No deseo hablar con alguien que ha escrito más libros de los que ha leído.
viernes, 31 de diciembre de 2010
Bailé con una mujer de fuego...
Bailé con una mujer de fuego
En las colinas brumosas del valle de California
Me contó una historia
En la que yo tenía que ser el actor de sus sueños
En la pantalla gigante sólo aparecieron sombras ardientes
Por los paisajes grises nadie vio correr
A la actriz enloquecida de amor
Ni nadie se dio cuenta del galán vestido de blanco
Nadie tampoco pensó que ese film aún no existía
La realidad de esa película era un pozo oscuro
Pero los espectadores querían el beso final
En algún lugar de esa ciudad imaginada
Teníamos que encontrarnos
El director nos buscaba para detener esta absurda filmación
Bombardeó las imaginarias calles
Los cuartos de hotel los parques y las autopistas
Quedó una cámara de filmación dando vueltas en el cosmos
Yo y la actriz éramos astronautas perdidos
Abrazados en alguna parte de las galaxias
En la pantalla nunca aparecieron los protagonistas
Sólo el cartel mohoso sobre los edificios
Anunciando el estreno mundial que nunca llegó
Dos actores de una historia soñada
Dos estrellas perdidas de Hollywood.
Javier Campos (Chileno, Santiago, 1947)
domingo, 26 de diciembre de 2010
TERRIBLE LEVEDAD
Dejemos el sitio en su lugar,
eso que está ahí es un duraznero,
después de esperar, tiempo y tiempo,
embarcados en una lanchita
frente al temporal, o parte de su toalla
y su cabeza rubia, después, cómo la lancha
trepaba el agua, adormecimiento
entre plomo y plomo y arena remojada
Las nubes y los árboles trepaban
hacia atrás y la lancha trepaba el agua.
Breve estadía en el bote de moebius.
Villa la ñata era el punto, canal no sé
cuanto donde íbamos
Relación entre desperdicios y cosas
Ya en la mañana anterior había visto
yo en la lancha colectiva cejas
rubias enmarañadas, había visto yo
dos calas de agua, cuchillo entrando en el
cuadrante fresco
Y en la levitación de la fiesta, casamiento,
el globo terráqueo, y en ningún punto,
en todos, se estaba
La ida, matorrales, obras en construcción,
canales, criaderos de chanchos, almacenes,
calles de tierra, y yuyales, montes, baldíos,
autos abandonados, topadoras, palas mecánicas,
hombres-sánguches bajo un toldo de naylon
entre árboles secos, una morocha
se baja en un criadero de pollos,
el resto sigue en el camino de hormiga
por donde va el colectivo, curvas, lejanía, cercanía,
del monte, costas de los canales, planchas de
cemento, tirantes de hierro, caños,
hombres, parsimonia de los hombres, enormidad
que los tiene dentro, andamiOs, montañas de tierra
arrancada, obras sin nadie,
-quién hizo todo esto y en cuánto tiempo,
cómo se puede abarcar la extensión, abrir paso
con maquinarias, haciendo desperdicios
El colectivo termina en un zanjón
Lanchas con sus dueños zarpando,
amarrándolas, alrededor, el agua
verdinosa, atravesamos un puente arqueado
y caminamos del otro lado del canal,
entre el asfalto de la calle y la barranca
y los muelles: tom soier, la tana, nahuel,
su novia, pidiéndonos fuego, y hablando
de la casualidad, todo lo obvio, cosas
que ahora el aire nos debe
Casualidad al subir al tren
en barrancas de belgrano
De todo lo obvio, el ruidito
de las piedritas bajo los zapatos
Doblamos y vamos por calle
de tierra hacia el otro canal
Casas, piletas, perros, autos
estacionados, almacén, allí preguntamos
para llegar al embarcadero,
nos responden que los que van
al casamiento siguen derecho,
vamos derecho, llegamos
Una lancha colectiva especial para nosotros,
último viaje, pasan lista, bianchi, bianchi
no viene, desiderio, desiderio abandonó,
respondo
Veo gente desconocida y lindas chicas,
