domingo, 9 de agosto de 2009

POETA CONFINADO EN LAS PALABRAS




















Todos admiramos a Leónidas Lamborghini y todos lo hemos copiado. Como ustedes saben los narradores copiamos a los poetas y no leemos al resto de nuestros contemporáneos. Leónidas definió una exigencia en relación con la lengua que es única en nuestra literatura; construyó un laboratorio arltiano para trabajar con la sintaxis y el fraseo y la música verbal de estas provincias.
Este laboratorio de Lamborghini es el lugar donde se consume y se entrevera la historia argentina de los estilos. "No hay que dejarles la tradición a los tradicionalistas" escribía Passolini. Y Leónidas es un ejemplo: todas las rupturas son posibles, si uno está en la tradición. Lamborghini renueva porque dice que reescribe, retoca, reinventa, hace versiones, versos. No conozco a otro poeta tan consciente de la propia tradición y a la vez no conozco en esta lengua un poeta que haya producido el corte que produjo Leónidas. Este poeta escribe en todos los estilos, en los estilos del pasado y en los que todavía no existen. Ha inventado una sintaxis, una escritura entre las palabras, un tono nuevo para volver a decir lo que la lengua dice.
Odiseo confinado es un cristal de esa destreza. Este libro pertenece a la serie de los textos escritos por Lamborghini a coro, en varias voces:

"Pero entonces, como ya en anteriores crisis habíame ocurrido, escuchar parecíame esas Voces (...) y entre ellas mi voz —en paralelo canto—".

La parodia es el canto paralelo como ha enseñado Leónidas: se canta entre dos. "Con su voz por mi voz" dice Cordero el paródico. El poeta finge un estilo, habla como si fuera otro. El poeta es el cómico de la lengua y su risa disuelve la falsa elegancia y la monótona solemnidad de la llamada palabra poética. Desde la risa reacciona "contra el yo lírico, en favor del yo dramático". Ahí se define una estética, con dos voces y una "doble locura", con el que dialoga solo. Un dúo cómico antes que un duelo, un dueto, la sombra de otra vez. Esa presencia de la doble entonación ya está —secreta— en Martín Fierro. En todo el Poema parece ser uno solo el que dice. Y sin embargo hay unos versos que intrigan desde siempre a los poetas. Son estos:

Que cante todo viviente
Otorgó el eterno padre;
Cante todo el que le cuadre
como lo hacemos los dos,
Pues solo no tiene voz
El ser que no tiene sangre.


¿Y quiénes son esos dos si es uno solo el que canta? Éste enigma que ha develado a los exégetas se entiende bien desde la poesía de Leónidas: se canta siempre con otro. Un canto paralelo que, a veces, imperceptiblemente, se hace ver. La poesía y su doble, el esquizo y su voz, el sabio blanco y el sabio negro, la payada solitaria. En Martin Fierro y en el Fausto está ese doble fondo y también En la más médula y en Los poemas de Sidney West: la voz de otra clase, la voz del pentotal, la voz extranjera. Esa duplicación prolifera en Lamborghini y ahí su maestría es única.
No hay nadie como él para ser otro.
Por esa polifonía además Lamborghini, como Hernández, es un gran poeta político.
Habitualmente los problemas del estilo son separados de los problemas de la política. Lamborghini por supuesto los ve como una sola cuestión. Su voz entona, al mismo tiempo, los tonos de la lengua y los pesares del pueblo. Pero no solo los pesares. También la comicidad y esto es algo que Leónidas ha sabido leer de entrada en la gauchesca. La política como un género cómico político. "Comiqué" por "comité" escribía, infalible, Hernández. La risa resiste y la ironía desata el sentido. "Los (aqueos) están en los supermercados".
Lamborghini lee en la Odisea una teoría del robo y de la influencia: una genealogía de la voz poética. Podemos imaginar dos grandes historias de la construcción de una identidad, dos mitos paralelos y opuestos. Una es la de Edipo, enfrentado con el secreto y el enigma, con la historia familiar y el poder personal. La otra es la de Ulises, el errante, que se construye en otro lugar, fuera de su tierra, en la deriva, en el cruce de todas las fronteras. Dos grandes héroes de la subjetividad: Edipo, atado al secreto del origen; Ulises, el que se va, el viajero, atado a la nostalgia de la tierra perdida. Y ese es, por supuesto, el héroe de Leónidas, el exiliado, en tierra ajena, el forastero, confinado ahora, con un finado, que navega en el mar de la cultura de masas, entre las islas y los signos tipográficos. Ulises es el extranjero que busca el camino y trata de orientarse en una tierra desconocida y se guía, como en un mapa, con las letras y los nombres de una cultura que trata de entender y de hacer suya. Entre este Ulises, fecundo en ardides, y las diabluras de un pájaro de historieta mexicana, se juega el juego de la identidad. ¿Hijo de quién? La pregunta de Edipo es dicha aquí de otra manera.
Permítanme citar a Roberto Arlt: "Cualquier estado de ánimo que pudiera expresar, cualquier trama que imaginara, la habían compuesto anteriormente a mí muchas generaciones de artistas, infinitas veces. Y si era así...entonces mi Obra...¿Qué era mi obra?...
¿Existía o no pasaba de ser una ficción colonial, una de esas pobres realizaciones que la inmensa sandez del terruño endiosa a falta de algo mejor?"
La pregunta del escritor fracasado recorre la literatura argentina. Leónidas la retoma en clave cómica: él escribe en la comparación y (literalmente) sobre ella, en los márgenes que quedan libres entre un texto y el otro, y allí se ríe. Una aflicción colonial.

