sábado, 23 de junio de 2018

UNAS BOLITAS DE MERCURIO








































La delicadeza lírica.
La Paz. La profundidad del alma.
¿Pero qué profundidad sería ésta
sin la belleza (estúpida, sentimental)?
La condena de la belleza
es siempre
(es siempre)
ser sentimental: como el arte,
un golpe bajo.
—Teníamos esas virtudes, sólo ineptas:
en las yemas de los dedos
estaban el juicio
y los signos:
la mujer que se maquilla
y el hombre que se emperra.
La Proclama:
por un arte/sano.
La Pancarta:
los títeres
sufren más.



EL NO VERSE EN VERSO

La incomparable intimidad del orgullo
Confirma a Hegel y anticipa
una audacia mayor: la del marxismo,
que incansable trabaja por un solo objetivo:
el fracaso.
Pero de qué clase de fracaso se trata
Hegel introduce lo real
en lo real de la muerte
y es así que arranca de cuajo
Un fruto
Una riesgosa partida y su apuesta
El todo o nada limitado a un punto
A la disputa por un negro amanecer y gana
Gana un corte, el hachazo imperial, absoluto
de un principio de razón, que es la muerte,
y también gana el derecho
Tan moderno
de mostrar a la muerte desnuda
adornada sólo por una perla
esa joya que tal vez no merricemos
El punible comienzo de la Historia


Un paso más sin embargo
Y ése lo dieron los marxistas
Que asediaron las murallas
y por fin nos impidieron
abandonar el temblor
Aterrado de la Historia
así como el amor al corazón y a la distancia
de la catástrofe imposible de evitar.


Hoy ya está prohibido
vivir como en el mito reversible
la aberración de la muerte interminable


        Le mostré estas líneas a mi culta prometida
        Y obtuve la pera madura de un resultado sin tacha
con tu más que es mi cruz
me quedé solo en mi cuarto empedernido
        Desligado ya de todo compromiso
        las ventanas estaban abiertas 
         Me gustó mirar el río
hace tiempo dejé de preguntarme
por qué mi pensamiento o el impulso
que luego se convierte en pensamiento
         Debe abolir a una mujer y escribirse


Desasosiego de repetir el mismo comienzo
maquillado de muerte y de historia
y también la infantil alegría
de fortalecer cada vez más mi propósito
el de cansarme y aterrarme y sonreír
cuando en mis manos queda el triunfo firme
         El siempre lo mismo
la incomparable intimidad del orgullo


LA: íntima perla de Lugones
era grande: logró escribir concha, no vagina.
El íntimo cuchillo en la garganta del vencido


El amor los dejará para unos labios
sabios en la ida y vuelta e ignorantes
bah del hormigueo del tiempo a pesar suyo
          Y sin embargo
          Ahora que el tajo ya está hecho
          Y la Historia constituida
          Me gustó mirar el río


“Hegel” no, tampoco los “marxistas”
y con la “Historia” ocurrió lo mismo:
nombres que aparecen en estas líneas
sólo para decir: estoy CANSADO,
hasta aquí llegó, por hora, lo que de mi virtud merecía
Hablo en serio
Pero lo imperdonable fue nombrar el río.


***

Hay gente con nostalgia
La década del ’30,
de sus ultrajes afilados.
Se estaba mejor, se dice
en esa placenta.
En San Isidro y sus barrancas,
el refinamiento disimulaba a los tarados
escuchando a Tagore, Ortega,
gente medio culta
y peores deslices
(para reírse: hasta el conde Keyserling).
Mientras la limosna llega, pensarían los hombres sabios
Mejor mirar al río, la vista fija,
la boca apretada
para aguantar la risa:
no perdonaba chistes
la bestial Victoria Occampo;
la estulta,
Que se lo pregunten al ético Borges
y a ese genio que es Pepe Bianco.



PRIMERA INTRODUCCIÓN A LOS TADEOS?

