viernes, 2 de enero de 2009

FRESCA




El que se escapa termina solo. Días, a la larga dentelladas, y


el aire no se tiñe como el agua.



Nada pasa de largo y nadie se aguanta tampoco. Traicionera canción

de piedras que se desmoronan. Vaya canto a la soledad. Humo

negro en noche aún más negra que borrachea en el tiempo, sola

al fin, suelta y olvidada como una noche cualquiera.



Se siente en los tobillos, el sueño, el humo, tiempo, hace pasar

los trenes, las carretas lentas, culebras, babosas, lombrices

ciegas.



Las distancias cortas de los cabellos que pudieron escaparse de

la piedra traída de los pelos y de la maldición dicha sin ganas,

estropeada y cariada.



No más ilusiones perpetuamente iluminadas por el sol. La

siesta aplana. El filo es filo.



El cuerpo…o se quiebra o se queda. Aplastado ahí nomás.

Cálculo o maldición no alcanzan a salir de boca e’bagre

apestado.



Sonrisa, un humo de tantos sobre un vértigo de borrachera y el

humo rápido.



Guiñada oscura de los ojos cobardones. Grito blando. Y ni

aguja ni aguijón suicida

Cuerpo de puro salto, gritito, cuerpo blandito. Mordida sin

pausa, serrucho melodiando siempre.



Traición merodea, traición melodea, traición empuja a pura

uña. Y queda el arranque nomás. El arranque de motor

todo. Borrar, pasar el trapo alegremente entre la serenata

de los sapos y el humo silencioso sobre el agua.



La fresca al fin, a fresca. La flor que no se horca nunca.



Ricardo Zelarrayán (Argentina, Paraná, Entre Ríos, 1940- Buenos Aires,2010)




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