viernes, 17 de octubre de 2008

CANTO V - INFIERNO - La Divina Comedia

Segundo círculo: los lujuriosos. Minos, juez infernal. Los pecadores carnales. Francesca da Rimini y Paolo Malatesta. La compasión y el desmayo de Dante. Cronología: noche del 8 de abril. Contrapaso: así como en vida fueron arrebatados por el impulso de las más revueltas pasiones de los sentidos, los lujuriosos giran ahora —eternamente— en la "borrasca infernal que nunca cesa".






Descendí así del círculo primero
al segundo, que abarca menor sitio,
y tanto más dolor que arranca gritos.

Allí Minos horriblemente ulula:
examina las culpas en la entrada;
juzga y manda según como se enrosca.

Digo que cuando el alma mal nacida
se le pone delante, se confiesa;
y ese conocedor de los pecados

ve el sitio del Infierno que le toca;
cíñese con la cola tantas veces
cuanto el grado en que quiere se sitúe.

Siempre delante de él hay muchas almas:
por turno cada una va al juicio;
dicen y oyen y, después, se hunden.

"¡Oh tú que vienes al doliente hospicio",
me dijo Minos cuando me hubo visto,
suspendiendo la acción de tal empeño,

"mira cómo entras y de quién te fías:
no te engañe la anchura de la entrada!"
Y mi guía le dijo: "¿Por qué gritas?

No hay que impedirle su fatal andanza:
tal lo quieren allá donde se puede
lo que se quiere, y más no nos preguntes."

Ya comenzaban las dolientes notas
a ser oídas; me acerqué muy luego
donde repercutía mucho llanto.

Llegué a un lugar de toda lumbre mudo,
que muge como el mar en la tormenta,
si los vientos contrarios lo combaten.

La borrasca infernal, que nunca cesa,
a las almas arrastra en sus embates:
volteando y golpeando las molesta.

Cuando llegan delante a ese derrumbe,
allí el grito, el quejido y el lamento;
allí blasfeman la virtud divina.

Comprendí que tormento semejante
se les da a los carnales pecadores,
que la razón someten al deseo.

Y como los estorninos van de vuelo
en el tiempo invernal, en gran bandada,
así esa racha a todos los malignos

aquí, allí, abajo, arriba empuja;
ya ninguna esperanza los conforta,
no de reposo, mas de menor pena.

Y cual las grullas cantan su lamento,
trazando sobre el aire larga línea,
así vi yo venir, dando sus quejas,

las sombras que traía esa tormenta;
dije por ello: "¿Quiénes, pues, son éstos
que el negro vendaval tanto castiga?"

"La primera de quien ahora deseas
tener noticias", dijo él entonces,
"fue emperatriz por sobre muchos pueblos.

En vicios de lujuria fue tan hábil,
que a la licencia licitó en sus leyes,
para quitar la culpa en que se hallaba.

Ella es Semíramis, de la cual se lee
que sucedió a Niño y fue su esposa:
rigió la tierra que el Sultán gobierna.

La otra suicidóse enamorada:
y rompió fe a los huesos de Siqueo|
después está Cleopatra lujuriosa.

Mira a Helena, por quien tanta desdicha
corrió en el tiempo, y mira al grande Aquiles,
que por Amor al fin volvió a la lucha.

Y a París y a Tristán"; y a más de mil
sombras mostróme, y me indicó su dedo,
a las que Amor quitó de nuestra vida.

Después de oir así a mi maestro
nombrar damas de antaño y caballeros,
me condolí y sentí casi perplejo.

Comencé, pues: "Poeta de buen grado
yo hablaría a esos dos que van tan juntos,
y en el viento parecen tan livianos."

Y él: "Ya los verás cuando se encuentren
junto a nosotros: ruégales entonces
por ese amor que sienten, y vendrán."

Tan pronto como el viento nos los trae,
solté la voz: "¡Oh almas afanosas,
venid a hablarnos si alguien no lo impide!"

Como palomas que el deseo llama,
tendida el ala, y firme, al dulce nido
van por el aire del querer llevadas,

así del grupo donde se halla Dido,
por el aire maligno se acercaron:
tan fuerte fue el afectuoso grito.

