viernes, 18 de mayo de 2018

PAPÁ TRAJO A CASA UN CUATRO ELE

























HUÉRFANO

En el desayuno de esta mañana
cambiaste sin decir nada
las galletas, el queso, la infusión acostumbrada
cuando ya me había acostumbrado
a ver en tu cara
el rostro de una mujer
desconocida.



ALGO COMIENZA

El pelo recogido resalta el brillo de sus ojos
y el rojo de sus labios recién pintados
sin que la vea su madre fuma en la vereda
esperando el viejo coche que la lleve al trabajo
fuma y repasa los temas mentalmente
no quiere titubear frente a unos chicos de campo 
que elogian su letra prolija en la pizarra 
sus dibujos con tizas de todos los colores
a veces la esperan al borde de las vías 
en un cardal florido donde liban las abejas
les habló alguna vez del polen y el estambre
sus palabras parecían verdaderas.



UNA VISIÓN

Mientras contemplo
el trigo
llovido
de los campos

que todo
—y nada—
pertenece
a este mundo.



UN HIJO PREDESTINADO A PAGAR LA CULPA DEL PADRE

Ahora que he alcanzado la de edad de la razón
que he dejado de ser un hijo bueno y piadoso
que escucha a través de la puerta entreabierta del baño
ahora que camino por las veredas siempre rotas de mi barrio natal y mi destino inevitable empieza a ser el que debe ser Marita, vieja amiga y costurera de la familia, me saluda, apoyada en el dintel de la puerta de una casa que nunca abandonó. No es lo que me dice Marita, es la forma
elocuente de mirar que tienen los ojos en la mañana
luminosa (unos ojos y pestañas pintados de manera
anacrónica) de quien ha conocido a la familia de cerca
ha zurcido su ropa interior, ha sentido el olor que dejan
las pieles en las prendas. Su juicio resulta a las claras
(aunque en principio me importe poco lo que piense de mí) condenatorio. Cuando me alejo lo bastante, apenas
unas pocas cuadras, para aceptar lo que sentencia su mirada esto es, a pesar de todas las insinceridades que me permito para conmigo desde que tengo memoria, creo que puede haber algo de cierto en su manera de mirarme, en la verdad de lo que yo ahora mismo siento: la falta de amor de mi parte que Marita ha comprobado como asidua visitante
de una casa con las puertas siempre abiertas en estos años
de convalecencia y deterioro que mi padre (el gordito,
como lo sigue llamando, al que recuerda en voz alta en el cuerpo del hijo avejentado) ha puesto con indiscutible tesón en mis narices. Más acá de las palabras Marita no odia pero ha dejado de amar seguramente a un hijo condenado.


(Envío de Verónica, 
del libro Papá trajo 
a casa un cuatro ele
editado por Barnacle, 
Bs.As., 2018)
Diego Colomba




Diego Colomba (San Nicolás, Santa Fe, 1972).  Poeta y crítico literario. Ha colaborado con reseñas, notas y entrevistas en numerosos medios. Seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (2009). Publicó su tesis de doctorado Letras de Rock Argentino (2011) y el libro de crítica Mesa de novedades. Poesía y narrativa del presente (2013, premio obra inédita del Concurso Provincial de Ensayo Juan Álvarez 2012). En poesía publicó Baja tensión (2012, mención en el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana 2011), Desaire (2014), Inmemorial (2015), Chispero (2016), El largo aliento (2016) y el ebook La hospitalidad del mundo (2017).





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