domingo, 10 de agosto de 2008

AULLIDO (fragmentos)




para
Carl Solomon.

I

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de una dosis furiosa,
hipsters de cabeza de ángel que ardían por la antigua conexión celestial con la dínamo estrellada en

la maquinaria de la noche,
quienes menesterosos y harapientos y volados y con ojos huecos velaban fumando en la sobrenatural

oscuridad de los pisos con sólo agua fría flotando sobre las cimas de las ciudades en la
contemplación del jazz,
quienes desnudaron sus sesos al Cielo bajo el elevado del metro y vieron ángeles mahometanos

tambalearse sobre los techos de las viviendas iluminadas,
quienes cruzaron las universidades con ojos fríos y radiantes alucinando a Arkansas y tragedias con

luz de Blake entre los eruditos de la guerra,
quienes fueron expulsados de las academias por chiflados & por publicar odas obscenas en las

ventanas de la calavera,
quienes se encogieron acobardados y en ropa interior en habitaciones sin afeitar quemando su dinero

en papeleros y escucharon el Terror a través de la pared,
quienes fueron reventados en sus barbas púbicas al regresar por Laredo con un cinturón de

marihuana a New York,
quienes devoraron fuego en hoteluchos o bebieron aguarrás en el Callejón del Paraíso, muerte, o

hundieron sus torsos en el purgatorio noche tras noche
con sueños, con drogas, con conscientes pesadillas, alcohol y pija y bolas sinfín,
incomparables calles ciegas de escalofriante nube y relámpago en la mente saltando hacia los polos

de Canadá & Paterson, iluminando todo el inmóvil mundo del entre-Tiempo,
solideces de Peyote de los pasillos, amaneceres de árbol verde de patio de cementerio, borrachera de

vino sobre los tejados, barrios de tienditas con drogadas y jocosas picadas de autos,
parpadeante neón de luz de tráfico, vibraciones de sol y luna y árbol en los rugientes
crepúsculos de invierno en Brooklyn, rimbombantes cubos de basura y bondadosa luz
soberana de la mente,
quienes se encadenaron a los subterráneos para la interminable travesía desde el Battery al sagrado

Brox montados en benzedrina hasta que el ruido de ruedas y niños los hacía caer
estremecidos, las bocas destruidas y apaleados, mentalmente yermos, totalmente vaciados
de brillantez en la lúgubre luz de Zoo,
quienes se sumergían la noche entera en la submarina luz de Bickford's, salían flotando y

atravesaban la tarde de cerveza rancia en el desolado Fugazzi's, escuchando sentados el Día
del Juicio Final en el pasadiscos de hidrógeno,
quienes charlaron continuamente por setenta horas del parque al jergón al bar al Bellevue Hospital

al museo al Puente de Brooklyn,
un perdido batallón de platónicos conversadores que saltaron sobre los portillos de las escaleras de

incendio, desde los alféizares, desde el Empire State, desde la Luna,
parloteando gritando vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas y patadas en los ojos

y conmociones de hospitales y cárceles y guerras
intelectos enteros vomitados en total regurgitación por siete días y sus noches con ojos brillantes,

carnaza para la sinagoga arrojada sobre el pavimento,
quienes se desvanecieron en la Nada del Zen de New Jersey y dejaron un rastro de ambiguas

postales coloreadas del Ayuntamiento de Atlantic City,
sufriendo sudores orientales y tangerianas moleduras de huesos migrañas de China la feroz

abstinencia de la droga en una desolada habitación amueblada de Newark,
quienes vagaron y vagaron a medianoche por estaciones del ferrocarril preguntándose adonde ir, y

se fueron, sin dejar atrás corazones destrozados,
quienes prendieron sus cigarrillos en furgones furgones furgones que traqueteaban a través de la
nieve hacia solitarias granjas en la noche del abuelo,
quienes estudiaron a Plotino Poe San Juan de la Cruz telepatía y la cabala bop porque el cosmos