Y así no hay relato que progrese,
la palabra está aquí, en este lugar.
El cuerpo, en un crepúsculo de blandura
(o varios amaneceres) se envuelve en una piel con agujeros
—escribamos— se triza en el lugar,
y así.
El primer tono, el humorístico,
queda de lado como el cuerpo y el humor.
Cosa de hombres,
la máquina de escribir se traga a los hombres
(rasga el manuscrito)
con evidente perfección
poco menos que fordesca.
Perfección, en fin. Pero de adónde
ha de venir a ser posible ella
(invidia desolada del campo huero)
si certeza hay una sola y común,
la tercera.
Es el encanto,
todo se entiende tan bien
tan injusto suena aquello
(ese decir: naides entiende).
Entenderse, y tan claro.
Cada uno habla desde su lugar
invirtiendo el lugar.
Propone el estigma de la adivinanza
y el enigma crece. Crece
hasta crecer
hasta creerse en el haber nacido
y en payada cualquiera se raja.
Rezuma en su encordado:
“Ajá: o el hombre se hace mundo
o zas: el mundo hombre se vuelve”.
Tanto la una como la otra,
esas dos procosas
imposibles son.
Entonces telón.
Veintisiete letras.



UNAS BOLITAS DE MERCURIO

a Susana Cerdá


Cuando la pasión se hace fuerte, pero muy fuerte,
El cielo monta su gatillo
Y entonces estamos perdidos
Mi muy querida
Más, tal vez, nos valdría...
¡Oh, no, nada nos valdría!
(Salvo este gustito de perecer en el intento)
Porque la cuestión es nuestro galimatías adrede.
Claro: no hay cuestión.
Aunque (jamás escribir aunque)
¿Por qué no hay cuestión?
No me preguntes, querida
Ya estoy un poco harto de tus preguntas
¡Aunque!
Igual te amo al calor del diálogo
Y, y no nos entendemos
Prefiero tus pies de monja sobre la boca
“Del que no sabe pensar”
Yo
Electrizantes pies de monja
Cada uno de tus hermosos pensamientos
Los tiraré a la basura
¡Aunque!
Porque siempre estaré a tu lado
Millones de lados
Una sola mujer
¿Dónde estás, paradisíaca?




Osvaldo Lamborghini




(Poesía Completa - 
Edición al cuidado de César Aira)



Osvaldo Lamborghini nació en Buenos Aires en 1940. Poco antes de cumplir los treinta años, en 1969, apareció su primer libro, El  fiord que había sido escrito unos años antes. Era un delgado librito que se vendió mucho tiempo, mediante el trámite de solicitárselo discretamente al vendedor, en una sola librería de Buenos Aires. Aunque no fue nunca reeditado, recorrió un largo camino y cumplió el cometido de los grandes libros: fundar un mito. En 1973 apareció su segundo libro, Sebregondi retrocede. Poco después formó parte de la dirección de una revista de  avant-garde, Literal, donde publicó algunos textos críticos y poemas. Por algún motivo, sus poemas causaron una impresión todavía más enfática de genio que su prosa. Durante el resto de la década sus publicaciones fueron casuales, o directamente extravagantes (sus dos grandes poemas, Los Tadeys y DieVerneinung [La negación], aparecieron en revistas norteamericanas). Unos pocos relatos, algún poema, y escasos manuscritos circulando entre sus numerosos admiradores. Pasó por entonces varios años fuera de Buenos Aires, en Mar del Plata o en Pringles. En 1980 salió su tercero y último libro, Poemas. Poco después se marchaba a Barcelona, de donde regresó, enfermo, en 1982. Convaleciente en Mar del Plata, escribió una novela, Las hijas de Hegel, por cuya publicación no se preocupó (no se preocupó siquiera por mecanografiarla). Y volvió a irse a Barcelona, donde murió en 1985, a los cuarenta y cinco años de edad. Esos últimos tres años, que pasó en una reclusión casi absoluta, fueron increíblemente fecundos. Su espolio reveló una obra amplia y sorprendente, que culmina en el ciclo Tadeys (tres novelas, la última interrumpida, y un voluminoso dossier de notas y relatos adventicios) y los siete tomos del Teatro proletario de cámara, una experiencia poética-narrativa-gráfica en la que trabajaba al morir.



(del prólogo de César Aira al libro "Novelas y cuentos")




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