Es un gigante que pasa volviéndose apenas,
cuando espera a una mujer, y no
parece que espera.
Pero no lo hace a propósito:
fuma, y la gente lo mira.
Cualquier mujer que va con este
hombre es una nenita
que se adosa a ese cuerpo
riendo, feliz y asombrada
por la gente que mira. El
gigante se encamina
y la mujer es una parte de todo
su cuerpo,
sólo que más viva. La mujer no
importa,
cada noche es distinta, pero
siempre una pequeña
que riendo contiene el culito
que danza.
El gigante no quiere un culito
que dance
por la calle, y pacífico lo
lleva a sentarse
cada noche a ver la pelea, y la
mujer contenta.
En el encuentro la mujer se
aturde por los alaridos
y, mirando al gigante, vuelve a
ser nena.
De los dos boxeadores se oyen
los ruidos
de los saltitos y de los puños,
pero parece que bailan
así desnudos y enlazados y la
mujer los mira
con los ojitos y se muerde los
labios contenta.
Se abandona al gigante y vuelve
a ser nena:
es un placer apoyarse en una
roca que ampara.
Si la mujer y el gigante se
desnudan juntos
-lo harán más tarde-, el gigante
parece
la placidez de una roca, una
roca quemante,
y la nena, para calentarse, se
aprieta a esa roca.
Cesare Pavese (Italia, San Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950)
(Traducción: Jorge Aulicino,
-Edición no bilingüe-)
-Edición no bilingüe-)
IMAGEN: Amantes, Pintura de Egon Schiele.
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