jueves, 5 de julio de 2012

LAS ÚLTIMAS BANDERAS





Finalmente
abandono el refugio del lenguaje.

Voy a vivir a la intemperie.
Voy a vivir donde nadie vive.




Todo se va y escapa.




Arrojo palabras y conceptos.

Dejo mi cuerpo
sobre la palma abierta del instante.                     

Arrojo palabras,
restos del tiempo,
la ilusoria sustancia de los sueños.




Ahora giro y me ato
al centro de un viaje sin retorno.

Pronuncio un Nombre
que deshace todos los nombres.

El aire se diluye.
La noche devora la Noche.




¿Quién habla? ¿Quién pregunta todavía?




El que superó el inestable círculo del tiempo,
Aquel que se estableció en una comprensión absoluta,
sonríe y repite en silencio:

Nada respira, nada permanece.




En este declive de las horas
los signos se ocultan,
se despojan.
Pierden peso y consistencia.

El aire se diluye.

Y yo encuentro lo que no buscaba,
lo que se evade y crece.

Lo que se evade y crece.

Caigo como quien cae.

Como quien cierra y rompe
la invisible puerta de la Sombra.

Caigo.




Los colores emigraron hacia Oriente.




Miro mis manos,
miro mis ojos y mis pies.

Me arrodillo y me inclino
ante lo que palpita y huye,
ante lo que respira y parte.

Permanezco sobre esa huella
                                              que se desplaza y tiembla.                                 

Vivo donde nadie vive.




Estoy suspendido
entre un cielo y otro cielo.
Avanzo sin mirar atrás.

Habito en la última línea del espacio.




Pero, ¿qué late, qué vive en mí?




Yo sólo veo espectros.




Tantas veces pisé este suelo,
esta pendiente del camino,
este país donde todo vuelve a repetirse.

Tantas veces.




Voy hacia un lugar
que se borra y reaparece,

que se borra y salta.





(de Los Jardines del aire, 
Ed. El mono armado, 2012)





Diego Roel (Temperley, Provincia de Buenos Aires, 1980)









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