jueves, 17 de diciembre de 2009

EN UN BAR



Estaba yo en un bar
cuando entró un santiagueño arrastrando
su complejo de Edipo.
Buscaba a la madre tierra
la que hacía más de un siglo
que acababa de mudarse
al potrero de la otra cuadra.
Pensé en mi madre
y me clavé un diente del peine
que estaba usando como tenedor
de libros.
Una rubia se me sentó al lado
y, mirándome con lujuria,
me dijo que se estaban cayendo
las bolsas del mundo.
No sabiendo yo a qué bolsas se refería,
recordé que a mí se me había caído
una bolsa de cemento arriba del dedo gordo.
Grité
como si me estuviese pasando en ese instante.
La rubia se sobresaltó y se convirtió en morocha
y, como a mí me gustan las morochas,
la invité a bailar
pero ella me dijo que era huérfana
y, en lugar de bailar,
lloramos.
En eso, y por mera casualidad,
llegó un pañuelo recién planchado
que nos fue muy útil.
Yo no tenía nada de sueño
y pedí otro vaso de sólido
porque no me gustan los líquidos
y me quedé mirando un cuadro
de situaciones bastante complicadas.
Aún los cuervos no graznaban en occidente
cuando entró un policía
y, luego de saludar a todos,
me llevó a mi casa.
Allí, mi mujer
me tomó las huellas dactilares,
me desnudó,
me encerró en una celda
y se llevó las llaves.



Jorge Estrella (Argentina, Zárate, Prov. Bs.As.,1944; Buenos Aires, 2014)


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