novios, maridos por doquier,
niños, chupetes, muchachos
de pantalones pinzados o jeans
con camisas rayadas,
parados, mirando el continuo splash del agua
Oblicua a mí, parece compenetrada en una
conversación dentro del murmullo
y el ronquido de la lancha,
pero sigue así todo el viaje,
y sigo así en un largo de fotos
Lleva puesto un vestido, no recuerdo
ahora si era claro, tiene color en la piel
La lancha va despacio, veo la isla,
toda esa gente de pie, sentada,
la música, algunos bailando, copas en la mano,
entre los árboles (para nadie comento que
parece una propaganda de gancia),
el esquema de la casa, veo a durán en el muelle,
flaco, y como mirando en general
La pequeña de fulvio me contó
decimonoveno al bajar de la lancha
Nos encontramos, es un mediodía
cerca de una ciudad, sin desayuno,
con un poco de vino frío en la sangre
Nublada
luz entre los árboles y calor soplando
con el torrente del río... manuel, fulvio,
su niña y alguien más reman en canoa
desde la otra costa trayendo una carga de libros
de la casa abandonada del ruso anarquista
... ...,
Ahí vienen, se aproximan, no dicen nada,
se aproximan, y cuando me doy vuelta
están volviendo, la luz en caras que
no dicen nada, suspendidos como en acero
Me gustaría comentarle a bianchi
que el arquitecto del universo mandó
entre las nubes un telegrama cuando la novia
salió a la galería (casa chorizo sobre pilotes,
las crecidas del río...)
Se lo comento a ezequiel,
ezequiel me pregunta si estoy convencido
Del costumbrismo
Es el baile ya en plena noche después
del segundo asado, del asado nocturno,
la miro verla bailar, la miro, vuelvo a mirarla
verla bailar, insisto, la misma cabellera rubia,
mismas cejas, tal vez el mismo vestido
del inicio en la lancha, pero ahora tiene
otros zapatos, me parece...
bajo la sombra negra de los árboles,
la galería de la casa, baila la novia con ella,
y otros bailan, uno de pelo largo
con ella, baíla sola un rato
(quieto y como remando yo
por un resplandor lunar)
Dejar de mirarla no puedo
como sí no lo estuviera haciendo,
y como que la mirada y ella
son el mismo asunto, me la
tendrás que devolver en esto que ahora
digo aunque sea
Los acontecimientos son la gente
Rilke vio a la mariposa salir
del mismo lugar que la rosa
algo confundida,
enlazada en los mismos pensamientos
El árbol que decía algo infinitamente,
o lo estuviera por decir... luces
prendidas en el parque
y carcajadas que chocan,
repelente off en la piel de las mujeres,
hamacas, el brillo
del río, y el río paralelo
En la mesa nocturna la copa de champán
y todos medio alterados
por efecto de la luz recién prendida
en el parque, brochazos
Invitados, por ahí, adentrándose
en la nueva causa de la noche
Ganas de ver brasas
De beber mientras uno las mira
y oye voces discordantes.
Debo ir, no debo girar
la cabeza hacia atrás, me sigue
Trasnoche en la isla,
cuando termina la danza
los muchachos a la orilla,
el resto a dormir como
puede en piezas y galpones,
madera y piso de cocina,
y parte del tiempo
Que la veo danzar
Después la veo cansada de danzar
sentada en la otra punta
de la mesa, hablando con gente,
tomando sevenap
La mañana después de dormir
en una de las piezas de la casa chorizo,
ya es cualquier cosa en el muelle,
invitados que durmieron en las hamacas de la orilla
deambulan, toman mate, hace horas
frente a una difusión entre nubes
plomo y el río color picadillo, horas en el muelle haciendo,
viendo lanchas, ninguna es la que me saca
de aquí, la llovizna que empieza,
empapa, decido partir como sea
Y se cuentan las mismas cosas todo el tiempo,
recordando episodios de la noche,
qué pasó anoche? El asado?