vibraba instintivamente a sus pies en Kansas,
quienes se cortaron solos por las calles de Idaho en busca de visionarios ángeles indios que fueran

visionarios ángeles indios,
quienes pensaron que tan sólo estaban locos cuando Baltimore refulgió en éxtasis sobrenatural,
quienes saltaron a las limusinas con el Chino de Oklahoma impulsados por la lluvia de invierno y

focos callejeros en la medianoche de un villorrio,
quienes holgazanearon hambrientos y solos a través de Houston en busca de jazz o sexo o sopa, y

siguieron al deslumbrante Español para conversar sobre América y la Eternidad, una tarea
sin esperanza, y así se embarcaron rumbo al África,
quienes desaparecieron en los volcanes de México dejando detrás tan sólo la sombra de sus vaqueros

y la lava y la ceniza poética, esparcidas en esa chimenea: Chicago,
quienes reaparecieron en la Costa Oeste para investigar al F.B.I. con barbas y en pantalones cortos

con grandes ojos pacifistas tan sexys con su piel morena distribuyendo incomprensibles panfletos,
quienes se agujerearon los brazos con la brasa del cigarrillo para repudiar la narcótica neblina de
tabaco del capitalismo,
quienes distribuían panfletos Supercomunistas en Union Square sollozando y desnudándose mientras

las sirenas de Los Alamos los derrumbaban entre gemidos, y gimieron ante el Muro, y el
ferry de Staten Island plañía también,
quienes se quebraron gritando en blancos gimnasios desnudos y trémulos frente a la maquinaria de

otros esqueletos,
quienes mordían a los detectives en el cuello y chillaban con deleite en los patrulleros por ningún

otro crimen más que su propia pederastía e intoxicación cocinadas en un caldo salvaje,
quienes aullaron de rodillas en el subte y fueron arrastrados de los tejados agitando genitales y
manuscritos,
quienes se dejaron romper el culo por santificados motociclistas y chillaban de gozo,
quienes mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marineros, caricias de amor

Atlántico y del Caribe,
quienes la pasaban en grande mañana y tarde en las rosaledas y el césped de los parques públicos y

los cementerios derramando su semen libremente a quien sea y viniera quien viniera,
quienes hiparon interminablemente forzando una risita pero concluyeron en un sollozo tras el

tabique de unos Baños Turcos cuando el rubio ángel desnudo apareció para atravesarlos con
una espada,
quienes perdieron sus efebos a manos de las tres viejas arpías del destino la arpía tuerta del dólar

heterosexual, la arpía tuerta que guiña el ojo desde dentro del útero y la arpía tuerta que
sólo sabe sentarse sobre su culo y tijeretea las áureas hebras intelectuales del telar del artesano,
quienes copularon extáticos e insaciados con una botella de cerveza un amorcito un paquete de

cigarrillos una vela y caían de la cama, y continuaban por el suelo hasta el vestíbulo y
terminaron desmayándose contra la pared con una visión de concha final y acabaron,
eludiendo el último hálito de la conciencia,
quienes endulzaron las vaginas de un millón de muchachas temblando en el crepúsculo, y en la

mañana despertaban con los ojos rojos pero dispuestos a endulzarle la vagina a la aurora,
centelleando sus nalgas en los graneros y desnudos en el lago,
quienes salieron de putas en Colorado en miríadas de coches robados por una noche, N.C. héroe

secreto de estos poemas, supermacho y Adonis de Denver —regocijémonos en el recuerdo
de sus innúmeras encamadas con muchachas en baldíos & traspatios de restaurantes, en
rechinantes filas de cines, en picos de montañas en cuevas o con enjutas camareras en
solitarios alzamientos de enaguas a un lado de la carretera familiar & especialmente sus
secretos solipsismos de retretes de gasolineras, & también en las callejuelas de la ciudad natal,