"¡Oh ser gracioso y benevolente,
que así visitas entre el aire cárdeno
a los que en sangre hemos manchado el mundo,

si el rey del universo nos amase,
porque te diese paz le rogaríamos,
pues compadeces nuestro mal perverso!

De lo que oir y conversar os place,
lo oiremos y hablaremos con vosotros,
mientras el viento, como hace, calla.

Yace la tierra donde yo nací,
en la marina donde el Po desciende
para hallar paz unido a sus secuaces.

Amor, que en gentil pecho pronto prende,
a éste lo prendó del cuerpo hermoso
que quitáronme en forma que aún me ofende.

Amor, que no consiente que no amemos,
me ciñó a éste con placer tan fuerte que,
como ves, aún no me abandona.

Amor nos trajo hasta una misma muerte;
Caína espera a quien quitó las vidas."
Estas palabras de ellos nos vinieron.

Cuando oí a esas almas ofendidas,
incliné el rostro, y bajo lo mantuve
hasta que el vate dijo al fin: "¿Qué piensas?"

Al responder, yo comencé: "¡Oh pena,
cuánto grato pensar, cuánto deseo
los empuó al doloroso trance!"

Luego me volví a ellos para hablarles,
y comencé: "Francesca, tus martirios
me entristecen y apiadan hasta el llanto.

Dime: ¿en el tiempo del dulce suspiro,
en qué y cómo os concedió el amor
que conocieseis los deseos dudosos?"

Y ella a mí: "Ningún dolor más grande
que el recordar el tiempo venturoso
en la desdicha; tu doctor lo sabe.

Mas si por conocer la raíz primera
de nuestro amor tú muestras tanto anhelo,
haré como quien llora y habla a un tiempo.

Leíamos un día, por recreo,
cómo el amor lo atrajo a Lanzarote;
solos estábamos, sin sospecha alguna.

Varias veces los ojos se encontraron
en la lectura, palideció el rostro,
pero nos dominó sólo un pasaje.

Al leer cómo la sonrisa ansiada
fuera besada por un tal amante,
éste, de quien yo nunca he de apartarme,

la boca me besó todo temblante.
Galeoto el libro fue y quien lo hizo:
desde ese día nunca más leímos."

Mientras un alma esto me decía,
la otra lloraba tanto que, apiadado,
me sentí desmayar como quien muere,

y caí como cuerpo muerto cae.




Dante Alighieri (Florencia, 1265 - Rávena, 1321)



(Traducción de Angel J. Battistessa)


CANTO V -Inferno



Così discesi del cerchio primaio
giù nel secondo, che men luogo cinghia,
e tanto più dolor, che punge a guaio.

Stavvi Minòs orribilmente, e ringhia:
essamina le colpe ne l'entrata;
giudica e manda secondo ch'avvinghia.

Dico che quando l'anima mal nata
li vien dinanzi, tutta si confessa;
e quel conoscitor de le peccata

vede qual luogo d'inferno è da essa:
cignesi con la coda tante volte
quantunque gradi vuol che giù sia messa.

Sempre dinanzi a lui ne stanno molte:
vanno a vicenda ciascuna al giudizio;
dicono e odono, e poi son giù volte.

"O tu che vieni al doloroso ospizio,"
disse Minòs a me quando mi vide,
lasciando l'atto di cotanto offizio,

"guarda com'entri e di cui tu ti fide:
non t'inganni l'ampiezza de l'entrare!"
E 'l duca mio a lui: "Perché pur gride?

Non impedir lo suo fatale andare:
vuolsi così colà dove si puote
ciò che si vuole, e più non dimandare".

Ora incomincian le dolenti note
a farmisi sentire; or son venuto
là dove molto planto mi percuote.

Io venni in luogo d'ogni luce muto,
che mugghia come fa mar per tempesta,
se da contrari venti è cornbattuto.

La bufera infernal, che mai non resta,
mena li spirti con la sua rapina:
voltando e percotendo li molesta.

Quando giungon davanti a la ruina,
quivi le strida, il compianto, il lamento:
bestemmian quivi la virtù divina.

Intesi ch'a così fatto tormento
enno dannati i peccator carnali,
che la ragion sommettono al talento.

