miro las estrellas y reviso los acontecimientos de ayer.
Nada extravió el Recepcionista –otrora menos desafortunado-
confinado a un rectángulo oscuro y ventanilla a la pared.
Miro las estrellas exhausto de conclusiones
antes del amanecer sobre el devenir de las cosas.
Pero algo parece definitivo:
Equis de tres años durmió en este cuarto.
Aquí el pasado lo explica el artificio,
los autoadhesivos del cielo raso brillando en la oscuridad,
el firmamento tan cerca
que te calma.
Pieza conclusa para una mañana bien temprano
el sonido del agua, suave y de pronto,
imita al de una cascada casi inexplorada.
Fluye, pero no tanto, como la fuente de un río,
entre las piedras y a borbotones.
El amarillo de una hoja (ni la tapa de una gaseosa),
el único color de los rápidos.
En la carrera desde la panadería contra Languidez,
se revela la maravilla al cruzar la calle,
aria del agua que la pendiente precipita al sumidero.
Pedro Donangelo
Gracias Marcelo.
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