sábado, 9 de agosto de 2008

EL PLACER VISCERAL




Siempre me gustaron las canas de los hombres. Sobre todo aquellas que recién comienzan a asomar. Y también las que ya se han extendido bastante sin llegar a conformar el Blanco Absoluto.
A tal punto me gustaron, que alguna vez pensé confesarlo. Pero la vida es un revés permanente —como ustedes bien saben. Hoy me encuentro aquí, en este restaurante y frente a mí, en la misma mesa —para ser más precisa— se encuentran sentados:
todos los hombres del Planeta Tierra
que tienen canas.

Como ustedes habrán advertido, lo que en otro momento hubiese sido un placer ahora es un verdadero tormento. Este es un Placer Visceral.
El Placer Visceral. Mi nariz —tal vez como justificada reacción— se reprodujo en cientos de miles de narices. Cientos de miles de narices mías están respirando.
Ansiedad.

La Profunda Ansiedad. La Ansiedad Acróbata, la que salta lagunas de millones de kilómetros. De una orilla hasta la otra, en instantes, con el riesgo de lo mortal. La que hace saltar al Agua como delfines hacia un Arriba que no se sabe bien de qué está conformado.
Lagunas de Lapsus Lingüae. Lapsus Lingüae de Agua. Me siento aturdida
atorada
atascada
¿Qué pretenden estos hombres?
Nunca tuve la intención de dar una conferencia para explicar por qué sus canas me apasionan. Ni tampoco obsequiarles La Metáfora para una Cana Reciente.
Sin embargo, estoy aquí y parece que fuera a darla. Que tuviera que darla. Se siente el peso de esa espera. Probablemente en instantes las agencias de noticias extranjeras van a cubrir este hecho insólito. Y no sé por qué, pero presiento que también van a llegar los bomberos. Estos hombres fuman. Pero el humo no está aquí. (No hay Humo ni Niebla.) No lo veo.
Temo que se encuentre en el exterior de este restaurante. ¿
Se estará incendiando el mundo? Hoy no compré el diario, no sé...

¡Qué bellas orejas tienen estos hombres! Aunque, sin embargo, sus ojos brillan demasiado.
No hablan. Sólo miran hacia un único lugar... realmente ya no quiero ni... La quietud de este silencio me hace sospechar que hay algo de venganza en todo esto.
Y pensar que alguna vez me sentí madura. Una mujer adulta. Capaz de asumir virtudes y defectos.
¿Qué hacer con todos estos hombres?
Tal vez, lo más conveniente sea invitarlos a comer.
Sí, sí, una buena cena los va a calmar.



-Mozo, La Vejez, por favor...


Selva Dipasquale (Argentina, Buenos Aires, 1968)



IMAGEN: Bond. James Bond. El actor Sean Connery.


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