sábado, 26 de septiembre de 2015

EL CAMINO DE LA LIEBRE




4

Un niño de jogging rojo
pasea un chivo
con una soga.
Las niñas y su madre temen ante esta imagen,
toman el rosario
de sus cuellos.
El sol se hunde como una naranja
en el río,
el chivo se para en dos patas,
juega como un perro
con el niño.
Esto termina de espantar
a las mujeres,
salen corriendo hacia el lado equivocado,
penetran el camino de la liebre
donde solo son bienvenidos
los que dominan el equilibrio.


6

Un montón de ranas
naturalizan la canción
que sale del auto.
Las serpientes inofensivas
salen del hueco y estiran
sus cueros al sol.
Son tres,
nosotros no nos ofendemos,
ellas se elevan si consideran
algo como amenaza.
Es un mecanismo.
El del coche se apaga,
subimos el volumen y
bajamos,
sin acercarnos.
La liebre, menos.
A veces se meten cosas en tu camino
a las que hay que ignorar,
a veces son cosas hermosas.


16

Nos acercamos al único árbol 
que reverdece entre otros sin hojas, 
al llegar sólo queda un esqueleto 
de ramas desnudas. 
Cientos de loros cambian el 
color del cielo, 
alejándose de nosotros.


18

A la liebre no le importa lo que ve, 
se mueve en la noche en una carrera 
sin sentido para la vista común. 
Traza, con cautela, una ruta de despiste, 
se apropia del espacio. 
Por su facilidad en la adaptación 
se puede ver en cualquier lado pero 
no es fácil alcanzarla en su veloz 
zigzag crepuscular, lleva con swing 
la vida de los solitarios en sus orejas.


26

Los árboles
se plantan y esperan,
en silencio, 
el agite.
Una orden
dada con un movimiento
casi imperceptible
de las orejas.


30

Aunque ninguna calle
termine ahí
después 
del camino de la liebre
no hay nada.



BAR EQUIDNA

Cruzábamos cuatro o cinco veces 
por semana el puente que une 
la santa con el santo, 
pedaleando entre camiones. 
En un intento de dejar de fumar, 
tragando humo de caños de escapes. 
Tiramos al aro en el parque Garay, 
fuimos al gimnasio, 
metimos goles y defendimos 
el resultado
sobres los rieles del puerto 
junto a la avenida Alem.

Probamos con cosas en las manos, 
malabares, cuadernos, chupetines, 
el tiempo más largo, instrumentos para 
vencer cierto romanticismo vicioso.

Ella pitaba fuerte, tragaba mucho, 
luego con un beso me pasaba el humo. 
Sólo pude abandonar el cigarrillo 
cuando ella me dejó.

Ahora llego hasta la cima y no me agito.




Cristhian Monti



Seudónimo de Cristhian Montivero. Nacio en La Paz (Entre Rios, Argentina) en 1978, es estudiante de Historia, fue alumno del taller de Daniel Durand. Publicó la plaqueta "Que no toque el piso" (Rosario, 2013), "Veriles" (Bahía Blanca, Vox, 2014) y "El camino de la liebre" (Rosario, Iván Rosado, 2014). Participó de las antologías "La trampera" (Rosario, 2009) y "Peligro inflamable" (Buenos Aires, Folía, 2010). Es editor en Ediciones Neutrinos. 





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