lunes, 15 de julio de 2013

En mi principio está mi fin


Aquí o allá, en ninguna parte. 
Pero éste es el reino 
¿ Y para qué ojos
            cuando es necesario inventar 
            aquello que deberíamos mirar?
Así es difícil hablar de la Historia sin narrar algún hecho. 
Desde mí ventana veo árboles, desfiles, Escuelas de Guerra. 
(Cada uno está solo cuando muere) 
Así
   pienso en Lorenzo el Magnífico, 
   en su política de orden y de equilibrio. 
   Pienso en "La Rebelión de los Locos", 
   en el puñal que hirió el brazo de Lorenzo, 
   en su sangre que fue un ópalo de fuego 
   cayendo como una paloma ciega
                              como un rojo demente
   sobre la traición pálida y mesurada del sucesor de Pedro. 
   (Cada uno está solo cuando gobierna) 
Pienso en el Capitello de Giotto, 
en las campanas de Florencia, 
en el cuerpo y en la voz magnífica de las florentinas 
que son un susurro y una caricia celeste, 
una melodía sensual y continua, 
un agua de sombras o recuerdos ardientes
                      donde toda la realidad se desvanece. 
(Así
   el paisaje geométrico de La Anunciación 
   ese paisaje donde las líneas son el hombre
   el trazo que hace de María y el ángel el comienzo de lo terrible 
   la armonía del número y las tinieblas.)
(Cada uno está solo cuando crea
                    cuando hace de su vida 
                    un artificio de la eternidad)
Así pienso en mi país,
   en el hombre que un día se fue para su trabajo
   y dio trabajo a los asesinos. 
También se llamaba Lorenzo, 
también creía en el orden y en el equilibrio 
pero no en la política. 
También su agonía fue roja y oscura
como su vida         como su verdad.
(Cada uno está solo cuando muere.) 
Pienso, finalmente,
   en el último discurso de Bartolomé Vanzetri en la Corte. 
(Si no hubiera sido por esto
   yo hubiera podido vivir mi vida 
   charlando en las esquinas 
   y burlándome de la gente.)
Nuestras palabras        Nuestras vidas  Nuestros dolores. ¡Nada!
La pérdida de nuestras vidas
   —la vida de un zapatero y un pobre vendedor de pescados-
   ¡Todo!
Ese momento final es de nosotros
                                Esa agonía es nuestro triunfo.
(En mi fin está mi principio) 
Acá concluye el sueño. 
Acá comienza la palabra.
                        Oh el hombre 
                        Oh la antigua llama



Mario Morales





Mario Morales (Pehuajó, 1936 — Ciudad de Buenos Aires, 1987) fue profesor de filosofía, poeta y maestro de poetas. En su juventud frecuentó las reuniones de poetas organizadas por Roberto Juarroz y dirigió con él la revista poesía=poesfa. En esa época ambos recibieron la influencia decisiva de Antonio Porchia. Más tarde, en la década del setenta, nacen los grupos de poesía Nosferatu, El sonido y la furia, y luego Ultimo Reino, creados en torno a Mario Morales. Alrededor de esos grupos se generaron traducciones, libros de poesía, recitales, debates, polémicas y publicaciones de revistas, Nosferatu y Ultimo Reino, entre ellas. En la década de 1980 el legado de Morales alcanzó plenitud pública a través de la revista y la editorial Ultimo Reino, que ocupó un lugar central en la historia de la poesía argentina de esos años. En 1973 recibió el premio Fondo Nacional de las Artes por su libro Plegarias. Es autor de los libros Cartas a mi sangre (1958), Variaciones concretas (1962), Plegarias o el eco de un silencio (1974), La canción de Occidente (1981), La tierra el hombre el cielo (1983) y En la edad de la palabra (1986).


En la Foto: Victor Redondo, Jorge Zunino y Mario Morales, Barranca de los Lobos, 1982.

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