viernes, 31 de julio de 2020

EL PUENTE OCULTO -1976-1980




















ORO FURTIVO

La noche así entreabierta por esa ventana
que tú misma ahora cierras,
fugaz ropaje vivo tu desnudez
persiste
en un vuelo sostenido o el aleteo de algo
entre la noche ciega y el vidrio enceguecido.
Pero ya asciende o cae la imposible estancia
de tu gesto,
              vuelo también de manos y de tela,
ya corroe ella misma su tibieza en trizas
y de golpe
               nada sino esa forma de muro
entre mi ojo cazador furtivo y tu luz carnal.
A este lado de la verdad



CÍRCULO DE BOJ

El cuenco seco del agua refractante y en torno a ella
como alrededor de una fuerza débilmente formadora
está la piedra circular que envuelve al agua y la detiene,
inmóvil entonces como ahora
ese eje de roca para el verdor circundante:
un círculo perfecto de matas de boj
—pétalos duros y pequeños de un verde pétreo resistente al
                                                                                tacto—
resuena a mi visita en el cuenco de la memoria
con una melodía que creo inconfundible.

Ocúltate, me digo.
Cual en otro tiempo así debieron hacerlo las voces de los niños
                                                            en torno de la fuente;
porque una voz es siempre un cuerpo
                                                           más su cercanía tibia o fría,
a flor de manos,
un escondite para el cuerpo tras la piedra del estanque.
Porque de esa manera con que transcurre el desenlace
en el infantil juego de los ocultamientos,
tal vez alguien haya ahí, acechante, o algo,
y una voz que me habla a ciegas nada diga
que yo no haya pronunciado cien veces en silencio.

Pálido reflejo de una imagen magra:
memoria construida de otra memoria con escoria y desechos
como "el nido del mirlo con las plumas del alucón"
necesariamente no permites el paso, detienes,
atascas, entrabas,
enturbias el agua y desdibujas el irisado contorno del
                                                                          rostro reflejado.

Mientras que hiedra, musgo, herrumbres
anegan la brisa que se cuela por la verja
desde el muro deslumbrante del enfrente soleado a sangre
                                                                                viva.

Creo recordar la casa que abría sus mamparas
a un mundo presente conciliado consigo mismo
y a un pasado que repetía el pasado
hasta el cansancio o el futuro.

Ahora el presente debilita el pedúnculo del pétalo de rosa.
Se robustecen las ruinas
como si aspiraran a un cuerpo todavía más sólido.
Se establece el atardecer con la confianza con que se
anunciaría
el advenimiento de un gran día.
Y hay tañido de campanas contra el deterioro,
campanas contra la decrepitud, la plata bruñida y la locura
de los viejos sirvientes,
campanas contra un silencio asaeteado de vuelos de libélulas
y sólo a favor de la falsa memoria.

Creciente opacidad del suelo polvoriento,
un viento arrastra a la hojarasca a ima elocuencia sorda,
el patio ante los muros como ante una fortaleza, frío y blando,
a causa del musgo que enverdece la línea divisoria de las
                                                                                 losas,
en un mismo amarillear fundidos
el colorido de los pétalos de rosa y la maleza muerta.

Palabras que están claras pero en una jerga incierta
y que yo no diría si no fuera a propósito de las palabras.

Ocúltate. Me dicen.
En la mitad de un atardecer que ni tarda ni adelanta,
que sólo fluye justo al ritmo con que la realidad se da su
                                                                             iempo
para ponerse una vez más a prueba,
soy el fruto defectuoso o la llave equivocada,
en ese punto en que alguien llega, después de algunos años,
a la Casa,
                 remueve la herrumbre de la verja atascada
y en el gesto congelado de su cara,
                entre el chirrido y el encaminarse,
late oculta la crisálida de un grito.

(Tomado de Poesía continua
1966-2017), FCE, 2018.

Waldo Rojas (Concepción, Chile, 1944)



IMAGEN: Fotografía de David Hamilton. 





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