Comentarios sobre la parrilla
y críticas al asador de un charlatán
que picaba como un mosquito
al gigantesco asador, coro
de bromas incoherentes para el mosquito,
todos locos entonando cánticos como
pretendientes
Bruma y llovizna en la mañana
Hacia la ciudad en la noche había
un resplandor
Hacia el paraná el paladar
donde iban lanchas rojas
Diálogo con la luna en mi hamaca
de espectador
No sé cómo fue pero su rostro se levantó
de entre las mantas
y la oscuridad cuando yo pasaba
de una a otra habitación buscando
a los dueños de casa para decirles que no había
"lancha-río-picado, frente-de-tormenta"
Y horas esperando en el muelle:
vagabundeo por el interior, sol lechoso
y almas por la zona abandonada,
modo de salir hacia la costa y de allí
a la ciudad, entonces
la antigua danza me obsequió a manera
de mate la alta flor de la noche
despertando sin causa
humedecida y desde un rincón habiéndome,
el mismo rincón donde las mujeres
suelen hablar al buen Kafka
Cuesta creer... rasgueo de los días...
buscaron sus vetas hasta fijarse
en ésta, su adormilada dicción
Su voz que pregunta: no sabes a qué hora
pasa la lancha... porque tengo que ir a trabajar
Tal cual, yo también trazaba mi
objetivo y disponía el regreso... si
la intemperie tiene un nombre
tiene el nombre de lo que decidas,
el valor de tu peso como la gota de un nivel
Cerca de las doce del mediodía,
no hay lancha, me dice neo (recién casado)
después de llamar a la estación,
de lancha hasta las tres de la tarde no hablar,
demasiado tarde para el retorno de ella,
y ni hablar del mío al trabajo
Neo pasea por la galería averiguando
por celular horarios y combinaciones
imposibles para salir de allí, las luces
se desenfocan hasta dejar brillosa una noche
Entonces subimos con la tormenta
ya sobre nosotros a la lanchita de
mangone (recién casada)
que la conducirá hacia la otra costa
No puedo olvidar aún el merodeo
de los cuerpos en el parque reparando
inquietud y olvido, veo sus reflejos
rubios, vestida de jean, ahora, olvidada
ya de la fiesta, esperando un retorno
al papelito arrugado y azul para envolverse
Me he vuelto cínico
en la espera, me interesan sus cejas opulentas
y su bella figurita desde la casa conversando
con una amiga al borde del muelle,
con una bolsa calvin klein en la mano donde
lleva su vestido y sus zapatos de fiesta,
mientras el agua pasa y los matorrales de
enfrente asoman ojos púrpuras en ésta,
una velada oscuridad
Mangone maneja con pericia,
el volante en su mano es una tuerca que conduce
el eje de un hueco mecánico encrespándose
por el medio del canal entre compases
confluyentes
Es cierto que este pequeño volante
puede obedecer su decisión
subiendo la cortina de agua que cede,
el pequeño volante volanteándose en la lluvia,
hago contrapeso
yendo adelante y ella me hace contrapeso
apoyada en mi espalda y tapándose con una
toallina blanca y verde; me convida
la mitad de su toalla, su mojado cabello
rubio y mis crenchas negras vueltas lacias
con el paso de la velocidad más el torrente
Dínamo en un lugar despierto sondea su espalda
y los frutos de su ser amurallados
Vida en recia tormenta, pero leve
Reímos con neo. Ya la toallina se vuelve
una orquídea sobre la que echamos un terrón
de arcilla. Los latidos de la vida deben ser
como una bolsa llena de esféricas apelaciones
El viento se traga mi garganta
en el olor acuático y la cara helada
vuelta un vidrio, eh, me gustaría fumar
ahora con la cara descubierta hacia el oleaje
Un pendiente, mi ínfima conciencia,
relato de los golpes de la chapa
en el agua en agonía diseccionada
La suerte nos reclama, acollarados,
dos caballos asomando sus crines
en un pastizal
¿Algo más elemental que la lluvia
contra estas casas con sus estilos
para desagotar la inundación?
