea conocida de otras vidas, canturía para dormir el buen sueño. Y cómo se duerme en esa ansiedad que nada, y cómo se vuelve por una huella borrada. Pregunto para pasar el tiempo y que este barco en el que ahora vamos por esta carretera se sumerja para encontrar otro mundo. Los niños de nuestra imaginación están a la vera cazando gotas en el aire, revelaciones del agua. Estos niños siempre tendrán una certeza, aunque nosotros regresemos adustos y cansados. Qué fue que ocurrió: ahí está la respuesta colgando de las ramas para caer sobre la gramilla sedienta.






Viaje 10



Se arrastraba el viento. Se arrastraba sobre los techos y las callejas interiores del sueño y las cortadas internas que daban al río. Era el viento y se arrastraba. No eran las hojas ni la corteza de los árboles ni las cenizas de la noche. El viento se arrastraba como un pájaro herido, (perdonen esta comparación), como el ala de un pájaro herido, miraba la altura y se arrastraba contra la redondez de la piedra y contra su punta y su filo. Estábamos en el viento. En manos del viento. Éramos el viento, planeando sobre la superficie erizada del agua, casi arrastrándonos también allí, pero con tal levedad que no sentíamos lo húmedo levantado, a modo de llovizna inversa, de rocío equivocado. Nos arrastramos contra el cielo. Contra el celo. Contra toda la piel y toda su aventura. Siendo viento fuimos pluma. Arrastrada pluma contra el lomo suave de lo adverso, de lo que nos dio despojo y hospitalidad.



(Inédito, 2008)



Hugo Luna (Argentina, Entre Ríos, Concepción del Uruguay, 1959)