NOVELISTA
¿Será posible entonces que todo cobre sentido de repente,
como si agarraras diez años de tu vida y batiéndolos rápido
los volcaras en el formato preexistente de una novela?
No es tan fácil, parecen repetir, una y otra vez,
hombres que miran desde la ventana de un bar.
Ellos también se hicieron la misma pregunta antes,
mucho antes de que en vos naciera el germen
de esta fuerza que te obliga a caminar en redondo.
Algunos, tras responder negativamente,
dedicaron otra década a amaestrar un perro,
cultivar tomates en el jardín de su casa o convertirse
en coleccionistas de un objeto antiguo y anodino.
Cuando más tarde volvieron con ímpetu a la carga
buscaban mentalmente moldes donde verter su vida:
diez años acá, cinco allá, veinte en una frontera.
Sin embargo, el problema no era de forma sino de fondo.
No estaba, como el vino, añejándose en una bodega profunda
la experiencia, esperando el momento del descorche;
había escapado, quién sabe cuándo y por qué orificio,
dejando en su lugar como un inmenso depósito
donde flota, sin llegar a evocar nada, un perfume familiar.
GORCH
Nada te impide decir mientras andas lento,
escuchando el ruido de los insectos al despertarse:
me gustaría vivir en un pueblo como este
donde cada tarde parece la víspera de un feriado
y esperar en el andén el único tren del día,
sentado en un banco con un trago cerca,
para volver sin nada que hacer al único bar
a ver caer el sol a través de los ventanales.
Nada te impide pensar esto o algo así,
e imaginarte asistiendo sin falta los domingos
a las citas del Club de Observadores de las Nubes.
Sin quemar las naves de forma drástica,
manteniendo en teoría la puerta entreabierta,
podrías ya mismo dar los pasos necesarios
enviando sin explicaciones, en un par de líneas,
un parte de ausencia por tiempo indefinido.
Para la invisible contabilidad que lleva el balance
de cada movimiento tu llegada contribuiría
a anular la resta de algún viejo recién fallecido,
o el éxodo de un joven estudiante hacia la ciudad,
como una pieza de repuesto enviada desde lejos.
Tal vez no llegues nunca a encajar en este lugar,
pero tal vez tampoco encajabas allá del todo,
y cuando, al tiempo, dejes de mandar y recibir cartas,
o de esperar un llamado para tu cumpleaños,
parecerá como haber empezado de cero otra vez,
sin antecedentes molestos ni anécdotas vergonzosas,
ni muertos esperando en el cementerio su tributo.
El último pedazo de la tarde se engancha como un vagón
a la locomotora que lleva el día a la rastra,
cuando al girar en una esquina reconoces la imagen
de una casa vieja con el cartel de EN VENTA,
y te das cuenta que volviste al punto de partida.
Ya completaste un círculo, ya tenes en la cabeza
un croquis o algo así, y cuando estás de nuevo en camino,
o en casa, hay algo tuyo que sigue acá dando vueltas,
una parte de vos, que se para en una esquina cualquiera
y mira unas nubes, una pala contra una pared, una ventana,
y se pone de nuevo en marcha, sin comentarios.
LA LECCIÓN
Porque escribo desde el locutorio de la vuelta,
un chino como los que allá hay en cualquier parte,
me siento más en casa que en la habitación 22
en cuyo techo la humedad dibuja sobre mi cabeza
la figura de un ratón de larga cola.
No es que me despierte pensando: dónde estoy.
Sé bien dónde me encuentro y adonde llegué
tras casi diez años de esfuerzos inútiles.
Cada uno inventa, como dijo alguien,
una manera de ser joven, pero yo cuando conocí la tuya
odié de repente la mía. ¿No es esa bisagra
la única que importa? Podría exagerar, ahora,
decir: nada de lo que dijiste desde entonces
se me ha olvidado. La verdad, sin embargo,
es que mi memoria falla, mi atención es despareja,
y tu charla dista de ser tan interesante
todo el tiempo. Pero recuerdo aun tu latigazo
la primera vez que leíste mis poemas:
"Son correctos". Esas dos palabras estuvieron
presentes a lo largo de todo este tiempo.
Incluso cuando en tus juicios posteriores
mostraras un entusiasmo mayor, habías dado ahí
en el blanco: eran correctos. El talento, a veces,
no lo es todo, pero el esfuerzo casi siempre no es nada.
Yo corregía, corregía, pero cada corrección
me parecía un paso que me alejaba
de lo que buscaba, y escribir era borrar
las huellas de la vergonzosa corrección.
Practicaba a la vez la escritura automática,
con la secreta esperanza de que saliera,
de un lugar donde había estado gestándose,
el poema entero de un tirón.
Qué extraña superstición parece por momentos
esta del verso: ninguna fe más ridícula que la del poeta
hachando y hachando en el bosque de su prosa
para tender después estos durmientes, sobre los que a veces
no pasa nunca el tren de de la poesía. Lo que me enseñaste
es más que lo que todos mis maestros juntos pudieron darme
y no soy en el fondo más que un alumno mediocre
que vuelve ahora a rever la primera lección.
Tendríamos, al llegar a esta edad, el oficio ganado,
sino la certeza, que buscábamos en cada poema,
de nuestro talento. No tenemos nada de eso.
Es como haber estado tomando carrera mucho tiempo
para un salto que no termina nunca de producirse.
Cuando me despierto en medio de la noche
la constelación del ratón sigue fija en el techo.
Miguel Ángel Petrecca
Miguel Angel Petrecca. (Buenos Aires, 1979), escribe, traduce, edita. Publicó los libros de poesía: El gran furcio (Gog y Magog, 2005) y El maldonado (Gog y Magog, 2007), más una plaqueta en la editorial Crudo en 2005. Codirige el sello editorial Gog y Maggog junto a Julia Sarachu, Vanina Colagiovanni y Laura Lobov. Obtuvo una beca que le permitió vivir un año en Beijing, donde afianzó sus conocimientos del idioma chino. Tanto como para hacer sus propias traducciones, directas del chino al castellano, que pueden leerse en la antología que publicó: Un país mental, 100 poemas chinos contemporáneos (Gog y Magog, 2011; Lom, 2013); como también en su blog: Como una mosca de largas zancas. Actualmente trabaja como periodista cultural y traductor.Los poemas que publicamos pertenecen a su libro "La voluntad", Bajo la luna, 2013.
Tus letras son correctas, a veces la musa es mas eficiente que el maestro.
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