E come li stornei ne portan l'ali
nel freddo tempo a schiera larga e piena,
così quel fiato li spiriti mali:

di qua, di là, di giù, di su li mena;
milla speranza li conforta mai,
non che di posa, ma di minor pena.

E come i gru van cantando lor lai,
faccendo in aere di sé lunga riga,
così vidi venir, traendo guai,

ombre portate da la detta briga:
per ch'i' dissi: "Maestro, chi son quelle
genti che l'aura nera sì gastiga?"

"La prima di color di cui novelle
tu vuo' saper" mi disse quelli allotta,
"fu imperadrice di molte favelle.

A vizio di lussuria fu sì rotta,
che libito fe' licito in sua legge
per torre il biasmo in che era condotta.

Ell'è Semiramìs, di cui si legge
che succedette a Nino e fu sua sposa;
tenne la térra che 'l Soldan corregge.

L'altra è colei che s'ancise amorosa,
e ruppe fede al cener di Sicheo;
poi è Cleopatràs lussuriosa.

Elena vedi, per cui tanto reo
tempo si volse, e vedi il grande Achille
che con Amore al fine combatteo.

Vedi Parìs, Tristano"; e più di mille
ombre mostrommi, e nominommi, a dito
ch'amor di nostra vita dipartille.

Poscia ch'io ebbi il mió dottore udito
nomar le donne antiche e' cavalieri,
pietà mi giunse, e fui quasi smarrito.

I' cominciai: "Poeta, volontieri
parlerei a quei due che 'nsieme vanno,
e paion sì al vento esser leggieri".

Ed elli a me: "Vedrai quando saranno
più presso a noi; e tu allor li prega
per quello amor che i mena, ed ei verranno".

Si tostó come il vento a noi li piega,
mossi la voce: "O anime affannate,
venite a noi parlar, s'altri nol niega!"

Quali colombe dal disio chiamate,
con l'ali alzate e ferme al dolce nido
vegnon per l'aere dal voler portate;

cotali uscir de la schiera ov'e Dido,
a noi venendo per l'aere maligno,
sì forte fu l'affettuoso grido.

"O animal grazioso e benigno
che visitando vai per l'aere perso
noi che tignemmo il mondo di sanguigno,

se fosse amico il re de l'universo,
noi pregheremmo lui de la tua pace,
poi c'hai pietà del nostro mal perverso.

Di quel che udire e che parlar vi piace,
noi udiremo e parleremo a vui,
mentre che 'l vento, come fa, ci tace.

Siede la terra dove nata fui
su la marina dove l' Po discende
per aver pace co' seguaci sui.

Amor, ch'al cor gentil ratto s'apprende,
prese costui de la bella persona
che mi fu tolta; e 'l modo ancor m'offende.

Amor, ch'a nullo amato amar perdona,
mi prese del costui piacer sì forte,
che, come vedi, ancor non m'abbandona.

Amor condusse noi ad una morte:
Caina attende cbi a vita ci spense".
Queste parole da lor ci fur porte.

Quand'io intesi quell'anime offense,
chinai 'l viso, e tanto il tenni basso,
fin che 'l poeta mi disse: "Che pense?"

Quando rispuosi, cominciai: "Oh lasso,
quanti dolci pensier, quanto disio
menò costoro al doloroso passo!"

Poi mi rivolsi a loro e parla' io,
e corninciai: "Francesca, i tuoi martiri
a lacrimar mi fano tristo e pio,

Ma dimmi: al tempo de' dolci sospiri,
a che e come concedette amore
che conosceste i dubbiosi desiri?"

E quella a me: "Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.

Ma s'a conoscer la prima radice
del nostro amor tu hai cotanto affetto,
dirò come colui che piange e dice.

Noi leggiavamo un giorno per diletto
di Lancialotto come amor lo strinse:
soli eravamo e sanza alcun sospetto.

Per più fíate li occhi ci sospinse
quella lettura, e scolorocci il viso;
ma solo un punto fu quel che ci vinse.

Quando leggemmo il disiato riso
esser baciato da cotanto amante,
questi, che mai da me non fia diviso,

la bocca mi baciò tutto tremante.
Galeotto fu il libro e chi lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante"

Mentre che l'uno spirto questo disse,
l'altro piangea sì, che di pietade
io venni men così com'io morisse;

e caddi come corpo morto cade.






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