miércoles, 14 de octubre de 2009

EL TREN
















Pasaba un tren y un viento prenatal y del Tirol
movía en el sueño ramitas nevadas por Dinamarca
y la luz jugaba al zenku en las cadenas del ribonucleico
mientras el zepelín bogaba sobre álamos recientes como islas
y había muchachas con melones en las ventanas
y algunos hablaban idish y había trigales y carros rusos
y había apenas lo que había que era un río interior
y el liempo era curvo y a los topetazos de la '202',
el agua se desgajaba por ramblones de colores
y la transparencia era un sonido que la quietud
reunía a síncopas de 98 latidos por minuto,
dentro de la primera uva de los deslumbramientos
y esa pecera era mi madre que flotaba en este mundo
-niña de los chales y los perfumes espejada de asombro—
subiendo al tren que despertaba las colinas bajo el alba.


Llegaba el tren a la arboleda y la '202' bufaba,
entre galgos barcinos y resinas de mariposas,
con aquellas aspersiones de hulla o de goma arábiga
que educaron mis ojos al sur y a los celajes del verano
y en las carnes del verano a la jangada de faroles turbios
de la Nube de Magallanes en que mi corazón volaría
adscripto ya a primeros parapentes de luciérnaga,
mientras el dragón cortejaba con chispas las palmeras
y se ahogaban a colapsos de mercurio las Stentor o las Philips
y las corrientes cálidas tejían virreynatos en el aire,
ya poblado de sputniks, isobaras, jacarandaes y calandrias,
y el tren dejaba el atardecer de la arboleda.

Llegaba el tren que llegaba y la magnolia de la abundancia
trasbordaba a la estación sub-orbital de los carreros
en aquel puerto de llanura sólo de cardales y de perros
y había salvas de amadores en las barandas,
cuando el bárbaro de las bolsas de afrechillo saludaba
al otro que traía las arenas del Gualeguay
y con ella los deshoves de las tarariras y de las ranas
y con ellos la genética de los pantanos
y con ella la mariposa que abre sus alas en Pekín
y con ella aquel recuerdo de la 'Mar Paranaensis'
y la mica de conchillas para las crines de las yeguas
que pastaban entre viznagales y sombras de paraíso.
Y la '202' llenaba de humo blanco aquel retablo
y al toque del silbato movía sus largas patas de cigüeña
y era como si iba a volar... y tal vez mas allá volara.

Llegaba el tren a la ribera de los eucaliptales altos
y recuerdo a la enana de la cinta izquierda del estandarte
que fue violada ahí, bajo los lilas del amanecer
y a su canesú de lentejuelas en las mentas de la cuneta
dando brillo a la ribera nuestra de la estación de los ingleses
mientras se la trincaba el 'Gaucho' y el tren que no llegaba
llegaría con los cadillacs de Rock Hudson enlatados
junto al malo de Barrabás o aquel beso de 'Casablanca'
prohibido por el pizarrón de patroncita Santa Rosa
y la palabra ahogo y la palabra exilio, ya rebotaba
en las paredes de la fe de una burguesía ex conservadora,
ex cucharitas de plata, ex mañanitas bordadas,
y el pueblo tenía un tren, un lobizón y dos farmacias.

Llegaba un tren y los hombres de azul desesperaban
ante señoras de marfil bajando del viejo Pakcard
y los avíos de las cestas cargadas con muslos o naranjas
y la bestia de adelante se adhería a la manga del agua
y el señor de botones se movía con arrogancia de tucanes
y los señores de gorra troquelaban cartones amarillos
y señores de visera gozaban la telegrafía sin hackers a la vista
y los señores Dick Bogarde llevaban rosas té en la solapa
y destilaban Koleston Nogal en las verdes salas de la espera
mientras el señor de la campana reinaba sobre catangos blue
y pomos y epigramas y franelas y sobrerrelieves dorados
porque el mundo aquí era de bronce... y había que lustrarlo.

Pasaba un tren amigos y entre mortadelas gigantes
y los tristes acordeones del fondo nos sentábamos,
mi imprudencia y yo, cerveza en medio,
a leer Papillon ante la mirada oficial de la "Ferroviaria".
Y era el espinillar y luego las lagunas con chajaes
y las pescaderías y el tiempo de esperar y los sauzales, pasaban
y las inmensas lunas amarillas contra cielos cobrizos, pasaban
y el tiempo de creer y los campos de Urquiza, pasaban
y cada tranquera era una vela que se consumía en el pasado
y entre Bay-Biscuits y malolientes marinerías de cabotaje,
aquella boa musical caía desde un reino de jaguares
y entrelazaba el mundo y Buenos Aires.
Y luego, después, entonces supe lo que implicaba:
haber llegado a Buenos Aires.

Pasaba un tren que pasaba y un día ese tren se hizo lagarto
y subieron los carriers y los panzers y los soldados
y están vivos aún los árboles de Marzo del '82
y el oliva de las charreteras hacía desaparecer
a los hombres de azul y a los hombres de gris
y los hombres de paja y a los hombres de maíz
y a los hombres de barro y los hombres de madera
y los hombres de jade y a los hombres de oro
y entonces lloviznaba y después llovía a cielo pleno
y todos los hombres eran marrones y la lluvia los seguía
y el tren se iba con la lluvia y era Marzo y llovía
y donde había contrabandos o melones ahora había soldados
y donde había gurisas de blusas transparentes,
/ahora había soldados
y donde había cebúes o piedras mora, ahora había soldados
y la '202' era un avión de juncos, una balsa de barro
/entre colinas
y nadie podía sentarse a las ventanillas del aire sin un arma.

Pasaba un tren, amigos, y otro día
ese tren pasó y subió y yo estaba en Curuzú Cuatiá
y el General no estaba y el tren paró, pitó y se fue
y nadie bajó por sus escalerillas asombradas
y todos debimos caber en esas auras, pero era prohibido salivar
o agitar las ramas del laurel o beber de ese cáliz o decir
que esa luna de la media tarde con forma de pisingallo
era una deuda y un salmo que ahora florece entre ángeles
/ y caballos
porque ese tren era la flor del mburucuyá de una generación
y marchaba hacia los esterales con su población de ánimas
por los morenos ojos del andén y los escapularios
de San La Muerte.
Y ese fue el aviso de mi tren que se esfumaría
/en arenales correntinos,
transfigurado ya, por el aullido interminable de las madres
/y de los perros.

Pasaba un tren, amigos, por aquella mar de latifundios y de alas,
pasaba un tren que no regresa y pasa y todo fue tan rápido

/¿será?
que fue como si era nada más que un tren que pasa
/en un poema:
una sílaba incendiaria perdida en un reino de formas y sonidos,
y que ahora es apenas un yacaré blindado, anfibio para el olvido,
que se hunde solitario en el pecho magnético del Sur,

contra las metalurgias eternas de la constelación del Centauro.



Miguel Ángel Federik (Argentina, Entre Ríos, Villaguay, 1951)





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