Lauro, el frío y la intemperie
IX
A veces el amor nos brilla
como piedras mojadas
en la costa.
Su humedad aceitosa
se derrama
sobre las capas
del tiempo.
El parpadeo de la luz
entre su forma
le bordea los tintes
con detalle.
Todo es perfecto,
Lauro,
hasta que sopla
el viento.
X
No partas nuevamente
con la noche en la espalda.
Quizás no habrá más días dulces
para nosotros.
El otoño ocurre despacio.
Lauro sabe orientarse
en el océano
pero el sur es una bruma
que le crece
en los ojos.
Los espejismos se opacan
en la hondura
del sueño.
Cecilio entre los ojos
II
Cecilio supo pronto que robar
es navegar
mirando de costado.
Amó el amor como al fuego
en los motines
desbordándole los ojos
la corteza.
Encontró sosiego en los incendios
acechados de pliegues
en las llamas,
esa corriente nacarada y sola
que traspasa los umbrales
hacia adentro.
Cuando su mano fue un impulso,
un arrebato,
no tuvo miedo.
Lo propio pesa lo mismo
que lo ajeno
cuando la noche
es un cartón ahumado
alejándonos del frío.
VI
El oleaje se inquieta
mientras cae el sol
como una piedra terca
sobre el agua.
No se repara el paraíso
en medio del naufragio.
El pasado de Cecilio se tiende
sobre la costa,
en las piedras abruptas
y en los huecos
del árbol vuelto leña.
Todo sueño es opaco.
Un animal oscuro con dos aros
de fuego sobre el lomo
puede ser la lengua
de nuestra ceguera.
Puede ser eso
y también otra cosa.
Luciana Mellado (Argentina, Buenos Aires, 1975-Vive en Comodoro Rivadacia, desde niña)
Gracias Marcelo por difundir estos textos, te mando un fuerte abrazo desde el sur, que siempre anda temblando
ResponderEliminarUn beso de río dulce para vos, Tani.
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