viernes, 12 de febrero de 2010

POR ENCIMA DE LOS TECHOS



























Visitas

Las aguas del salado visitaron mi barrio,
fue una lengua enorme, sedimentosa, oscura,
no se parecía al río manso de mi infancia,
más bien era el mismo demonio
que estiraba su lengua sobre nosotros.
Todos los vecinos subieron a los techos,
y yo juro, y mi perro jura,
vimos a Dante y a Virgilio
pasar en bote por mi calle
rumbo al purgatorio.


Caverna submarina

Era una particular caverna submarina.
Yo avanzaba y el ruido del agua era algo nunca oído.
Yo que me eché a oír
el agua de los ríos de llanura
y de los ríos de montaña,
a esta agua no la reconocía.
Esta que mis pies movían dentro de la casa
sonaba como de otro mundo,
como proveniente de otra realidad.
Y era una suerte que ya hubiese bajado, mucho.
Esperé todo un día luego de que comenzó a descender,
seguí los consejos de mi vecino: “con el agua en las rodillas sí,
con el agua al culo no”, por lo demás, había que conservar la ropa,
lo más seca posible, y, al fin,
bajé a constatar la presencia del intruso: el río en mi casa,
pero a él, más antiguo que yo, más viejo que una ciudad
de más de cuatrocientos años, todo le era indiferente.
Ahora yo visitaba esa extraña caverna poblada por objetos flotantes
y moles de madera que amenazaban caerse.
Yo era un hombre de cientos de miles de años de antigüedad.
El progreso, ciertamente, nos había llevado muy lejos,
había tomado una gran curva,
se había enrollado
como la serpiente que se muerde la cola.
Yo avanzaba en medio de la confusión,
pero de todo aquel extrañamiento:
el ruido del agua que desplazaban mis pies,
un ruido que nunca había oído
era la nota mayor,
el ruido, un ruido que dudo
jamás pueda olvidar.


Por encima de los techos

Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio, a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles.
Caminando por allí reparo en alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa que el efecto
de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.



(De: Por encima de los techos,
Ediciones Leviatán, 2003)

Roberto D. Malatesta (Argentina, Santa Fe, 1961)



IMAGEN: Inundación en Santa Fe (2003)



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