El auto de neo está en el embarcadero
La bolsa de ella colgada de su antebrazo
haciendo equilibrio habiendo bajado todos,
en el núcleo de la lancha sumando sus cosas,
contándolas, y con agilidad, un paso de sandalia
de taco bajo al borde de la lancha
que se inclina en el colchón del agua
respondiéndole, un paso al frente
por sobre el vidrio y depués en la tierra despareja,
cambiando palabras comunes con mangone
que la mira hacer,
Y un momento todos miramos
cómo hace una cosa, un paso, la bolsa, el
equilibrio con los brazos, hacer y deshacer otra,
salir del agua, quitando sobrecarga
de rojo en un papel
Ya en el auto, cerradas las puertas, el alivio
de escapar a la fría lluvia, ganas de hablar aunque
con la vista fija, quiero decir algo sobre la obra
de la suerte, quiero hablar de la suerte, la mejor,
flor de cardo, y digo que esperé el tren el día
anterior en barrancas de belgrano, sin saber
dónde ir una vez que el tren me dejara en tigre
Allí esperé el tren donde recordé a laura
con la remera de beivis and badhed,
a laura una mañana parecida (sí que es fina fina
le dije tocando la tela), medio nublada y fresca,
esperando el tren un día de cumpleaños mío
que íbamos a festejar a casa de laura crespi
en san isidro, y estaba otra vez allí con una mochila,
cuando se abren las puertas del tren,
y no sé si puede haber mejor color
que rubia hebra
Rubia hebra de mujer alcanzándote un mate
en el momento, él cumpliendo su ronda,
reposición del ser, la tana, esposa de tom soier,
sin escándalo, desde uno de los asientos
me mira alcanzándome
Y así fue que llegué, comenté, por casualidad,
porque tom y la tana me llevaron a la fiesta,
comenté, reclinado contra las nubes
al frente y el ruido parejo del motor del auto
cruzando baches y lomas pavimentadas
Hasta el cruce de panamericana en auto, saliendo
de yuyos y casas: la masa de lluvia fina rodea
al 60, apresurados bajamos del auto y cruzamos
en diagonal despidiéndonos sin besos
Ella y yo rumbo a capital bajo lluvia ladeada
Ruedas sobre el pavimento
Edificios, fábricas, tramos de cielo cerrado
(La luna empieza a decrecer)
Se reclina ella con su rostro cubierto en parte
por la prolija mata de pelo, las cejas alineadas
cumpliendo la abundancia,
la armonía se quema accidental. Hablamos,
desconocemos, nos apropiamos de lo no trabajado,
dispuestos
Buscaría ensoñadora mi hombro pero no lo sabe
La lógica me ofrece a mí en una cuchara,
la suerte simplifica despejando la maleza,
hace su cuenco e inflama pasión ingrata
(Detenido el sueño nadador ¿qué hace?
Tantea principios)
En la isla quedamos pilar, novia de durán, y yo,
que no se puede mover a causa del tinto,
fulvio y ezequiel en una mesa central,
cruzándonos botellas y bocados, durán y tom
arrojándose un disco de plástico traído a la velada
por tom, el disco juega con nosotros
hasta que el baile se desata y vamos precipitados
hacia ese fuego, gordos con el vino en la cabeza,
mujeres bailando con la novia, el paso desmecanizado,
comedia, del novio Quedamos: vino y cuero
"Entre un vaso de agua y un vaso de vino existe
la misma relación que entre un delantal de tela
y uno de cuero. -Pero entre ellos existen parecidos
de otra clase, igual de profundos: la cuadra
y la curtiduría no distan mucho de la bodega.-
Sin duda se debe al tanino que el vino y el cuero
estén así de unidos"
Larvas, pulgas, perros, barro, huella, parrilla, vulvas
en bikini, vacías botellas, hielo en el tambor,
manuel atragantado, reclinada en el asiento del colectivo
cree prestar atención, palabras en el acto de despegar
mi nombre y mi ser del sentido figurado que se ve
en !a ruta, vuelto mi rostro hacia su cabeza
reclinada en el fondo, tratando de repetir mi voz
el bizantino vidrio sobre los colores divergentes de la fiesta,
por la noche en' el muelle reclinado sobre el ala de una carpa negra,
viscosa, la marea de moho se junta y adhiere,
recuerdo los ojos colorados de tom al salir del agua
Camino de vacas, pienso
Acostado en uno de los banquichuelos del muelle,
durán y pilar en la escalera hacia la luz
que aparecerá de la lancha desde la ciudad
(el lado del canal donde se ve aureolado)
