domingo, 15 de diciembre de 2019

LOS MUNDOS UNIDOS (El Hospital Palma)

























Ah, el paisaje amable de Paraná se nos pierde.
Es posible ver con ojos limpios las islas de enfrente detrás de los sauces,
el sol deshecho en colores de la ribera,
la barranca cincelada, con caminos disparadores de autos,
la luz vaporizada en las vueltas del rio y sobre las lomas que danzan hasta
                                                                                                       [el río?

Es posible ver con ojos limpios, ésto,
alejándose hasta el cielo en un azul dormido,
luego de ver “aquello” ?
Ah, es posible pero para ésos que solamente tienen ojos.
Ojos muy finos, sí, con una fría calidad de espejos,
de espejos muy complicados, hechos casi de espíritu,
pero sin relación con el centro vivo del alma:
llama de amor tendida hacia los hombres, los animales y las cosas.
Los hombres, sin embargo, han hecho “aquello”.
Es posible que los hombres hayan hecho “aquello” ?
Hay cosas horribles, y terribles, lo sé.
El horror sangriento en casi todo el planeta,
pero atravesando el horror un alba aún pálida que avanza en las liberadoras
                                                                                 [bayonetas del Este.
Han hecho “aquello” los hombres. Y se quiere hacer lo conveniente
para guardar las formas. Nada más.
No es posible, es cierto, reintegrar a “nuestro mundo” aquellas almas idas?
Si no es posible, deberíamos cuidar su mundo, resguardarlo.
Así decía el compañero: el niño tiene su mundo,
el loco tiene su mundo, los animales tienen su mundo.
Que nuestro amor llegue hasta los límites de estos mundos para franquearlos
                                                                                  [hasta donde sea posible.
Habéis mirado alguna vez con cariño atento los ojos de un perro ?
El perro tiene su mundo, pero atravesamos sus límites hasta que la chispa
                        [de la unidad brota de nuestra mirada y de la suya, húmeda.
Los locos tienen su mundo. No tenemos sobre su mundo otro derecho que
                                                                                  [el de nuestro amor.
Si su huida es fatal, amemos ese mundo.
La vida tiene orbes distintos pero unidos secretamente.
Que la locura florezca si no tiene más que florecer.
Sus perfumes no llegarán hasta nosotros pero serán los de los sueños
                                                                                        [esenciales
do las vidas cerradas, es cierto, pero vidas.
Todas las edades tienen su mundo, además, con su encanto.
De la vejez es un florecimiento inclinado que tiene del cielo y de la tierra
                                                                                              [también.
Hemos de suprimirla como quería el “otro” ?
Hemos de suprimir “los inútiles”, los que viven vidas cerradamente propias ?
Si viérais, amigos, “aquello”. Cabezas de cenizas con ojos de espanto o de
                                                                        [asombro —ante qué sueños?—
o de una amabilidad luminosamente absurda.
Huesos sólo bajo las sábanas con moscas.
Pupilas tendidas hacia los ruidos o hacia las palabras.
Manos que prosiguen un tejido invisible.
Una boca dolorosa, oh, terriblemente dolorosa, incansablemente dolorosa,
y es una boca vieja, apenas dos líneas hundidas entre la escritura numerosa
                                                                                                 [del rostro.
Hueco de las bocas, amigos, en la queja permanente y silenciosa!
Ah, esas pupilas ciegas, fijas sobre una interrogación terrible,
mientras un breve bulto endurece sus ángulos bajo las mezquinas frazadas!
Ojos, ojos sin luz de las viejecitas y de los viejecitos.
El rostro sólo vive en otros, la cara con su mueca.
Y los hombres maduros y las mujeres maduras entre los dos límites,
con sueños que tienen todavía algo de los nuestros?
Oh, los paralíticos y los locos en el sol del patio!
La viejecita que se “ha ido” con la gentileza nativa
y con una atención antigua os despide como una niña.
El viejo con las dos manos sobre el puño del bastón,
la mirada vacía, terriblemente vacía, frente a una sombra quizás apenas
                                                                                              [iluminada;
Dedos infatigables en un desmadejamiento de pesadilla
o en una búsqueda infinita sobre cabelleras de algodón.

Y más allá otra “sala” con gestos de color clavado
o de esperanza infantil sobre el borde de la cama.
Rasgos definitivamente esculpidos por la punzada o el terror
sobre las huellas ya profundas de la vida miserable,
o con una luz empecinada de niños que no pueden creer el castigo fatal…

Y allí cerca está el río con velas en el sol blanco.
Y allí cerca el agua juega y los hombres y las mujeres juegan con el agua
Y se ha hecho “aquéllo”. Las fuerzas enemigas han hecho “aquéllo”.
Cómo “aquéllo” también grita su crimen contra las raíces de la vida!
El infierno por todas partes es su obra, lo sé.
Pero allí aparece de tal modo que las colinas y las islas nos hieren como
                                                                           [una dicha inmerecida;

Que la locura florezca si no tiene más que florecer.
Que la infancia tenga su mundo, que la enfermedad tenga su mundo,
que el animal tenga su mundo, que las cosas tengan su mundo.
No nos queda sino el amor para franquear sus límites
o envolverlos de un delicado respeto hasta que podamos penetrarlos
y juntar tantas chispas en una gran llama fraternal que abrasará hasta
                                                                                        [las estrellas.

(Tomo I, de El aura del sauce, de “El álamo y el viento”,
Ed. Biblioteca Popular C.C. Vigil, Rosario, 1971)



Juan L. Ortiz (Argentina, Entre Ríos, Gualeguay, Puerto Ruiz, 1896 -Paraná, 1978)



IMAGEN: Rojo, del pintor argentino Miguel Ocampo.



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