sábado, 6 de junio de 2009

UNA TUMBA



Hombre que miras el mar,
privando de la vista a otros que tienen tanto derecho a ella como tú,
pararse en medio de algo es humano,
pero no puedes pararte en medio de esto;
el mar nada tiene que ofrecer salvo una tumba bien cavada.
Los pinos erguidos en fila, cada cual con un garfio verde esmeralda en la copa,
parcos como su entorno, nada dicen;
la represión, empero, no es el rasgo más obvio del mar;
el mar es un coleccionista, listo para devolver una mirada rapaz.
Otros, no sólo tú, han portado esa mirada —
cuya expresión ya no es protesta; los peces ya no los indagan
pues sus huesos no duraron:
los hombres arrojan las redes, ignorando que profanan una tumba,
y se alejan veloces — las quillas filosas moviéndose al unísono
cual patas de arañas de mar, como si la muerte no existiera.
Las ondas progresan entre sí en una falange —
bellas bajo redes de espuma,
y se esfuman sin pausa mientras el mar cruje dentro y fuera de las algas;
los pajaran nadan por el aire a gran velocidad,
emitiendo sus graznidos habituales —
la caparazón de la tortuga roe el pie de los acantilados, moviéndose debajo;
y el mar, bajo el latido de los faros y el ruido de las boyas campaniles,
avanza como siempre, como sí no fuera el mismo mar en el cual
las cosas que arrojamos están condenadas a hundirse —
en el cual si giran y dan vueltas no es con voluntad ni por conciencia.



(de Observations, 1924)

Marianne Moore (EEUU -Saint Louis- Missouri, 1887 - Nueva York,1972)


(Traducción de María Negroni)
A GRAVE

Man looking into the sea,
taking the víew from those who have as much right to it as
you have to it yourself,
it is human nature to stand in the middle of a thing,
but you cannot stand in the middle of this;
the sea has nothing to give but a well excavated grave.
The firs stand in procession, each with an emerald turkey
foot at the top,
reserved as their contours, saying nothing;
repression, however, is not the most obvious characteristic of
the sea;
the sea is a collector, quick to return a rapacious look.
There are other besides you who have worn that look —
whose expression is no longer a protest; the fish no longer
investigate them
for their bones have no lasted:
men lower nets, unconscious of the fact the they are
desecrating a grave,
and row quickly away — the blades of the oars
moving together like the feet of water spiders as if there were
no such thing as death.
The wrinkles progress among themselves in a phalanx —
beautiful under networks of foam,
and fade breathlessly while the sea rustles in and out of the
seaweed;
the birds swim through the air at top speed, emitting catcalls
as heretofore —
the tortoise shell scourges about the feet of the cliffs, in motion
beneath them;
and the ocean, under the pulsation of lighthouses and noise of
bell buoys,
advances as usual, looking as if it were not that ocean in which
dropped things are bound to sink —
in which if they turn and twist, it is neither with volition nor
consciousness.

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