trayendo la carne para el asado nocturno
Los ojos se agrandan en algo merodeador,
tal cual la naturaleza con sus lanchas
entradas en el proceso sin sol
El cambio está y el valor de la noche se desprende:
una morocha toma hebras de tabaco y riega
con sus dedos el papel y después de sellarlo
con su lengua te ofrece el cigarro
Desde la lancha que vuelve con el asado,
desde la ciudad se ven señales de linterna
El colectivo corta la lluvia por panamericana
Ella dice que va a dormir un poco
(Yo voy a pensar)
en el escuro lenguaje de las sensaciones
Los pasajeros duermen reclinados
o piensan
en el oscuro lenguaje de las sensaciones
Veo las cosas pasar hacia atrás
Hablamos de Oé, tamisaki, ishiguro,
del trabajo, suyo, su común indagar,
el trabajo de darse a conocer
tildado en la butaca, descendiendo al movimiento
Hablamos sin esperar Lo esperamos
Todavía molidos por la corrosión de la luz,
que lo que tenga que brillar brille más
Sosiego que el alcohol nos da,
corte de árboles nocturnos, rayas
de agua orientando el movimiento,
neblina alrededor de la isla
Sucesos orilleros, por neo:
"Grandes y rígidas las hojas de las magnolias gotean
el rocío y remojan la arcilla" "El agua espera para
luego percudirse y arremolinarse entre
las hélices de los motores" "Nada brilla en el río
salvo la punta del cigarro de Nicollno,
la niebla tapa estrellas y agua (...) un muelle
que tiene un techito a dos aguas y del techito pende
un farol, parece un escritorio con una lámpara
en cuarto oscuro" "¡Ah! cómo se ponía el finado
Evaristo cuando le escondían la armónica.
Un día los amenazó con una cuchilla"
Uno de los puentes que cruzarnos es puente saavedra,
el cielo de garganta abierta
Bajamos y corremos Su cabello amarillo un poco
quema Gotas aisladas en e! trayecto que corremos
haciendo trasbordo en otro colectivo, el 68
El olvido golpea y entra a una casa con fogón
donde miramos imprimiendo una llama incolora
Hacemos correr el tiempo de la ventanilla
Debo ir: cabildo-santa fe-la rioja-santa fe,
digo eso, me alimento de ese revuelto en una ciudad
Antes de bajar, te cambias otra vez?
Qué? -Ah, los zapatos, casi la 1.30
sobre pueyrredón Shopping palermo (o el trabajo)
y sumarme a un banquito en la enfermedad
de la espera
El banquito de mi casa también, la enfermedad
El cielo sobre el agua del tigre medio
marrón y verde Copas, árboles que entornaban
la puerta cargándose de aire
Y dentro de la oscuridad, lo ridículo de la luz,
aglomerado ante semejante espectáculo,
los hombres cumplen con sus sueños, es así
Los relieves morosos, árboles, muelles, astilleros
y gente en el río derivando, y chimeneas
que fueron anaranjadas
como puestas en la quebrada línea
Lluvia Sobre techo de cinc, de tronco ubicuo
parece un río de verdad La cruz, las gotas rápidas y delgadas
en infusión, deteriorado ardiente: chatarrita, abrojo
Vamos que hay mucho viento
y la caída de un proyectil, vamos,
vámonos vámonos
Esperar como si no fuera suficiente,
crimen o verdad en silencio, rotura
de la piel, frente a las hojas apagadas
que el duraznero tiende, disparón
en la cabeza despierta, con iluminaciones
innecesarias, ya
José Villa (Argentina, Martín Coronado, Pcia. de Bs.As., 1966)
jueves, 16 de diciembre de 2010
NAVIDAD
El árbol más grande de Provenza.
Una jofaina de barbero de loza blanca como
Leche. Un chaleco de terciopelo
Merde d'oie. Poesía medieval. Una falda
De cretona almidonada. Un jersey
Merde d'oie. Una mantilla. Seis ollas
De cobre. Un letrero de latón.
Muñecas. Un belén con figuritas. Boules.
Bolos. Vestidos. Docenas de
Paquetes llegados de América. Un ganso
Con ciruelas y almendras. Champán,
Chateau Simón, Coñac. Fuera los surcos están
Helados. Los pinos de Cézanne tienen
Un color gris acero. El Mont Sainte Victoire
No está azul ni verde lavanda en
El cielo: está brillante como piedra caliza.
Hace dos semanas que el viento
Del Sur trajo por sobre la colina el sonido
De las minas de Gardanne. Las niñas
Cantan canciones de «Mirille» y la «Pastourelle
Maurel» y representan la función por
Turnos. Pierre Lapin ronronea bajo la estufa
Humeante. Una nube de escarcha cuelga
Bajo los desnudos plátanos del Cour Mirabeau.
