martes, 26 de mayo de 2009

TRÓPICA



El aire de los trópicos es denso.

Reblandecidos chocolates medran
en esa densidad,

frutillas se relajan en la adherencia
de la pelambre lúcida o sombría,
luminiscencia que ese aire
carga con un presagio de cenizas.
La trampa de esos aires
voluptuosa se ciñe
al que respira, boa emponzoñada,
flatulencias de almizcle
en el vaho de las ingles.

Esos muslos torrados
o el capullo, en la escalera resbalosa, de ébano
circuyen, en el espacio de su paso, el ojo que delata
la mirada, lame, ata
tornasola en contorsiones de caracol, conciertos
desconcertantes en la alameda que se pudre y rueda
el deshile gomoso
en el desinfle
de esos amanerados aspavientos.

La película lisa, y el pulgar que le incrusta las
[impresiones;
parasoles aviesos, en el huracán cuyo tirabuzón era
[un rulero,
un bucle:
globo de la cabeza
que aceita los ojeares,
huella la hulla en el pringoso bleque.
¿Si había un pliegue, una arruga,
un lunar que percutiese interiormente
el cutis, o esculpiese
bajo la densidad superficial
el culto de un fetiche etéreo?
En el éter resplandeciente, sucio
de mojarritas embarradas que
habían huido de la pecera
¿sí?
¿exactamente huido?
¿La pecera, rasgada, en el sofá?
¿Tus pasos, cascaritas de ampollas
o burbujas en la glotis del cisne?
¿jala, en ese cimbreo, la mojarra?
¿lo que moja la ría, ese jarrón
estropeado, en pedazos, pero el plano
de cuyos divertículos
se espeluznaba en las reparticiones
del rodete, en la gosma del jopo?
¿dónde? ¿atábase?
¿estaba suspendido
por una mandolina azucarada
por la hiel de un solfeo
en los pendejos?

(vellos disueltos en la oscuridad,
ojo era el belfo).



Néstor Perlongher (Argentina; Avellaneda, Bs.As., 1949 -Brasil, San Pablo, 1992)




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