"Y un día un Bernárdez y otro, un Homero;
y un José Hernández, otro, y un otro un Garcilaso;
y otro un Eliot y un Lugones, otro;
y un Pound un día y otro, un Discépolo;
y otro un Virgilio y un Quevedo, otro;
y otro día un Del Campo y otro, un Dante y otro un Macedonio;
y un Apollinaire otro y un Borges, otro día;
y un otro un Boscán y un Marechal, otro,
volví a sentirme:
en grotesca, infernal —así lo juzgo ahora—
mescolanza".

Odiseo confinado es un gran libro escrito a partir de la risa que produce la ambición de querer escribir un gran libro. En ese modo de escribir la ambición poética Odiseo confinado es una obra maestra cómica. Como en el Fausto se toca la cultura ajena con la guitarra criolla: se trata de acriollar, decir con acento, tartamudear, tergiversar, traer aquí. La parodia es una apropiación. Se hace lo que hace el modelo, con destreza e ironía, para ser y no ser como él. Claro que querer ser como un gran poeta no garantiza nada. Hace falta además, algo más.
El otro día le comentaba a Leónidas un libro que yo estaba leyendo: la autobiografía de Esperanza Mandestam, la mujer de Ossip Mandestam, Contra toda esperanza, un libro sensacional, escrito por una viejita rusa, filóloga de profesión, que atravesó varios infiernos acompañando a su marido, el gran poeta.
Mandestam cayo en desgracia porque escribió un poema cómico contra Stalin en 1933 y se lo leyó a sus más íntimos amigos, entre los que, por supuesto, había un agente de la policía que le recitó de memoria el poema a Stalin. Mandestam murió en un campo de concentración. Cuando le conté la historia, Leónidas hizo el gesto de unir los dedos junto a la oreja y comentó que no se puede resistir el murmullo de un poema que comienza a imponerse.
Como el zumbido de una mosca el poema es una runrun que suena, una música que no se puede dejar de oír. Aunque no le convenga a nadie, decía Leónidas, y te ponga contra todos. "El impulso inicial de esa música, escribe Esperanza Mandestam, me ha sorprendido siempre por su carácter categórico. No se puede ni fingir ni estimular". La poesía vive en el oído del poeta: inesperada, contra toda esperanza, trágica, sarcástica, frágil. El zumbido de la mosca llega siempre. Desde El saboteador arrepentido hasta Odiseo confinado esa música no ha dejado nunca de oírse en la voz de Leónidas Lamborghini.


(Texto presentación del Odiseo Confinado
de Leónidas Lamborghini leído
en la galería Van Riel, el 9.10.92
Tomado del Suplemento de Clarín,
Página 4 -CULTURA Y NACIÓN, 19.11.92)
Ricardo Piglia



Ricardo Piglia nació en Adrogué, provincia de Buenos Aires en 1941. Profesor, narrador, crítico literario, guionista. Ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de Princeton, en la Universidad de California en Davis. También dirigió la revista Literatura y Sociedad. En 1967, su colección de cuentos La invasión mereció una Mención Especial en el VII Concurso de Casa de las Américas (el jurado estaba intregrado por Mario Benedetti, Enrique Lihn, Jesús Díaz y Dalmiro Sáenz). En 1995 elaboró el texto de una ópera, con música de Gerardo Gandini, basada en su novela La ciudad ausente (1992). En 1997, recibió el Premio Planeta por su novela Plata quemada (el jurado estaba integrado por Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel). Novela: Respiración artificial (1980). Prisión perpetua (nouvelles, 1988). La ciudad ausente (1992). Plata quemada (1997). Relatos: La invasión (1967). Nombre falso (1975). Ensayos: Crítica y ficción (1986). La Argentina en pedazos (1993). Formas breves (1999). Diccionario de la novela de Macedonio Fernández (2000). Murió en Buenos Aires, en 2017.


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