lunes, 28 de agosto de 2017

ODIO LA POESÍA OBJETIVISTA




UN DÍA SIN MÉTODO

Como un adicto frágil
esperando su dosis
me adormecí
sobre una almohada
y me tapé la cabeza
con las sabanas
para ya no soñar.

Esas chicas embarazadas
que trepaban eucaliptus
jamás existieron,
eran solo un pliegue de la droga.
Lloré junto a una estufa,
apagada y sin calor,
pero puramente humana.
Si no hay nada que hacer,
mejor estarse quieto,
ir contra
la claridad esclarecida.
Saltará la comadreja un tapial de baja altura,
reptará la salamandra hasta mi mano desasida.
Los hombres de los cañaverales
¿eran ellos o nosotros?
La empresa de expresarse
a partir de la necesidad
ya no funciona más.
Gente como vos
debe acostarse
con gente como uno.
Y poder seguir así toda la vida...
Un corazón no es un candado
aunque tenga forma similar
y a veces, cerradura.



SIEMPRE VOS

Cuando te veía alejarte eras poesía,
novela si estabas cerca,
un refranero si me mandabas
un mensaje de texto,
ciencia ficción si te volvías
un monstruo del que yo huía,
la Biblia cuando te besaba.
Una biblioteca entera
llena de incunables
cuando decías te quiero.
La revista manoseada
de una peluquería
cuando no me dabas bola.
Siempre te encontraba hermosa,
en cada fiesta que íbamos
matabas con tu esplendor.
Tu risa me hacía reír.
Una sola palabra tuya era más real
que todos los libros
que acumulé en mi vida,
(aunque dijeras una pavada).
Con este poema casi termino
mi nuevo libro de poemas.
Quiero decir que te amo,
y que me tengas paciencia
pero la escritura es un mapa
claveteado con tachuelas
como las que se usan en la guerra,
para definir los sitios ocupados
o que se están por invadir
y a veces confunde todo.
Yo solo soy una isla
a la que se le puede
entrar por cualquier lado:
y sus playas para vos
son accesibles siempre.
(Además unos piratas
enterraron un tesoro
que te puedo regalar).
No hay rocas sumergidas
que destruyan el casco de tu nave.
Vení que estoy dispuesto a todo
y compartir lo que quieras.
El sonido del agua
nos dormirá un largo rato,
para que al despertar olvidemos
las cosas que ya no dan.



SUMA DE EMOCIONES

Diego cuando llegaba
a su casa al amanecer,
después de alguna
de esas fiestas extendidas
mordía una pastilla
como un montonero
ingiriendo su dosis de veneno
para no ser capturado vivo
y esperaba al sueño
pensando en cuántas chicas
habían tenido sexo con él.
Las sumaba a unas y otras,
hacía cuentas ansiosas,
y se iba durmiendo.
Jorgelina, la cocinera,
en un jardín de inmensas plantas
reclinada sobre una baranda
lo perfumó con sus entrañas.
Marcela, de pelo negro
y rizadas pestañas,
una tarde de sol en casa de sus abuelos,
mientras sacaba
el jugo de un pomelo
que le saltó en los ojos.
Marina, con sus huesos de papel,
casi dormida en la siesta,
apantallándose con un diario
personal e intransferible,
su cuerpo dorado por el sol
de tantas tardes a la vera
de una pileta de agua inmóvil.
Andrea junto a su perro que la olía,
desnuda sobre el cemento alisado
de su casa cheta, era tan liviana
que sus pasos no se oían.
Virginia, cuando él tenía 15
-tuvo que convencerla un largo enero-
después todo se dio naturalmente,
sus padres que eran psicólogos le dijeron
que el sexo a esa edad podía ser traumático.
La luz entraba al cuarto y Diego
se tapaba y proseguía sus cuentas
como otros lo hacen con ovejas
saltando una tranquera.
Consuelo, Natalia, Amparo,
Soledad, Belén, Sandra, Carolina,
Cecilia, Sonia, Samanta, Juliana,
Sofía, Esmeralda, Martina, Lucía,
Paz, Lucrecia, Agustina, Perla,
Diamante, Isa, Noemí, Patricia,
Gloria, Michelle, Ana Laura,
Mariela, Tatiana, Dolores,
Valeria, Viviana, Paola,
Paulita, Daniela, Juana,
Romina, Janina, Ivana,
Florencia, Luz, Diana, Camila,
Mica, Catalina, Amalia,
Margarita, Celeste, Ramona,
Stella Maris, qué bonita era,
(lo debe seguir siendo)
una flaquita medio dark
que iba a una escuela de música clásica
con su mochila llena de prendedores,
y un cuerpo menudo, chiquito,
juntos en una estación de tren abandonada
debajo de una estatua de la Virgen
cubierta de telas de araña.
Y proseguía la suma,
a veces se confundía
y volvía a empezar,
eran como 70, sin contar
a las mujeres con las que estuvo
de novio. “Diego, dormite”,
le decía una voz en su cerebro.
Le gustaba todo, había estado
con señoras, algunas muy mayores,
le clavaba agujas a una chica
que se copaba con el sado,
después de azotarla duro,
“Más fuerte” le pedía ella gimiendo.
Y Diego con su mano
cansada le hacía caso.
Y todo ese mundo mental
se quedaba flotando ahí en el cuarto,
desplegado en las paredes de su habitación.
A las horas, cuando se despertaba
estaba radiante, feliz, sin resaca.
Tenía por delante un nuevo día
y miles de cosas para hacer.




Francisco Garamona




Francisco Garamona nació en Buenos Aires, Argentina,  en 1976. Es librero, músico y editor. Entre sus innumerables libros de poemas, podemos citar:  El verano (Ediciones Deldiego, Buenos Aires, 2001); Pequeñas urnas (Gog y Magog, Buenos Aires, 2003); Una escuela de la mente (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, 2004);Que contiene láminas (Gog y Magog, Buenos Aires, 2005); La leche vaporosa (Vox, Bahía Blanca, 2006); Un gabinete móvil y otros poemas (Ediciones Cuneta, Santiago, Chile, 2010);  Aledaños del botánico  (Jardín interior, Medellin, Colombia, 2011); Cuando se comienza: Poesía Reunida 2003-2012 (Eloísa Cartonera, 2014); Muy de amor (B y F, 2014); Un tesoro local (Ivan Rosado, Rosario, 2015) y Odio la poesía objetivista (Ivan Rosado, Rosario, 2016); libro al que pertenecen estos poemas.



   


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