lunes, 26 de diciembre de 2016

CUENTO PARA UNA PERSONA


























UN VESTIDO NUEVO


"La formas cambiantes de la belleza
dejan una suave nostalgia",
eso es lo que estaba escrito bajo la fotografía;
mientras la contemplaba, se escapaba de la sábana,
de lo que todos habían comentado
sobre esa anotación a lo largo de los años,
lo que esa anotación construía
en el paso del tiempo y el efecto,
todos parecían encontrar algo muy profundo ahí,
algo muy verdadero.
Ella no encontraba nada ahí,
ni profundo ni verdadero
ni nada, no lo había
y lo único que la había llevado a conservarla
antes de tirarla al fuego
es que la niña que se mostraba era ella
y había dudado, como todos, un poco
antes de romper su propia imagen
y tirarla a la chimenea;
hacer eso nunca conduce a algo bueno,
mejor hubiera sido guardarla en un ropero.
La fotografía podría ser un espejo
en cuanto que la mirada en ese momento
y ahora eran casi idénticas,
lo confirmaba 
mientras se iba acercando al reflejo de la vitrina
y, tomada por esa idea
y en un mismo movimiento,
se alejó rápido del centelleo
como deteniendo un hechizo.
Romper la fotografía, tirarla;
fue un acto que se emprendió
y finalizó en un tiempo;
todo lo demás vendría más tarde
como todo lo anterior había venido antes.
Fue por primera vez que se sintió lejos 
muy lejos de lo que apenas había planeado.
Él estuvo frente a una vitrina también,
en otra ciudad
y unos meses más tarde.
Se quedó fascinado frente a la cantidad de muñecas
que se multiplicaban  en los estantes de espejos,
que salían de otras
siendo la primera grande, luego mediana
luego pequeña, luego ínfima.
Le fue bastante fácil comenzar a enhebrar la aguja
y eso que no había casi nada de luz
donde se encontraban las telas,
eran retazos chicos
pero iban a alcanzar para hacer lo que él quería.
Se preocupó mucho por encontrar hilo negro
porque de ninguna manera quería
que se viesen las costuras
como tampoco hubiese querido que nadie lo viese a él
mientras el vestido no estuviera listo.
Pero la tela que faltaba había encontrado 
plumas rojas y doradas,
pensó que podría terminarlo en las mangas
y en la caída de con plumas,
quizás extenderlas hasta el suelo
e incluso más si alcanzaba
para que cuando ella se posase
-como la modelo que había visto
en una revista-
pareciera un pavo real o un cacique indio.
Y en el momento en que comenzaba la tarde,
que había parecido ausentarse, pero también el día
para hacer de ese momento una especie de terreno vacío
en el que se encontraba solo en contacto
con lo que podía sentir que era
un milímetro de metal entre los dedos
y algo así como una especie de propósito.
Y sentía algo de dolor en los brazos
también porque nadie lo estaba viendo,
porque a nadie podía contarle
cómo arrancan los propósitos secretos,
de alguna forma que a veces entristece,
remiten a algo peculiar o casi intransferible,
una suerte que se piensa es uno mismo.
Esa suerte se arrimaba desde hacía mucho tiempo
en el que sentía parte de una tarea oculta
porque había perdido el trazo que imaginaba
que los demás podían encontrar
más fácilmente en él;
en el cual las acciones decían la mayoría de las cosas
y entonces lo componían, lo ajustaban, lo construían.
Pensaba si era posible encontrarlo de nuevo,
qué sería lo que podía iniciarlo en él
y por otra parte sentía también
el peso de lo que sería bueno
como el vestido esperaba también lo fuera.
No es que pudiera sentirse más extraño,
simplemente sentía que las cosas habían sido
así como son las cosas en un momento
y se cree que hubo un inicio
en el cual pudieron ser modificadas
según la propia voluntad
y luego eso se vuelve un recuerdo difuso
que parece convertirse en intenciones.
No podía dejar de sentirlo
como también se negaba a rendirse afuera,
como se había negado a hacer lo correcto
y entonces la garganta le dolía
porque era en la garganta donde todo lo que no corría
se anudaba
y con comer se pasaba, con coser se pasaba,
con arreglar la turbina se pasaría
o tal vez no, o quizás de a poco.
Y un poco de bondad había en eso
y sólo provenía de él mismo,
porque como él lo había sabido,
nada es indispensable hasta que lo es
y todo puede existir como no existir
y cuando lo había escuchado por primera vez
le había gustado aun más que como gustan las palabras;
eso era casi verdad -él quiso creer-,
sin embargo ahora no podía remitirlo a nada.
Parecían estar lejanos esos puntos
y que podría existir como no existir
y que era indispensable como también no lo era,
todo eso era demasiado vago.
Pero no podía dejar de hacer lo que estaba haciendo,
porque sí se había escindido
en la voluntad de esperar 
y también de convalecer,
él lo había aprendido, él lo había adquirido
y entonces no podía dejarlo.
Es que mientras lo estaba zurciendo,
se molestaba de insistir consigo mismo
sabiendo inevitablemente que con bucear
no se encuentran más cosas,
pero el día mismo parecía irse,
tampoco podía encontrar la hora
y por lo mismo,
dejó a medio hacer el vestido.
Era similar a lo de la cabeza cortada,
porque en ese despertar ligero con hambre
se había olvidado de casi todo,
o mejor aún,
sintió que todo podía descomponerse en partes
y entonces desaparecer:
hacer desaparecer una parte,
como había logrado desaparecerlo  a él
y ella luego también había desaparecido.
Lo que le dejaba entonces
ese hueco aparte era un latir distinto
que ya lo había comprobado en lo que decían los otros
y ahora lo comprobaba en su posibilidad misma
y tenía que ver con eso de que todo puede hacerse
y deshacerse ahora.
Todo puede hacerse y deshacerse ahora,
se puede ir y volver,
se puede tener y dejar de tener;
eso es lo que ella le había dicho
y a lo que él había sonreído
como lo más milagroso del mundo y ahora pesaba,
no porque estuviese mal
sino porque no tenía que ver con él
y eso era suficiente.
Si bien desde hacía mucho estaba acostumbrado a concordar
y a ser parte de las visiones distintas,
y también a figurarse en ellas,
se daba cuenta de que eran únicamente
para las personas que las manifiestan;
hay un logro en eso, en poder afirmarse, sí, 
pero eso de hacer y deshacer no era para él.
Era la sensación de haberse dado cuenta tarde,
pero la verdad es que de había dado cuenta antes
como lo que está al límite de la excitación
y tiene que ser despuntado.



Laura Petrecca




Laura Petrecca (Buenos Aires, 1985). Publicó los libros de poemas Pensó que ya lo sabía (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2008), Los barcos vuelven (La propia cartonera, Montevideo,  2010) y Cuento para una persona (Ed. Entropía, 2014); así como otros textos y traducciones en  revistas de Francia, México e Inglaterra.




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