(Fragmentos)
Dejá que el otoño venga
despacio. Los verdes
incontables del pino y el dorado
retenido por álamos: está el
rocío
curva cada pasto cada junco
inclinado en un beso
con que suelos rozan y acarician
todo claro. Que se aproxime
lento
al cruzar tanta materia —su
festejo—
y no percepción
presencia
podes tocar en el simple
movimiento de la mano.
Gentilmente
este otoño llega, se te acerca
casi
mirando de soslayo. Acumulan
entonces las ardillas
hacendosas tus vecinas, guardan
a la carrera guardan
para esos días replegados que
vienen. Vos te asoleás tranquila
mascás los snacks de arroz y otra vez sos aquella
mujer loca que baila
la galería de una residencia
prestada. Fin del verano
su retiro en el latido
con que días nuevos lleguen,
traigan otras
formas de estar. Sobre las ramas
se apagan luces, irisan
amarillos
ocres y rojizos: aires del fin
con su principio. Al sol en la
galería
espiás dentro del corazón
caído del verano. Dejá que parta
suave
cuando es la lentitud
quien aquí permite rastros. Así
sopla el viento sobre las Rocosas
en aliento constante de hojas
lleva ramas y arrastra
este aire tibio a tu cara. Dejá
que este otoño entonces
despacio se aproxime
para tomar el bosque y a vos
entre todo esto que le
pertenece. Así se retire el amor
así lleguen
otras opciones para detenerse
por un rato en el claro. Igual
que elk y osos
bajan las laderas, lo mismo que
el río ahora
menos caudaloso, pases vos de
esta
mujer a aquella otra
que en su masticar recibe
todo el sol del fin
luminoso del verano.
-¿Acabaste conmigo?— O si
hubiera el sistema
de banderitas que señale: ahora
estás acá, ahora
no. Digo esa impresión
que tu mano deja sobre mi
omóplato o el olor
del jabón en tu remera. Ínfimas
instancias entre este
estás acá, ya no. Pasemos por
eso: contalo de otra manera
algo así como qué cansancio
todavía más cuartos, más luz,
más peras. Un gesto lánguido
de la dama de cangurito celeste
y anillos disco, otra
fácil ecualización para no
decirte: cuando cierro los ojos
te tengo. —Bien: ¿acabaste
conmigo? ¿Vos
también llegaste ahí?- Entraba
la luz
apenas clareaba y resultó
demasiado
sencillo, casi fácil de pronto estás
y luego
no. Sistema
de banderas que me diga “ahora
sí
ahora estoy”. La contundencia de
la noche
llegando a la mañana o el simple
estar de la luz
sobre la mesa. Me preguntaste si
yo
había acabado y me reí. Luego
fuiste al baño
y al volver te burlaste del
cliché
mi cigarrillo encendido y yo —la
chica huevo-
pasmada ahí. Solamente
se hacía otra vez la mañana -y
sí: nuevos cuartos
muchas más peras— cuando acaba
la noche
y me descubrí durmiendo en tus
brazos, tu voz
que seguía hablando. —Claro que
sí
si cierro los ojos
cruza tu mano mi espalda,
desde atrás me abraza. Cuando
cierro
los ojos llevo eso
algo así como decir
“te tengo”. -Qué miedo
todavía estás sobre mi cuerpo.
Sigue la luz
más mañanas, todavía más
veces en que preguntar: ¿acabaste?
—Conmigo en tu abrazo
y eso ya
queda en mí. -Contalo de otra manera: qué trabajo
más encuentros, más luces, más
espera. Y una -la chica huevo
tan
acostumbradita a abrazar
sus piernas— y un cuarto nuevo
y otros brazos y otro
jabón en tu remera. Gesto
lánguido
para no confiar ese
“¿estás ahí?”. Código
de banderitas igual al “hola”
con que tu cara emergió de la
almohada
la marea. —Tanto miedo—.
Clareaban los vidrios
y me dormí sobre tu voz:
instancias
mínimas a ecualizar si estás y
no. Más
lánguidamente allí donde la luz
roza esas peras del plato,
respiración
tuya tocando mi cuello. Después
dijiste hablé dormida, en sueños
la chica huevo te contó de la
cajita feliz. Habíamos cruzado esa
noche de la disco a tu casa y luego
en taxi a la mía y sí, hablé dormida y eso
me sorprendió mucho
más a mí que a vos. El trayecto
largo
desde ese “¿está mal si te
beso?” hasta
el recorrido por la ciudad con
una
botella de whisky y otra
de agua mineral. —Está mal si
pregunto:
¿“seguís ahí”? ¿“ya no”?—.
Códigos
de reconocimiento: sí, llegaste.
Otro cuarto
adonde descubrir cómo entra la
luz y marca
nivela la distancia de vos
a mí un nuevo
sistema de señales con sus
propios
banderines y retornos. Pasá por
eso: contalo de nuevo
Demasiado
fácil todo, tu mano en mi omóplato
la manera
de girar al mismo tiempo o ese
emerger la marea de la almohada
hacia dormirme
en tus brazos. —Tanto trabajo—.
Una impresión
complicada de ecualizar, si es
que llegaste
hasta mí demasiado. Entonces:
“te llevo”. No el gesto lánguido
la chica
huevo no: esa
mujer que encontraste al abrir
los ojos y tu mano
apretó para alcanzarla, de
nuevo,
hacia, vos. Clareaba y no sé qué
viste de mí o cómo
después despertamos bajo el
mediodía
su luz plana sumergiendo la casa
y las peras
en la mesa resplandecían.
¿Llegaste ahí?
Habrás podido ver ese cuarto, la
clara
posibilidad de entrar o no:
instancias
ínfimas que permiten decir el
“quiero
seguir ahí”. Sí, también, la marea
de la almohada
sus tantos
trabajos otra vez. Aunque está
mal -si pregunto-
acabaste conmigo cuando en
verdad
sólo debías decir -sin
banderitas
y al oído— “te tengo”.
(Del libro: 36 movimientos hasta (2005)
Tomado de “En la música vamos”,
Poesía reunida 1990-2019; Ed.
Bajo la luna, 2019
IMAGEN: Fotografía de Carla van de Puttelaar.
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