jueves, 11 de junio de 2020

36 MOVIMIENTOS HASTA





















(Fragmentos)

Dejá que el otoño venga despacio. Los verdes
incontables del pino y el dorado
retenido por álamos: está el rocío
curva cada pasto cada junco
inclinado en un beso
con que suelos rozan y acarician
todo claro. Que se aproxime lento
al cruzar tanta materia —su festejo—
y no percepción
presencia
podes tocar en el simple
movimiento de la mano. Gentilmente
este otoño llega, se te acerca casi
mirando de soslayo. Acumulan entonces las ardillas
hacendosas tus vecinas, guardan a la carrera guardan
para esos días replegados que vienen. Vos te asoleás tranquila
mascás los snacks de arroz y otra vez sos aquella
mujer loca que baila
la galería de una residencia prestada. Fin del verano
su retiro en el latido
con que días nuevos lleguen, traigan otras
formas de estar. Sobre las ramas
se apagan luces, irisan amarillos
ocres y rojizos: aires del fin
con su principio. Al sol en la galería
espiás dentro del corazón
caído del verano. Dejá que parta suave
cuando es la lentitud
quien aquí permite rastros. Así sopla el viento sobre las Rocosas
en aliento constante de hojas
lleva ramas y arrastra
este aire tibio a tu cara. Dejá que este otoño entonces
despacio se aproxime
para tomar el bosque y a vos
entre todo esto que le pertenece. Así se retire el amor
así lleguen
otras opciones para detenerse
por un rato en el claro. Igual que elk y osos
bajan las laderas, lo mismo que el río ahora
menos caudaloso, pases vos de esta
mujer a aquella otra
que en su masticar recibe
todo el sol del fin
luminoso del verano.



 -¿Acabaste conmigo?— O si hubiera el sistema
de banderitas que señale: ahora
estás acá, ahora
no. Digo esa impresión
que tu mano deja sobre mi omóplato o el olor
del jabón en tu remera. Ínfimas
instancias entre este
estás acá, ya no. Pasemos por eso: contalo de otra manera
algo así como qué cansancio
todavía más cuartos, más luz, más peras. Un gesto lánguido
de la dama de cangurito celeste y anillos disco, otra
fácil ecualización para no decirte: cuando cierro los ojos
te tengo. —Bien: ¿acabaste conmigo? ¿Vos
también llegaste ahí?- Entraba la luz
apenas clareaba y resultó demasiado
sencillo, casi fácil de pronto estás y luego
no. Sistema
de banderas que me diga “ahora sí
ahora estoy”. La contundencia de la noche
llegando a la mañana o el simple
estar de la luz
sobre la mesa. Me preguntaste si yo
había acabado y me reí. Luego fuiste al baño
y al volver te burlaste del cliché
mi cigarrillo encendido y yo —la chica huevo-
pasmada ahí. Solamente
se hacía otra vez la mañana -y sí: nuevos cuartos
muchas más peras— cuando acaba la noche
y me descubrí durmiendo en tus brazos, tu voz
que seguía hablando. —Claro que sí
si cierro los ojos
cruza tu mano mi espalda,
desde atrás me abraza. Cuando cierro
los ojos llevo eso
algo así como decir
“te tengo”. -Qué miedo
todavía estás sobre mi cuerpo. Sigue la luz
más mañanas, todavía más
veces en que preguntar: ¿acabaste? —Conmigo en tu abrazo
y eso ya
queda en mí. -Contalo de otra manera: qué trabajo
más encuentros, más luces, más
espera. Y una -la chica huevo tan
acostumbradita a abrazar sus piernas— y un cuarto nuevo
y otros brazos y otro
jabón en tu remera. Gesto lánguido
para no confiar ese
“¿estás ahí?”. Código
de banderitas igual al “hola”
con que tu cara emergió de la almohada
la marea. —Tanto miedo—. Clareaban los vidrios
y me dormí sobre tu voz: instancias
mínimas a ecualizar si estás y no. Más
lánguidamente allí donde la luz
roza esas peras del plato, respiración
tuya tocando mi cuello. Después
dijiste hablé dormida, en sueños
la chica huevo te contó de la cajita feliz. Habíamos cruzado esa
noche de la disco a tu casa y luego
en taxi a la mía y sí, hablé dormida y eso
me sorprendió mucho
más a mí que a vos. El trayecto largo
desde ese “¿está mal si te beso?” hasta
el recorrido por la ciudad con una
botella de whisky y otra
de agua mineral. —Está mal si pregunto:
¿“seguís ahí”? ¿“ya no”?—. Códigos
de reconocimiento: sí, llegaste. Otro cuarto
adonde descubrir cómo entra la luz y marca
nivela la distancia de vos
a mí un nuevo
sistema de señales con sus propios
banderines y retornos. Pasá por eso: contalo de nuevo
Demasiado
fácil todo, tu mano en mi omóplato
la manera
de girar al mismo tiempo o ese
emerger la marea de la almohada
hacia dormirme
en tus brazos. —Tanto trabajo—. Una impresión
complicada de ecualizar, si es que llegaste
hasta mí demasiado. Entonces:
“te llevo”. No el gesto lánguido la chica
huevo no: esa
mujer que encontraste al abrir los ojos y tu mano
apretó para alcanzarla, de nuevo,
hacia, vos. Clareaba y no sé qué
viste de mí o cómo
después despertamos bajo el mediodía
su luz plana sumergiendo la casa y las peras
en la mesa resplandecían. ¿Llegaste ahí?
Habrás podido ver ese cuarto, la clara
posibilidad de entrar o no: instancias
ínfimas que permiten decir el “quiero
seguir ahí”. Sí, también, la marea de la almohada
sus tantos
trabajos otra vez. Aunque está mal -si pregunto-
acabaste conmigo cuando en verdad
sólo debías decir -sin banderitas
y al oído— “te tengo”.

Tomado de “En la música vamos”,
Poesía reunida 1990-2019; Ed.
Bajo la luna, 2019
 Andi Nachon (Buenos Aires, Argentina, 1970) 



IMAGEN: Fotografía de Carla van de Puttelaar.






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