Bebemos grog en Les deux gargons.
Visitamos a dos amigos americanos y a una
Heroína de la Resistencia. En la
Misa, el obispo, al pasar ante nuestro banco
Ha ofrecido su anillo a nuestras niñas
Para que lo besaran, pero en la calle catedráticos
E intelectuales gaullistas aún nos miran
Con desdén. Visitamos la tómbola para la residencia
De ancianos inválidos. El letrero del
Arco festoneado dice: «Les souvenirs des jours
Heureux sont terribles a ceux qui
Souffrent et qui sont seuls». Medianoche,
Las estrellas de primavera ascienden
Por sobre el Mont Sainte Victoire, que se
Alza como un cristal de cuarzo
En el cielo y al final de la carretera.
Kenneth Rexroth (E.E.U.U.; South Bend, Indiana, 1905- California, 1982)
(Traducción: Carlos Manzano)
viernes, 10 de diciembre de 2010
DESDE LA CUEVA
Miro el amaranto
mira hacia el patio
busca toda la luz posible,
yo que estoy adentro veo
lo posterior:
Cristalino lava mi mirada
con sus nervaduras asimétricas,
de sus médulas se sostienen
hojas sanas con bordes redondeados
un vientre verde y rosado, intenso, locuaz.
Es tierra, agua y una especie
donde espinazos florecidos
en suave lila son las rutas
que derrumban mi escepticismo.
Ahora que puedo
leerlo claramente
veo mi falta de fe
en aquello que amo y que me ama.
Adriana Borga
(de Animalidad humana,
tomado de "Las 40"
Poetas santafesinas
compiladas por Concepción Bertone)
tomado de "Las 40"
Poetas santafesinas
compiladas por Concepción Bertone)
Adriana Borga. Nació en Rosario, provincia de Santa Fe, en 1961. Ha publicado Animalidad humana (2003). Adriana Lilia R. Borga, además de artesana y docente, es estudiante de Letras de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Coordina del taller de Lectura y Escritura (narrativa y poesía) «Taller del Sur». Publicó en el diario El Correo de Firmat, localidad donde vivió su infancia y gran parte de su adolescencia y en las revistas rosarinas Ciudad Gótica, Los Viajeros de la Underwood y Los Lanzallamas. Participó en la performance Cielablues en colores con Graciela Sillico y Adriana Gaff y en el v Festival Latinoamericano de Poesía de Rosario. En 1989 la Municipalidad de Firmat le otorgó una distinción por su desempeño en la labor comunitaria y por sus aportes culturales. En 1993 obtuvo uno de los premios nacionales de la Comuna de Capaccio-Paestum (Italia). Tiene un libro inédito, Coral.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
ANTES QUE LA PALABRA...
Antes que la palabra encrucijada
tuviera otro sentido,
era seguro el sitio del camino
por donde me iba, entraba al pueblo.
Un portón con un galpón al fondo
pudo ser escenario adecuado
para un hombre mayor con deseo
en su valija,
casi tanto como la hija de mi padre
que no fueran mis hermanas,
una mosquita
muerta viva.
Retenido en un rincón -hay olor
a aceite, a grasa de motores
mezclada con la tierra- se revela
en un punto
como esa luz acrisolada, cegadora
en donde pone el ojo
la criatura. Recuerdo
encubridor o encrucijada o nudo
al que regresan mis pasos
desandándose
sobre la propia huella, inadecuada.
Así, la sombra que se engrosa como mujer
niña del ojo
del amo o sanguijuela. Cuerpo sombrío,
que no dará a la luz partes salientes
ni hijos
ni sacará de sí la fuerza necesaria
para parirse, ni irá a París, ni será
para nadie.
A la par de su padre como una sombra
y de su madre como la otra
no nombrada. Encrucijada
y todas las versiones
de una misma, que no puede partir
la diferencia.
