Shakespeare, en siete días, ha creado el mundo.
El primer día hizo el cielo,
las cumbres y los abismos del alma.
El segundo, los ríos, mares, océanos y los
restantes sentimientos
y se los dio a Hamlet, Julio César, Antonio,
Cleopatra y Ofelia,
a Otelo y a otros más
para que los posean, ellos y los suyos,
para siempre.
Al tercer día reunió a todos los hombres
y les enseñó los gustos:
el gusto de la felicidad, del amor, de la desesperanza,
el gusto de los celos, de la gloria, etcétera, etcétera,
hasta acabar con los gustos.
Entonces, acudieron unos cuantos individuos
que se habían retrasado,
el Creador les acarició sus cabezas compasivo,
les dijo que no les quedaba sino hacerse críticos
literarios
para censurar la obra.
El cuarto y quinto día los destinó a la risa
y liberó pasayos para hacer cabriolas
que alegren a los reyes, a los emperadores
y que se distraigan otros infelices.
El sexto día resolvió ciertos problemas
administrativos:
soltó una tempestad
y le enseñó al rey Lear
cómo debe portar la corona de paja.
Todavía sobraban algunos desperdicios
de la creación del mundo
y dio vida a Ricardo III.
En el séptimo día tendió una mirada circular,
por sí algo faltaba.
Los directores de teatro habían recubierto
la tierra
con afiches.
Y Shakespeare pensó que, después de tanto
esfuerzo,
él también merecía asistir a un espectáculo.
Pero, antes, como estaba rendido en exceso,
se fue a morir un poco.
Marin Sorescu (Rumania, 1936; Id., 1996)
(Traducción de Manuel Serrano Pérez)
IMAGEN: El actor argentino Alfredo Alcón en el papel del rey Lear.
adoro este poema!!
ResponderEliminarHola Marisa. Sí, es muy ingenioso.
ResponderEliminarGracias por la visita.