sábado, 13 de junio de 2009

AUTOPISTA


























Como americanos
rodando por una carretera californiana,
yo voy en una recién inaugurada autopista
por las carreteras del Oeste de China.

Vengo desde una humilde aldea serrana
anidada en un valle,
vengo de una lóbrega y tiznada casita de campo
con la pasión congénita del sufrimiento
y una austeridad que salta a la vista.

Escalo fácilmente la montaña
para que el aire y la aurora
se esparzan y desperecen ante mí
en la altura como un océano.
Así cepillo tanto mis diarios disgustos
como los pequeños incordios cotidianos:
con la ilimitada expansión
de un cielo brillante y definitivo,
y en la infinita virginal perspectiva
mis admiradas exclamaciones
sofocan el corazón por mucho tiempo...

La larga cinta del camino
ceñida al contorno de la montaña
serpentea cómodamente la ladera.
Subiendo la gente va despacio coronándola
distanciándose gradualmente del mundo de abajo.
Andar por estas alturas
es como flotar en una atmósfera mágica.

Estamos cansados
al pie de un árbol centenario
nos sentamos
v escuchamos la corriente de la montaña
venir chocando desde quebradizos riscos
a la par que
águilas y halcones chirrían
remontándose cerca de donde nos encontramos.

Un tiro de mulos
acarreando en sus lomos sacos de carbón
conducidos por muleros
cubiertos con escasos harapos
que sienten la rutina de hacer sonar
el amorfo chasquido de sus látigos,
pasa escabrosamente por el lado.
... Y volvemos hacia
un ignorado barranco
siguiéndolo imaginamos que esta garganta,
que vecina alberga un templo desmoronado,
desembocará en una fila de casas
donde simplemente se dedicarán
a labrar artículos rústicos.
Estos camiones, tan pesados
y colmados, ruedan con entusiasmado estruendo
con su carga
empujados por esos jóvenes
que viéndome peregrino a pie
en este especial día
me saludan agitando sus brazos.
Aun cuando sus impulsos y los míos
no sean originados en la misma fuente
el corazón se llena de irreprimible satisfacción.

Allí llega, la flota de automóviles
proyectando sus focos fuera del cromo,
enviando sus alas de alba luz
regocijando su velocidad, vuelan sin miedo
por la cima
incitando mis sentimientos y pensamientos
a cernirse con ellos dentro del cielo.

Y entonces
mis pies cojeando de alegría traspasan la cara de la tierra
mis ojos se amplían hasta el último horizonte
mis pulmones estrenan un nuevo aire.
Mi alma de pronto se libera.

Fuertes brazos y gruesos martillos
hienden la poderosa dinamita
que explotando dividirá los riscos
al lado de las cimas a millares de pies de altura,
Con rocas, lodo y cemento
queda el sudor del peón
por miles y miles de millares
coagulado en un camino de
miles de millares de largo.
Arriba la bóveda celeste
—sorprendente extensión azul que levanta el alma—.
Abajo el gran río.
Su caudal fluyendo sin fin.
Innumerables botes con sus ásperas velas
flotan — casi automóviles son — en la superficie.
Desde este rincón se minimizan
en insignificantes puntos grises.
El montañero encumbramiento
despeja atrás todo ajetreo y calamidad casera.
¡Oh, el lastimero corazón, el ingenuo corazón!
Al fin inocentemente
queda más revivido
en su orgullosa dignidad de entrega.
Aunque yo fuera una hormiga
o un saltamontes de rígidos élitros
el deslizarme o descender volando
por esta especie de camino
sería de suma felicidad.

Hoy, calzo sandalias de esparto
y un frío sombrero de ala
lleva bien calado mi cabeza
mientras camino por esta nueva autopista
de la que mi corazón sigue su ruta
sintiendo un ilimitado bienestar.
La gran estrada tendida ante mí
es tan ancha, tan bien asfaltada
como plácida; tan independiente
como carente de obstrucción.
Extendida en la distancia
podemos claramente comprobarlo
en su serpenteante movimiento
batiendo heroicamente el paisaje
al filo del paraíso.
Desde mi paraje
atisbo en todas las direcciones
contemplando ríos, oteros, caminos, casas...
y constantes enjambres de árboles,
todo fundido en incomparable
enternecimiento con la atmósfera.
En fin, me invade de raíz
un manifiesto sentimiento
de que estoy en la cima del mundo
y de la vida.

(Otoño de 1940)
Ai Qing

(Traducción de Alfredo Gomez Gil)





Al Qing, uno de los más célebres poetas de la China moderna, nació en Jinhua, Provincia de Zhejiang, en 1910 y murió en Pekín, en 1996. En 1928 ingresó en el Instituto Nacional de Bellas Artes "Lago del Oeste" de Hangzhou, donde comenzó a estudiar pintura. En 1929 partió a París, trabajando allí como aprendiz en un taller privado y dando comienzo a su vida de bardo. Después de regresar a Shangai, China, en mayo de 1932, China se unió a la Asociación izquierda de Artistas chinos, y fue detenido en julio por oponerse al régimen comunista oficial; su militancia le valió la prisión en julio de ese año. Entre rejas escribió entre otros poemas el titulado "Dayanhe"— mi nodriza", que se publicó en 1933 con el nombre de pluma de Ai Qing, el cual no ha dejado de utilizar desde aquella ocasión. Ya libre desde octubre de 1935, dedicó sus esfuerzos tanto a la pintura como a la poesía. Su trabajo con el verso libre influyó en el desarrollo de Xinshi ( "nueva poesía").Tras la proclamación de la República Popular China en 1949, Ai Qing asumió cargos dirigentes en varias organizaciones. En 1954 visitó Chile a invitación de la Cámara de diputados de ese país, lo conoció a Neruda, y estuvo, de paso, en algunos otros lugares incluidos Buenos Aires y Río de Janeiro, escribiendo el grupo de poesías Viaje por Sudamérica y más tarde una titulada El Atlántico. Después de la fundación de la República Popular China volvió a caer en desgracia y en 1957 fue oficialmente censurado como de derecha por criticar al régimen comunista y lo desterraron con su familia a la remota Xinjiang, donde fue humillado, vejado y se le prohibió escribir durante su cautiverio que duró 21 años. Recién volvió a escribir cuando fue rehabilitado, en 1978, tras la Revolución Cultural. En esa oportunidad dijo: "A menudo mi vida creativa se ha parecido a un largo, húmedo y oscuro túnel.Y a veces me preguntaba si podría sobrevivirlo. ¡Pero lo hice!". Esta anécdota la cuenta su hijo, el famoso artista y arquitecto chino Ai Weiwei, que participó en el diseño del Estadio Nacional de Pekín, sede del mundial de fúltbol, 2008.

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