al acercarnos a la vejez
los hechos adelgazan
se vuelven impalpables
como bruma
¿acaso esto era todo?
¿para llegar aquí
sufrimos tanto?
una golondrina
se balancea en la ventana
¿en qué pensaba?
¡oh! hay viento fuerte
algunas ramas se quiebran
entrar en la vejez
es un cambio en la luz
entrar ¿entrar, dije?
al alejarnos
del juicio
del temor
entrar no
sino salir
al viento
al acercarnos
¿seré la que cultiva
mimbres en macetas
jacarandáes en cornisas de balcón?
¿la que ofrece agüita a los gorriones
y le silba bajito al colibrí?
¿la que recuerda cómo iba a ser
su retoño y ya no sabe?
¿la que perdió los sueños
y ganó una tierra baldía
donde aún siembra
la noche de su nombre
el olvidado?
a las 15,30 de un domingo
en la esquina de Gurruchaga y Honduras
un muchacho toca la flauta traversa
suavísima música se abre paso
entre paseantes y turistas
tras la cabeza del ejecutante, el cielo azul
venimos de comer en el restaurante de los sufíes
El Señor bendiga a los verdaderos amantes
rúcula con nueces, jenjibre y menta
panes morenos con pasas
arroz verde con brotes de arveja
queso de cabra y castañas
café con chocolate y canela
El pan sobre la mesa no vive
pero dentro del cuerpo se vuelve
espíritu de la alegría
Su trasmutación tiene lugar
dentro de un alma
nacida en el paraíso
el sonido de la flauta se desliza
por mis brazos, asciende
la brisa se engolfa
en los paraísos floridos
y desde su espuma grisácea
nos alcanzan oleadas de perfume
la vida, a veces, ofrece
instantes perfectos
para que nos inunde
la añoranza (1)
(1) Las frases en itálica estaban impresas en el menú.
a veces pedía dormir en el sofá
de brocato damasco
estaba arrimado a la pared
debajo de la ventana
que daba a la vereda
entonces, por la mañana, se podía oír
el redoble de los cascos del caballo
del carro del lechero
en el adoquinado viejo
Paco era mi amigo
apenas oírlo saltaba a vestirme
y corría afuera
me dejaba subir al pescante
y lo acompañaba a hacer el reparto
por toda la cuadra
había aprendido a inclinar
el tarro grande sobre las lecheritas
de las vecinas
cuando sutilmente me acariciaba
la cabeza o me rozaba el hombro
era la señal:
llegada a la esquina
había que bajarse
fue mi primer amigo varón
puertas afuera de la guarida familiar
mi amigo Paco
dueño de lejanas madrugas de escarcha
(a Fabio Morábito)
Graciela Perosio (Argentina, Buenos Aires, 1950)
Gracias, Marcelo Leites,
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ResponderEliminarHermosos poemas. Gracias!
Susana Tosso.
De nada, Graciela Perosio.
ResponderEliminarGracias por pasar y comentar, Susi.
ResponderEliminarBien por los poemas de Graciela en tu blog, Marcelo, cariños
ResponderEliminarMuchas gracias por pasar y comentar, Cata. Abrazo.
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