jueves, 18 de diciembre de 2008

CERVEZA *























Recuerdo la costumbre que tenías de despertarme a medianoche

con tu pija alto promedio recalándome de atrás.
Con qué ganas de dar como si hubiera
un concurso en juego, un concurso con vos mismo.
Delineada y salivosa, boca ancha que sabías
siempre untar, cumplidora. Hacía parecer a mi carne labial
una uvita pasa... que la tuya era un buzón.

-Beber una concha nunca pude -confesaste,
y apenas oírlo, en mi métrica de género,
te juzgué represor y avaro. Pero se ve que el tabú
daba aumento al fetiche de los besos,
y garpaban de Almagro a Villa del Parque, ida y vuelta,
femenino en lugares diversos. Sea la axila, el talón, el plexo.
Llegabas ebrio para ducharnos.
Porque estar alcoholizado te calentaba.
Del cuello, la carne levantabas
con la punta de la lengua, ¡comer!
y no podía ser, evidentemente. Entonces
arrasábamos la espalda por dos horas, porque soy bien maciza.
-Grandota -me decías.
-Lo más hermoso que vi en mi vida -me decías-,
haceme con Quilmes. Y yo interpretaba,
tirando en el abdomen. Jugando al muertito,
sin ganas de acabar.
Alargado, con olor nuevo a malta, el sexo.
Chuparnos en cerveza y coger se volvía hermoso,
con amistad de despedida o viaje, porque se parecía
más a emborracharse que a querer.





Paula Peyseré (Buenos Aires, Argentina, 1981)



* El presente texto fue tomado de la revista El Niño Stanton (n° 1, septiembre de 2006).





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