(de:Seda terrestre)
Tomado de "Las 40"
poetas santafesinas
compiladas por
Concepción Bertone
poetas santafesinas
compiladas por
Concepción Bertone
Lelé Santilli
Lelé Santilli, poeta argentina. Nació en Armstrong, provincia de Santa Fe. Publicó el libro de poesía Seda terrestre (1992). Lele (María Esther) Santilli es rosarina por adopción. Vivió en Buenos Aires, donde coordinó talleres de escritura en un Hospital de Día. Ha escrito teatro y relatos. Actualmente reside en San Francisco de California, Estados Unidos de Norteamérica.
jueves, 2 de diciembre de 2010
MIS QUERIDAS SE MURIERON
I
¿Entrada al libro de caja de un solterón?
Hace tiempo que han dejado de estar a la moda los guantes blancos. Sin embargo, la última de mis amigas traía, esta tarde, un par inmaculado de guantes blancos. Durante las horas que pasamos juntos en el cuarto desmantelado del hotel de barrio, mis ojos volvían hacia algo anormal y que escapaba a la lógica y a la estética de esa cámara banal, perfumada a tabaco como el bolsillo de un sobretodo. Era el par de guantes de mi amiga, exánimes sobre la chimenea. ¡Intachables guantes blancos!... Evocaban la conciencia de otra época o el romanticismo de salón y de actitud, que desde la muerte de Bécquer o desde el pistoletazo de Larra se ha ido alejando de las grandes ciudades hacia los corazones de provincia. Ese par de guantes era el de una novia, como podía ser también el de una tierna esposa, que los conservaba intactos, para arrojarlos a la cara de su marido el día en que concibiera la primera duda, o a la cara de su amante, en cambio, el día en que la engañara.
La amiga de esta tarde —creo que se llamaba Marta— había aparecido en mi vida como aparecieron miles de enfermeras durante la guerra, y otras mil mujeres que aspiraban a conducir camiones con material sanitario. Tenía como ellas la bondad a flor de piel y el apropósito sobre el seno, como en las nodrizas.
Una vez, me dijo, mientras se peinaba:
—Los miopes y los hombres viejos aman siempre a una mujer rubia. Los ojos gastados sólo perciben las cabelleras luminosas.
Marta peinaba sus largos cabellos rubios. La miré y sentí toda la verdad de la observación. Yo no era miope. Era un hombre viejo. Había preferido una rubia...
Me quedé pensativo.
Una hora después tuve miedo de quedarme solo. Me acuerdo que en el diálogo que tendí de mala fe para retener a mi amiga, le dije:
—Al irte ayer, no te diste vuelta a saludarme. Te vi perderte en la calle y al llegar a la esquina doblaste, sin hacerme una seña. Yo me había quedado en la puerta de calle...
—No dices la verdad —repuso Marta— Te dije adiós, varias veces, con la mano en el momento de doblar la esquina.
Al día siguiente, le repetí la escena:
—Ayer tampoco tuviste la bondad de hacer un gesto. Vi alejarse tu coche, y tú no cambiaste de postura. Vi tu nuca, tu sombrero en alto. No moviste el cuerpo. ¿Por qué no diste vuelta la cara?... Eres una madame Bovary, que olvida...
Mi amiga meneó la cabeza, sonrió como las rubias sonríen entre los celajes rosas del crepúsculo.
Hoy mi amiga se despidió afectuosamente. ¿Querría reparar la falta de los días anteriores? No lo sé. Pero no bien se alejó el coche, vi que no reparaba el olvido y que éste era un pliego cotidiano. No daba vuelta la cara. Nada se movía en la sombra obscura del automóvil. Estaba en lo cierto, por mis suposiciones. Marta se entretenía conmigo. Pasaba unas horas amables junto a mí, y eso era todo. Pero no me quería.
De pronto, algo raro surgió por la portezuela. Me imaginé que echaban un paquete fuera. Pero no. A la luz de los faroles, vi la mano de Marta. Era bien su mano enguantada de blanco. Afectuosa y tierna mano de mi amiga compasiva. Sí, se había comprado un par de guantes blancos para que pudiera seguir su rastro a lo lejos y no se me escaparan sus señas... Había tenido una idea encantadora... ¿Su bondad pudo prever el daño? No lo creo. Aquí comienza este libro de memorias. Hoy, que me siento viejo. Hoy, cuando necesito que mis amigas se pongan un guante blanco para comprender que me dicen adiós a la distancia, corrigiendo con la luminosidad de su mano la fatiga de mis ojos, que como van perdiendo el azogue, tienen una sonrisa de esfuerzo atenuada que los hace más seductores.
