domingo, 14 de septiembre de 2008

LA PESCA



















Los hombres, nuestros padres, iban de pesca,

les gustaba y por salvajes.
El día convenido nos juntábamos el resto
(hijos, amigos y mujeres)
a preparar todo para cuando llegaran.
Se compraba vino y gaseosa, hacían ensaladas y postre.
Se armaba también un botiquín de gasa, algodón,
cinta, curitas, alcohol, mertiolate y pinzas.
Llegaban sonrientes y sucios.
Corríamos por todos lados, festejándolos.
Sacaban la pesca de a poco.
Empezaban por las chicas hasta la más grande.
A veces había algún herido leve,
una cortadura, un anzuelo, un raspón.
Después tomaban vino en el patio.
Ya de tarde
unos hacían el fuego y otros preparaban las truchas.

Una vez el Negro me llamó para que fuera con él.
No dijo nada y se metió en la casa.
Me asustaba, pero lo seguí, era un misterio.
Había una pila de pescados sobre la mesada de la cocina.
Iba a limpiarlos y me preguntó
si quería aprender. Yo pensaba que era un rito,
algo parecido a una iniciación.
Contesté con los ojos. Sentía húmedas las pupilas,
las mejillas rojas.
El Negro me acercó un banquito,
ahí parada llegaba bien a la pileta y veía todo.
Primero hay que lavarlos.

Bajo el chorro de agua
volvió a brillar
el arcoiris del costado.

"Hay que abrirlas al medio, empezando por atrás,
por el agujero del culo. Se tiene que cortar despacio
siguiendo la línea blanca de la panza."

El cuchillo brillaba también, reflejaba el arcoiris,
las escamas.

"El corte no tiene que ser profundo, sólo hasta garganta,
digamos. Entonces con los dedos se abre la carne,
despacio, para no romper nada y que salgan las entrañas
enteras y para siempre."

Era todo rosado,
del color de la lengua de los gatos chicos.
Dentro de una trucha hay pichones de algo.

"Esto es lo que se tira, si no, nadie comería pescado.
Sería como tragar a tu mascota cachorra."
El Negro terminaba de explicarme cuando se quedó
mudo y fijo con el pescado abierto entre las manos.
Yo vi lo que él vio y le pregunté señalando.

Una gelatina de perlas en formación, chicas, delicadas y claras.
La luz jugaba sobre la humedad de los círculos.

Se alejó de la pileta y puteó caminando por la cocina,
las manos chorreando de intestino.
Después se calmó un minuto
"Las hembras tienen huevos, no hay que pescarlas,
porque ellas van río arriba a desovar para que nazcan
más truchas".
Yo dije algo ( hablé por primera vez), de que no era
su culpa, cómo iba a saber si los peces son todos iguales.
El Negro arrugó la frente, sonrió mostrando los dientes,
salió para gritar en el patio que eran todas hembras,
que estaba todo mal.
Afuera empezaba el atardecer y la cocina
se hizo oscura de golpe.
Miré la trucha joven, no más de medio kilo, su ojo fijo,
los huevos desparramados en la pileta.
Salté del banquito y salí corriendo para el lado de los gritos.
Discutían los hombres de la pesca,
con los amigos, las mujeres y sus hijos.
Había fuego en la parrilla, el color se copiaba en el cielo.



Melissa Bendersky (Argentina, Bariloche, Patagonia, 1975)



IMAGEN: Trucha hembra pescada con mosca.

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