martes, 27 de mayo de 2014

LA QUIETUD
























para Micaela

He llegado a la tortuga. 
Estoy frente a ella como ante una orilla 
o un lugar límite donde uno se sienta a pensar.

          Sobre la tortuga, 
la inacabable e inútil agilidad de los monos
    que derrochan sus cuerpos 
entre las ramas de un árbol, como ellos, enjaulado.

Las tortugas viven impasibles 
y aparentemente
       sin soñar vuelos ni arranques elásticos
del cuerpo 
o del espíritu.
             Y entonces prejuiciamos 
que a las pobres no les está permitida la pasión
                y sus euforias.

Sin embargo, llegado su tiempo de celo,
           que no tiene cantos ni danzas, 
las siete carnes míticas que guarda su caparazón 
se encienden en silencio.
               Y cuando macho y hembra
se encuentran, uno ya precipitado en el otro,
                un ansia extrema 
los inmoviliza,
               y gozan sin meneo.


Teníamos igual fijeza, amor mío,
en el momento de nuestra pasión más alta:
                   el pez dorado
           en el río inmóvil, la quietud 
que avanza, el estado de gracia 
en la caída del suicida, cállate
               porque no había palabras.




José Watanabe (Perú, Laredo, 1945- Lima, 2007)




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