jueves, 26 de febrero de 2009

LARTIGAU (*)



























Me despierto. Es muy temprano aún.
Espero el canto del gallo.
Lo escuché en un gradiente de la noche
que parecía lejano. Sin embargo,
tan sonora y minuciosa era su forma de llamado...
pero,
¿llama un gallo? ¿Se dirige a cada uno
o a su comunidad de centinelas?
¿Define en la certeza alguna duda
o llena de incertidumbre el desvelo incipiente?


El silencio parece enrojecer y

su vehemencia borra en la atención todos los límites,
todas las esperanzas.


Se vuelve delicado equilibrio -—el gallo cierto,

el tesoro del amanecer cuando los durmientes niegan
su despertar en la luz.
Pero el canto en la nada nos demora apenas
corno una alegría descartada de la noche.


Se desprendía él, incluso,

del recuerdo transparente de la noche
siempre de día,
siempre bajo el sol impensable


y en primavera o en verano,
retrocediendo en el prestigio
de las otras estaciones: Pringles, Krabbe,
Quiñihual


y en su diseño,
como en algunas flores de nácar,
faltaba ese punto de destello donde
podemos advertir la chispa hiriente
de una promesa demorada.


Lartigau era la Hécate de Virgilio,
(y él pudo ser mi padre). Un agricultor fantasioso
en una época en que la plaga de tucura,
la langosta,
sus mangas implacables
habían dejado en el borde de las espigas ruinosas
una "estructura dentada", metálica,
parecida al poema:


allí la luna decodificaba todo
entre hilos de penumbra; incluso
la Fortuna, apenas,
la injuriosa riqueza de las cosechas abultadas.
El relieve de unas
monedas campestres, rústicas,
que no entraban en ninguna alcancía.


Por la radio se escuchó esa mañana:"...hace 64 años,
en un día como hoy, nacía Gabriela Mistral."


Si algunas veces fue todavía de noche,
la llegada titilaba en el farol del guarda del
ferrocarril,
en los silbatos, rojo y verde
discontínuos,
que aseguraban la aglomeración de
unos "ritmos" en mi memoria:


estación o morada de arribo
donde un éxtasis fugitivo insistía en tomarnos
de los hombros como un ángel.


parecía
que llegábamos,
que sólo yo vislumbraba la silueta
de mi padre y de Charrúa, mi perro,
como signinos de piedra
de un alfabeto ignoto pero cercano,
áspero en la despejada estación de Lartigau.
En el sulky con mi padre en el pescante,
miraba aturdido el trasero del caballo
sabía que levantaría su cola para arrojar
entre ventosidades esas bolas de estiércol resistente
que humeaba,
que probaba el elástico esfínter de seda negra
con ribetes rosados.


...la obscenidad ofrecía
todo el artificio de una bienvenida:


Al borde del camino de tierra, al enredo de
las sensaciones: a las perdices que se alzaban
silbando
de entre los abrojales de septiembre;


al verde otro
de las mieses ya erguidas.




II


Mi padre hablaba;


durante el tiempo que no nos veíamos
solía escribirme cartas donde detallaba
las metamorfosis: caballos,
un peludo, las liebres,
los chajás que ese año no volvieron.
El zorrino que meó a Jesús, el maquinista,
cuando avanzaba en la zorra sobre las vías...


la yegüita amansada


Pero en el camino a la casa
me hablaba de los pájaros,
las cachirlas,
sus nidos de miniatura en las huellas de barro.


¿cómo se salvaban,
esos minúsculos pájaros,
del aplastamiento implacable,
si anidaban justo
sobre la exigida huella,
bajo los cascos de los caballos,
ba|o las ruedas de madera de los carros?


oh,
música embustera que escucho apenas todavía,


¿deletreo una pasión que se llama infancia
o el indestructible miedo?


Cualquiera de las formas aparecidas
no son la apariencia.


Junto a mis sentidos se vierte otra luz,
otra animación
se suspende retenida en un ritmo
descalabrado e impreciso.


Pastores todavía, ángeles intonsos
se miran la barba en los espejos de agua


y una naturaleza mentida,
y unos signos en un mito falso,
y unas reglas en un juego perdido
y un habla restablecida, dichosa:


la del niño que no conoce nada,
que confiesa lo invisible,
que intenta salvar de la noche
los juguetes menos fríos,


los más exigentes.


Sombras que se pueden decir
palpando el borde de un sombrero,
de un abrigo de piel de nutria,
de una moneda mellada.


...cosas quejumbrosas que parecen
perderse en un lugar.
Pero junto a tus sentidos.
Contra tus sentidos.


Contra el limonero florecido,
primera presencia
al llegar finalmente a la casa encendida.
Despierta
aunque no lo estuviera.
Porque adentro de la casa dormía
como una novia y como una hi|a —el rostro
apenas velado
por la pesadilla última.


¿A cuántos despertó, el gallito, esa mañana?


¿Quién se asomó a mirar, sonriendo,
el centro de los azahares, los puntos más fragantes,
casi invisibles,


lupa,
lupa,


lupa de los frutos?




(*) Habitantes: 50. Ubicación: Lartigau es una pequeña localidad que pertenece al partido de Coronel Pringles. Se encuentra a 65 Km de distancia hacia el Sur, a 70 Km de la ciudad balnearia de Monte Hermoso, a 60 Km de Sierra de la Ventana, a 90 Km de Bahía Blanca, a 11 Km de la Ruta 51. Educación: Cuenta con una Escuda Primaria hasta el 7º grado, con 16 alumnos y una maestra. Producción: En esta región existe una importante producción agrícolo-ganadera-. Seguridad: Cuenta con un Destacamento Policial. Ferrocarril: La estación Lartigau formaba parte del ramal del F.C. Mitre que une Gral. Belgrano con Rosario, actualmente desafectado.



Arturo Carrera (Argentina, Pringles, Provincia de Bs.As., 1948)



El poema que publicamos integra el ciclo de la obra "Las cuatro estaciones", y fue tomado de una Separata que forma parte del Nº3, de la revista El niño Stanton, agosto de 2007.



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