sábado, 13 de diciembre de 2008

GEMIDO




He visto a los más bellos cuerpos de mi generación
reventarse, saltar en pedazos junto a las nimias inservibles
camisetas de látex en harapos, desmentir con arrugas lo que fuera
(ya antaño) deletreada alegría:
en trances encarnados en espermas ardidos de
bermejo, roer (o ser roídos) so roer sonreír sin remedio, los he visto
arrastrarse cual escuerzos por Remedios de Escalada en el vaivén
de una canción, llorosa como un sauce de Ramona Galarza en ro-
maní, reírse como locas (locas, locas) del tiempo, de las otras lo-
cas, del dolor de las locas y del loco dolor de la locura.
Las he visto extrañadas contemplar la gordura de una herida cuan-
do creían aparecerse sorpresivamente en el drenaje
de la infusa infección por los esparadrapos de la pálida espiroque-
ta del deseo en la notoria esclavitud a él, a ese deseo, arrastrarse de-
sesperadas bajo el imperio del deseo y desear, imperialmente, ese
deseo de poder, de pija
y pijoteras, ovalar en las panaderías el óvulo de la desesperación,
la fe
alterada por toques cinematográficos y pálidos
y balidos de hálito en el gemido aliento de Balí.
Balí, le dijo.
Yo balié
ensandecido por las baladas de la bala y por las bayonetas caladas
de la distancia de la noche asomada en el alborecer
de un aljibe arenoso.
Bailé y vi
cómo las pálidas se retorcían entre sollozos empalizados cargar la
cruz del masoquismo con aros arenqueros en la sal depositada so-
bre las heridas de la Keller por él, oh divino marqués!
Oh sucia gloria
de ese arrastrarse sin sentido.
Sin sentido
Los he
visto caer en el amanecer bajo la orgía
de pistolas olorosas eructando en el piso del pis
piso pisado peso píseo paseando bajo el pis tomando pis
en jarras de gomina, sumergirse en el gel
de ese jabón, en el jamón del diablo de esa nalga, en la
aliteración
de esa halitosis
galáctica derrota del plan tornado plástico, del tornado
plastificando el pan, del tornado mujer tronando sobre
la cama de los llamados a deponer
el oro de las joyas en el limo sedoso del bidet.

Ya no había nada
que las contuviese.

Sí, las vimos:

volcarse en la confusión de las marañas
coger vestidos rojos en la maraña madrugada
tocar guaranias en la nenia de este gemido saucedal.
Ramona: esposa de Nelson Rodrigues?
Hagamos un teleteatro de provincia.
La loca plañe porque va a morir y la hemos visto
dejarse sin protestas en las cruces gamadas de los árboles
con un guardián moreno cual de Reynaldo Arenas contra las
alambradas de los campos.
Y ahora gemís, mancebas?
Amancebadas como yeguas en la portañuela chongueril?
Abotonadas cual batracios, desprendidas de las braguetas de
los lagartos con una castañuela de entrecasa, viril pendejo el de
esas excursiones alucinantes por los poros del pubis?
Serpentear?

Visto Húbolas? Porque...

al verlas marchitarse exasperadamente entre los vastos ademanes de
la histeria, hermafroditas aniñados,
coníferas erguidas en el bosque de palos, incrustadas
en hondonadas de la respiración, penetraciones hondas
del rocío en la hiedra castelar, voz de matelassé
aterciopelada por las falsedades de la disimulación,
disminuyendo día a día la distancia que las separa de lo trágico
y las acerca a lo ridículo, a lo kitsch
las locas
desaparecen por cañerías de acero que no llevan a nada
o al sitial de las profanaciones de los zombies
en la noche agrisada por sus centauros.



Néstor Perlongher (Argentina; Avellaneda, Bs.As., 1949 -Brasil, San Pablo, 1992)




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