jueves, 5 de marzo de 2015

BAJA TENSIÓN


















Rincones

La tía Florinda dormía 
la siesta destapada 
y sin corpino 
según ella misma decía 
desde el claroscuro 
de su cuarto.

Atravesé el pasillo y me detuve. 
Corrí un poco la cortina pesada 
y apoyé mis labios sobre el vidrio 
frío de la puerta,
ésa que da a la calle pero no se usa 
más que para sacar los muebles 
una vez al mes.

Un cielo tormentoso 
caía sobre el baldío 
de enfrente. 
El viento sacudía 
las rosas aisladas 
del patio.

Escuché un ruido 
en el dormitorio, 
entonces lo recordé:
"Mañana te voy a dar 
una sorpresa."

Ahora Florinda me hacía 
señas desde su cuarto, 
para que me acercara.

Traspuse la puerta, 
me dejé llevar.

Perplejo,
sorprendido
por el olor de otro cuerpo
demasiado real,
mi cuerpo se introdujo
en ese rincón húmedo
de la casa.


***


El calor ha avanzado sobre un barrio 
que no se lo merece.

Una noche más 
con baja tensión.

Este prende y apaga de la conciencia 
que puntúa la lamparita de sesenta 
cansa a cualquiera.

Si la luz se cortara de una vez 
sería otra cosa.

La oscuridad 
—bromeas.

Pero así el tacto y el oído
crecerían como dos temibles babosas
poniéndonos locos de contentos.

O podríamos jugar a contemplar 
las pocas estrellas 
que los monoblocks del fondo 
dejan ver desde el patio.

Pero la luz no se corta 
y agoniza espasmódica 
durante toda la noche, 
atizando la duda 
de si es cierto o fingido 
nuestro actual desconcierto.

Insomnes,
jaqueados por el ruido 
de los artefactos 
al borde de la ruina, 
se vislumbra más lejana 
la utopía del hogar.



Hombre de su casa

Platos sucios
para el otrora aventurero
de la mente
—hoy repartidor de leche—
que extraña oscuramente
los días felices
embotados
por el vaso de vino
del almuerzo familiar,
mientras los niños lloran o juegan
en el patio trasero
y la mujer refunfuña
frente a la pila de platos
del día anterior.






Diego Colomba (San Nicolás, Provincia de Buenos Aires, 1972)








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