quienes se esfumaban en vastas y sórdidas películas, eran cambiados en sueños, despertaban en un
súbito Manhattan, emergían a duras penas de los sótanos con resaca de despiadado Tocay
y horrores de sueños de hierro de la Tercera Avenida, & se tambaleaban hacia las oficinas de desempleo,
quienes caminaron toda la noche con los zapatos llenos de sangre sobre los muelles como bancos de

nieve esperando que una puerta en East River se abra a una habitación llena de ardientes
vahos de vapor y opio,
quienes crearon grandes dramas suicidas en el departamento sobre farallones del Hudson bajo el

foco azul de tiempo de guerra de la luna & sus cabezas serán coronadas con laurel en el olvido,
quienes comieron el guiso de cordero de la imaginación o digirieron el cangrejo en el cenagoso lecho

de los ríos del Bowery,
quienes lloraron ante la poesía de las calles con sus carritos de mano llenos de cebollas y mala música,
quienes se sentaron sobre cajas respirando la oscuridad bajo el puente, y se alzaron para fabricar

clavicordios en sus altillos,
quienes tosían en el sexto piso de Harlem coronados con llamas bajo el cielo tubercular rodeados de

los cajones de naranjas de la teología,
quienes garabatearon toda la noche balanceándose y rodando sobre exaltados encantamientos que en

la amarilla mañana eran estrofas de jerigonzas,
quienes cocinaron animales podridos pulmón corazón patas rabo borsht & tortillas soñando con el

purísimo reino vegetal,
quienes se arrojaron de cabeza bajo camiones de carne en busca de un huevo,
quienes lanzaron sus relojes desde el tejado para emitir su sufragio por una Eternidad fuera del
Tiempo, & cayeron despertadores sobre sus cabezas fecha tras fecha de la siguiente década,
quienes se cortaron sin éxito las muñecas tres veces consecutivas, abandonaron, y se vieron forzados
a abrir tiendas de anticuarios donde sintieron que estaban envejeciendo y lloraron,

quienes fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre ráfagas
de plomizos versos & el alcoholizado estruendo de los férreos regimientos de la moda & los chillidos
de nitroglicerina de los maricas de la publicidad & el gas mostaza de siniestros
editores inteligentes, o fueron atropellados por los taxis borrachos de la Realidad Absoluta,

quienes saltaron desde el Puente de Brooklyn esto realmente sucedió y se alejaron caminando
desconocidos y olvidados hasta entrar en el aturdimiento fantasmal de las callejuelas
de sopa & carros de bomberos de Chinatown, sin siquiera una cerveza gratis,

quienes cantaron desesperados desde sus ventanas, se tiraron por la ventanilla del metro, se
arrojaron al mugriento Passaic, se abalanzaban sobre los negros, lloraban por toda la
calle, danzaban sobre rotos vasos de vino con los pies descalzos estrellaban discos de
nostálgico jazz europeo alemán de los años 30 liquidaban el whisky y vomitaban gimiendo
en el ensangrentado water, con lamentos y el estruendo de colosales silbatos de vapor en los oídos,

quienes se lanzaron en picada por las autopistas del pasado viajando allí donde cada cual velaba por
ese Gólgota de bólidos, de soledad carcelaria, o encarnación del jazz de Birmingham,

quienes manejaron a través del país setenta y dos horas sólo para averiguar si yo había tenido una
visión o tú habías tenido una visión que revelara la Eternidad,

quienes viajaron a Denver, quienes murieron en Denver, quienes regresaron a Denver & esperaron
en vano, quienes velaron a Denver & cavilaron & se asolaron en Denver y finalmente lo
abandonaron para descubrir el Tiempo, & ahora Denver siente nostalgia por sus héroes,

quienes se postraron de hinojos en desesperanzadas catedrales rezando por su mutua salvación y por
la luz y los pechos, hasta que el alma iluminó sus cabellos un único segundo,
quienes se estrellaron con sus mentes en la cárcel esperando a imposibles criminales de áureas

cabezas y el encanto de la realidad en sus corazones, quienes cantaron dulces blues a Alcatraz,
quienes se retiraron a México para cultivar un hábito, o a las Rocosas a enternecer a Buda o a

