lunes, 20 de agosto de 2012

LA DISIPACIÓN





Cuando era joven
     Oropélida
no pensaba en nada.

Con una lamparita
   la madre
   le iluminaba
  tanto el cerebro
      que le era
     imposible
         ver

sus propias ideas.

     El padre
   no le dirigía
    la palabra.




    Oropélida
sos una piedra
   que se aleja
   cuesta abajo
     negra.

Tus gestos se endurecen
   tu rostro se contrae
  tanto como una palta

y parece que vas 
 con cierta prisa
 hacia una dirección
 desconocida

flameando de tu cuello
      tules
en todas las gamas
    del verde.




Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.

Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.


Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.


Que las cabezas de los vecinos
             caigan.

Que los vecinos no tengan cabeza.
Que las cabezas de los vecinos se
          sienten a la mesa.

Que todas las cabezas se amen 
          y hablen de mí.

Que sólo coman dulce de naranjas
               amargo                            
               y un ají 
               picante.




Cada noche iluminada
    Lunar Azul cose
        su tela
    perfecta, blanca
       resaltan
       sus ocho

       patas

      tiemblan
   y se desprende
     una lágrima

     de la luna



La  luz horada un hoyo azul en el médano.
Pupé y yo estamos iluminados y flotamos.
Él me habla, hace círculos en la arena.
El mundo se da vueltas
y el cielo está

en la tierra.
      

   
Selva Dipasquale (Argentina, Buenos Aires, 1968)






No hay comentarios:

Publicar un comentario