jueves, 5 de junio de 2014

DOXA
















DOMINGO

Domingo. Día de una abulia aséptica 
que fuera por sí mismo recogiendo, 
en terrones, con una sola mano.

Es tanta la desidia que parece 
apilarse, anécdota en anécdota, 
mojando el paladar con la garganta.

Hay que menguar, parece. Sí que habría.

Es elocuencia, sí. Puede sentirse 
en el mentón un pasto milimétrico 
medrando ascensional, a la mejilla.

Sube seco, el domingo: desfilando 
a caballo, orgulloso en su insistencia, 
mirándose feliz de tan incómodo.

Es elocuencia, sí. Sí que lo fuera. 

Dispuesto en una pila de terrones
equivoca el azúcar por la piedra 
y el agua almibarada por el barro.

Pasa, y se hincha. Es domingo, en tres copias: 
mezclando tierra con azúcar y agua, 
es elocuencia, sí, disuelta en ripio.


JUEVES

A mitad de camino entre la célula y la idea 
el jueves precipita su figura.

Habría que no ver pero se mira: el ojo ciego 
es tubo, paladar, fisonomía: es cuenca laxa, 
abrirse que se amolda en negativo en el espejo.

Mirándose hacia abajo hay un espejo de agua, 
Mirando hacia adelante hay una placa de miembros.

A mitad de camino entre la piel y el paño vivo 
el jueves precipita su resaca.

Habría que no oír pero se oye: un aforismo
se forma y se deshace en medio labio: es puro sueño,
una vivienda amplia, un horizonte muy delgado.

Un quicio celular, bien que sería un quicio. 
Un paño el paladar, bien que sería un paño.

Simposio celular, tres veces jueves,
paladar a mitad de su camino en el vacío de la boca,
al jueves sobra un hueco para verse.


MIÉRCOLES

La casa es grande, el corazón encoge.

Y ya no queda nada por limpiar.



LO QUE EL AMOR LES HACE A LOS POETAS

no es trágico: es atroz. Les sobreviene
una luctuosa ruina a los poetas que el amor captura,
sin importar su orientación o identidad
poética. El amor lleva al total desastre
de la uniformidad a los poetas gay,
a los poetas pansexuales y bisiestos,
y a las poetas y poetrices feministas, fementidas o veraces;
a los obsesionados con el género 
y a los degenerados por igual, y a los perversos polimorfos:
y hasta los fetichistas de los pies
del verso capitulan a las plantas del amor,
que no distingue ideología,
programa ni poética. A los vates de la torre de marfil
los precipita del penthouse ebúrneo
directo a planta baja. A los apóstoles
del Zeitgeist, que proclaman sin empacho que la lírica está muerta,
les permite insistir en el error
y en sus prolijas parrafadas. Les produce una hemorragia palatal
a los que comban parcos aforismos diagonales,
a los herméticos de lata, a los que envasan
sus versos al vacío, a los falsarios del silencio,
y a los que fraguan haikus castellanos
al itálico modo. A los puristas de la voz les corta en seco
su dulce lamentar, y a los maniáticos del ritmo
les quiebra las falanges, y estropea
el íntimo metrónomo que llevan junto al corazón
para marcar el paso de sus versos. Les compone el sensorio
a los videntes y malditos y demás
rebeldes e insurrectos sin razón ni causa
poética, y les cura el desarreglo razonado
de todos los sentidos. Desaloja de su noche oscura
a los que piden luz para el poema
en las cavernas del sentido, y los devuelve sin escalas
a la trasnoche de la carne literal. Lo que el amor
les hace a los poetas, con paciencia y mansedumbre,
mientras las mariposas lentamente les ulceran el estómago
y el páncreas poco a poco deja de funcionar,
es harto inconveniente. A los que buscan con ahínco
y precisión de cirujano la palabra justa les arruina
el pulso, y en lugar de dar la vida, la aniquilan en su afán.
Y a los que con ardor y devoción persiguen
un absoluto en el poema, como un grial
todo de luz, tirante, diáfana y febril,
les nubla las certezas, y el deseo mismo
de saciar su ansiedad. Lo que el amor
les hace a los poetas, inadvertidamente,
mientras cosen y cantan y se atoran de perdices, es agudo, terminal
y fulminante. Es un torrente arrollador
de prosa, que espolea y multiplica, en progresión exponencial,
a los zopencos y palurdos de la poesía:
a los que cortan sin razón sus versos diminutos;
a los jinetes compulsivos;
a los diseñadores tipográficos del verso;
a los que quiebran la sintaxis sin saber
torcerla; a los que escarban en el éter 
a la busca de inauditos eologismos inaudibles;
a los modernos sin pretexto; a los que creen descubrir
la pólvora en sus versos balbucientes;
a los contestatarios automáticos y a los porno-poetas;
a los que sueltan grandes nombres por la densa
fronda de sus poemas, como Hänsel y Gretel esparcían
migas; a los que impostan en su voz
vacante los mohines de una infancia lobotomizada;
a los poetas bellos y felices, caprichosos;
a las tribus urbanas y los groupies de la poesía pubescente;
a los poetas pop y los rockstars del verso;
a los videopoetas y performers;
a los ovni-poetas, voladores o rastreros, identificados;
a los objetivistas sin objeto
ni vista; a los que exigen que el poema
se vista de mendigo; a los filósofos poetas;
y a los cultores convencidos
de la “prosa poética”. El amor,
que mueve el sol y a los demás poetas,
los lleva hasta el postrero paroxismo: los convierte
en tierra, en humo, en sombra, en polvo, etcétera:
en polvo enamorado.
y si resulta todavía que entre ellos
se aman amorosos los poetas pares,
felices en su amor solar sin escansión,
como si fueran en verdad el uno para el otro
un agujero negro de opiniones nebulosas,
tácitas palmaditas en la espalda y comentarios tibios al pasar,
enanos, enfriándose, se absorben entre sí
y desaparecen.


(De: La lírica está muerta)
 Ezequiel Zaidenwerg



Ezequiel Zaidenwerg. Poeta y traductor argentino. Nació en la Ciudad de Buenos Aires, el 25 de marzo de 1981. Publicó Doxa, en Vox (2007) y La lírica está muerta (Vox, 2012). Dirige un blog de poesía traducida, que puede visitarse aquí.




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