Caminando mañanas hondas como esperanzas
desgranaba los días cual si fueran racimos.
El mundo era aquel trompo veloz entre mis manos.
Como un aro de mimbre rodaba mi destino.
Alguna vez mi risa se anocheció en quietudes...
Era un gusto de ser que alabo, amigos míos.
Disperso en efusiones, presente en cada gesto,
desplegué mis jornadas como estandartes vividos.
Un bosque de silencio creció en los viejos patios
Legiones de minutos arriaron mis caminos
y fantasmas del ángelus sepultaron mis voces.
El Tiempo me esperaba desnudo como un grito.
Carlos Mastronardi (Argentina, Entre Ríos, Gualeguay, 1906; Buenos Aires, 1978)
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