Esa mano, enguantada de blanco, lleva el ansa en el entierro del solterón empedernido.
Yo dedico este libro a ese guante blanco, pasado de moda, como mi amor y como mi persona.
La amiga de esta tarde —creo que se llamaba Marta— había aparecido en mi vida como aparecieron miles de enfermeras durante la guerra, y otras mil mujeres que aspiraban a conducir camiones con material sanitario. Tenía como ellas la bondad a flor de piel y el apropósito sobre el seno, como en las nodrizas.
Una vez, me dijo, mientras se peinaba:
—Los miopes y los hombres viejos aman siempre a una mujer rubia. Los ojos gastados sólo perciben las cabelleras luminosas.
Marta peinaba sus largos cabellos rubios. La miré y sentí toda la verdad de la observación. Yo no era miope. Era un hombre viejo. Había preferido una rubia...
Me quedé pensativo.
Una hora después tuve miedo de quedarme solo. Me acuerdo que en el diálogo que tendí de mala fe para retener a mi amiga, le dije:
—Al irte ayer, no te diste vuelta a saludarme. Te vi perderte en la calle y al llegar a la esquina doblaste, sin hacerme una seña. Yo me había quedado en la puerta de calle...
—No dices la verdad —repuso Marta— Te dije adiós, varias veces, con la mano en el momento de doblar la esquina.
Al día siguiente, le repetí la escena:
—Ayer tampoco tuviste la bondad de hacer un gesto. Vi alejarse tu coche, y tú no cambiaste de postura. Vi tu nuca, tu sombrero en alto. No moviste el cuerpo. ¿Por qué no diste vuelta la cara?... Eres una madame Bovary, que olvida...
Mi amiga meneó la cabeza, sonrió como las rubias sonríen entre los celajes rosas del crepúsculo.
Hoy mi amiga se despidió afectuosamente. ¿Querría reparar la falta de los días anteriores? No lo sé. Pero no bien se alejó el coche, vi que no reparaba el olvido y que éste era un pliego cotidiano. No daba vuelta la cara. Nada se movía en la sombra obscura del automóvil. Estaba en lo cierto, por mis suposiciones. Marta se entretenía conmigo. Pasaba unas horas amables junto a mí, y eso era todo. Pero no me quería.
De pronto, algo raro surgió por la portezuela. Me imaginé que echaban un paquete fuera. Pero no. A la luz de los faroles, vi la mano de Marta. Era bien su mano enguantada de blanco. Afectuosa y tierna mano de mi amiga compasiva. Sí, se había comprado un par de guantes blancos para que pudiera seguir su rastro a lo lejos y no se me escaparan sus señas... Había tenido una idea encantadora... ¿Su bondad pudo prever el daño? No lo creo. Aquí comienza este libro de memorias. Hoy, que me siento viejo. Hoy, cuando necesito que mis amigas se pongan un guante blanco para comprender que me dicen adiós a la distancia, corrigiendo con la luminosidad de su mano la fatiga de mis ojos, que como van perdiendo el azogue, tienen una sonrisa de esfuerzo atenuada que los hace más seductores.
Esa mano, enguantada de blanco, lleva el ansa en el entierro del solterón empedernido.
Yo dedico este libro a ese guante blanco, pasado de moda, como mi amor y como mi persona.
Vizconde de Lascano Tegui -Escritor argentino (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1887-Buenos Aires, 1966).Vizconde de Lascano Tegui
LEER una antología de la mayoría de los libros del Vizconde y una extensa Biocrítica, más ensayos sobre su obra, en autoresdeconcordia.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Tus pezones
Porque tus pezones son
del color de tus párpados,
van pesadas las horas
por la calle.
Hacia su último mar
de zoológico ardiendo
van pesadas las horas,
las mentiras, el sueño.
Y he encogido las piernas
hasta el alba al sentir
como naves
saliendo por el aire.
Y ha quedado mi brazo
duro
de alzar un ancla.
Y ha quedado mi mano
hinchada y escondida,
hueca como la almohada,
porque son tus pezones
del color de tus párpados
y del color que tienen
los pezones
de la ternera muerta
apenas nace.
Héctor Viel Temperley (Argentina, Buenos Aires, 1933-1987)