lunes, 20 de abril de 2009

CUESTIONES DE VIAJE








































Hay demasiadas cataratas aquí; las corrientes caudalosas
se apresuran demasiado al mar,
y la presión de tanta nube sobre las montañas
las hace caer hacia los lados en cadenciosa y suave moción,
volverse cataratas ante nuestros propios ojos.
—Pues si esas ráfagas, esas kilométricas y brillantes manchas
[de lágrimas,
no son cataratas aún,
en una o dos eras, tal como transcurren las épocas aquí,
probablemente lo serán.
Pero si las corrientes y las nubes viajan, viajan,
las montañas, en cambio, parecen cascos de barcos encallados,
cubiertos de limo y de barnacla.


Piensa en el largo viaje a casa.
¿Deberíamos habernos quedado allá, pensando en este sitio?
¿Adonde tendríamos que estar hoy?
¿Está bien estar mirando a unos seres extraños que actúan en
el teatro más extraño de todos los teatros?
¿Qué infantilismo es éste que, mientras un soplo de vida hay
en nuestros cuerpos, insistimos en correr
para ver el sol del otro lado?
¿El colibrí más pequeño del mundo?
¿Para observar una antigua obra de piedra incomprensible,
incomprensible y hermética,
o cualquier paisaje,
percibido al instante y siempre, siempre encantador?
Oh, ¿debemos soñar nuestros sueños
y poseerlos, también?
¿Y disponemos de lugar
para un poniente más, doblado, tibio todavía?

Pero, sin duda, hubiera sido una pena
no haber visto los árboles al borde de esta calle,
por cierto exagerados en su belleza,
no haberlos visto gesticular
como arlequines nobles, vestidos de rosa.
—No haber tenido que parar a cargar nafta y oído
la triste melodía de madera y en dos notas
de un par de zuecos dispares
haciendo cloc cloc distraídos sobre
un piso de estación sucio de grasa.
(En otro país la calidad de los zuecos habría sido probada.
Cada par tendría idéntico registro.)
—Una lástima no haber oído
la otra música, menos primitiva, del grueso pájaro marrón
que canta sobre la bomba rota de nafta
en una iglesia jesuita barroca de bambú:
tres torres, cinco cruces de plata.
—Una lástima, sí, no haber meditado,
confusa e interminablemente,
sobre la conexión que puede existir por siglos
entre el más rústico calzado de madera
y, cuidadosas, remilgadas,
fantasías talladas de jaulas de madera.
—Nunca haber estudiado historia en
la débil caligrafía de las jaulas de los pájaros cantores.
—Y nunca haber tenido que escuchar la lluvia
tan similar a los discursos de los políticos:
dos horas de implacable oratoria
y luego un abrupto silencio dorado
en el que la viajera toma un cuaderno, escribe:


«¿Es la falta de imaginación lo que nos hace venir
a sitios imaginados, no tan sólo estar en casa?
¿O pudo Pascal, acaso, equivocarse
al proponer no abandonar el cuarto de uno?


Continente, ciudad, país, sociedad:
elegir nunca es vasto y nunca libre.
Y aquí o allá...No. ¿Deberíamos haber permanecido en casa,
dondequiera que eso esté?»





Elizabeth Bishop (E.E.U.U.Worcester, 1911-Boston, 1979)

(Traducción de María Negroni)

QUESTIONS OF TRAVEL


There are too many waterfalls here; the crowded streams
hurry too rapidly down to the sea,
and the pressure of so many clouds on the mountaintops
makes them spill over the sides in soft slow-motion,
turning to waterfalls under our very eyes.
—For if those streaks, those mile-long, shiny, tearstains,
aren't waterfalls yet,
ín a quick age or so, as ages go here,
they probably will be.
But if the streams and clouds keep travelling, travelling,
the mountains look like the hulls of capsized ships,
slime-hung and barnacled.


Think of the long trip home.
Should we have stayed at home and thought of here?
Where should we be today?
Is it right to be watching strangers in a play
in this strangest of theatres?
What childishness is it that while there's a breath of life
in our bodies, we are determined to rush
to see the sun the other way around?
The tiniest green hummingbird in the world?
To stare at some inexplicable old stonework,
inexplicable and impenetrable,
at any view,
instantly seen and always, always delightful?
Oh, must we dream our dreams
and have them, too?
And have we room
for one more folded sunset, still quite warm?


But surely it would have been a pity
not to have seen the trees along this road,
really exaggerated in their beauty,
not to have seen them gesturing
like noble pantomimists, robed in pink.
—Not to have had to stop for gas and heard
the sad, two-noted, wooden tune
of disparate wooden clogs
carelessly clacking over
a grease-stained filling-station floor.
(In another country the clogs would all be tested.
Each pair there would have identical pitch.)
—A pity not to have heard
the other, less primitive music of the fat brown bird
who sings above the broken gasoline pump
in a bamboo church of Jesuit baroque:
three towers, five silver crosses.
—Yes, a pity not to have pondered,
blurr'dly and inconclusively,
on what connection can exist for centuries
between the crudest wooden footwear
and, careful and finicky,
the whittled fantasies of wooden cages.
—Never to have studied history in
the weak calligraphy of songbirds'cages.
—And never to have had to listen to rain
so much like politicians'speeches:
two hours of unrelenting oratory
and then a sudden golden silence
in which the traveler takes a notebook, writes:


"Is it lack of ¡magination that makes us come
to imagined places, not just stay at home?
Or could Pascal have been not entirely right
about just sitting quietly in one's room?


Continent, city, country, society:
the choice is never wide and never free.
And here, or there... No. Should we have stayed at home,
wherever may that be?"



IMAGEN: Una de las cajas del artista plástico Joseph Cornell.




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