Tánger en busca de muchachos o a la Southern Pacific por la negra locomotora o a
Harvard detrás de un Narciso y a Woodlawn y a la guirnalda de margaritas o la tumba,
quienes exigieron chequeos de cordura y acusaron a la radio de hipnotismo & se quedaron colgados

con su locura & y sus manos & un jurado vacilante,
quienes arrojaron ensalada de papas a los conferenciantes sobre Dadaísmo de la CCNY y

seguidamente se presentaron sobre los escalones de granito del loquero con las cabezas
afeitadas y un arlequinesco discurso sobre el suicidio, y exigieron una instantánea lobotomía,
y quienes recibieron en cambio el concreto vacío de la insulina el metrasol la electricidad la

hidroterapia la psicoterapia, la terapia ocupacional pingpong & amnesia,
quienes en malhumorada protesta se limitaron a derribar una sola simbólica mesa de pingpong,

descansando fugazmente en la catatonía,
y regresaron años más tarde calvos de verdad a excepción de una peluca de sangre y lágrimas y

dedos, para la visible perdición del loco en los pabellones de las ciudades-loqueros del Este,
los fétidos salones de Pilgrim State, Rockland y Greystone, disputando con los ecos del alma,

balanceándose y rodando en los bancos de soledad de medianoche reinos-dólmenes del
amor, el sueño de la vida una pesadilla, los cuerpos transformados en piedra tan pesada como la luna,
(con madre finalmente), y arrojado el último libro fantástico por la ventana del piso de alquiler,

y cerrada la última puerta a las 4 de la mañana y estrellado el último teléfono contra la
pared por toda respuesta y vaciada la última habitación amueblada hasta de la última
partícula de mobiliario mental, una rosa de papel amarillo retorcida en la percha de
alambre en el placard, e inclusa eso imaginario, nada excepto una esperanzada pizca de alucinación—
ah, Carl, no estaré a salvo mientras tú no estés a salvo, y ahora estás realmente sumergido en la

absoluta sopa animal del tiempo—
y quienes por tanto corrieron a través de las calles heladas obsesionados por una súbita lucidez de la

alquimia de la utilización de la elipse el catálogo la medida & el plano vibratorio,
quienes soñaron e hicieron encarnados huecos en Tiempo & Espacio atravesando imágenes

yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los
verbos elementales y juntaron el nombre y la línea de la conciencia dando saltos con una
sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus
para recrear la sintaxis y la métrica de la pobre prosa humana, y permanecen ante ti mudos e

inteligentes y estremeciéndose de vergüenza, rechazados y no obstante confesando el alma
para conformarse al ritmo del pensamiento en su desnuda e inconmensurable cabeza,
el loco vagabundo y el ángel derriban el Tiempo, desconocidos y no obstante asientan aquí lo que

podría quedar por decir ,en el tiempo que vendrá, después de la muerte,
y se alzaron reencarnados en las fantasmales vestiduras del jazz en la sombra de la áurea trompa de

la banda y soplaron el sufrimiento por amor de la desnuda mente de América
convirtiéndola en un grito de saxofón eli lamma lamma sabachtani que hizo añicos las
ciudades hasta la última radio
con el corazón absoluto del poema de la vida sanguinariamente arrancada de sus propios cuerpos,

buenos para ser comidos durante mil años.




Allen Ginsberg (E.E.U.U., Newark, 1926- NuevaYork, 1927)
(Traducción de J.A. Madrazo)



IMAGEN: Uno de los dibujos del ilustrador Gerald Scarfe para la obra "The Wall" de Pink Floyd.




No hay comentarios:

Publicar un comentario