sábado, 8 de agosto de 2020

LA LUNA




















«Se conviene en una niñita de un dia para otro. O en una anciana. O yo en un niño o en un anciano. Así termina la historia». Eso le conté cuando me enamoré de ella a sus treinta y siete años. Porque eso soñaba yo. Le dije que yo así imaginaba que iba a ser nuestra despedida, porque todo se acaba: va a ser como un cambio brusco de edad de alguno de los dos. Lo mismo que la breve aparición de su presencia. El bello desaparecer de ese lucero. Pensé en su fotografía cuando era nena y pensé que, por una cosa fantastica, algo ocurría y ella retornaba a esa edad o se volvía una anciana, pero yo permanecía en la edad que tengo ahora, treinta y nueve años, enamorado como estoy de ella.

Supongamos que nos encontramos una vez que se termina todo. Ella tiene menos de siete años y anda con su padre. Yo tengo treinta y nueve. Me hace reír su gracia de nena, pero ella, a sus siete, está consciente de quién era hasta hace poco: una mujer de treinta y siete años, mi amante. La tristeza es voluptuosa e inmoviliza. Nos cono­cemos muy bien. Nos empezamos a gustar cuando trabajamos juntos en un proyecto interdisciplinario hace un año. El flirteo era como una cosa de niños. Ella trabaja con tenacidad y alegría, yo creía en casi nada.

Por el momento, tengo treinta y nueve y ella treinta y siete y a veces pienso que va a salir del baño del motel convertida en una niñita o una anciana, de la que sigo ena­morado, pero con la cual no voy a tener una relación carnal, ni siquiera una caricia en el pelo, porque eso sería demasiado doloroso. No, mejor abstenerse hasta de mirar. Sé que esto se va a acabar, todo se acaba. Y llega el momento en que cambia de edad brutalmente. Y justo aquí. El asunto realmente importante ahora es cómo nos la vamos a arreglar para salir de este motel que hemos visitado desde que somos amantes. ¿La reconocerán las señoras de delantales escoceses con cuellito blanco que tienen algo de monjas, algo de tías de colegio, cuando la vean con otra edad? Es posible, porque a veces, sin que les digamos absolutamente nada, automáticamente nos llevan a nuestra pieza preferida, que aunque tiene la bulla de los autos y de un molino industrial, da hacia el poniente y tiene una luz que nos gusta.
Cuando llegamos en una ocasión, una de ellas nos dijo: “Ustedes, puro amor, ¿eh?». Lo dijo con naturalidad precisa, a la vez distante y cálida. Ya habíamos iniciado nuestra colección de peinetas. Muchas peinetas. Una vez te tocaba a ti y la otra a mí. Nos pidieron las cédulas de identidad al principio, pero luego de un tiempo ni siquiera se molestaban en hacer eso. En una ocasión, no sé por qué motivo, se te vio sólo tu pelo largo ex rubio y ahora casi blanco ya a tus treinta y siete y tu figura delgadita y una de las señoras, nueva seguramente, vio tu silueta y me preguntó: ¿es mayor de edad la señorita? Estallamos en risa. Gracias, le dijiste, y luego me dijiste que quizás lo dijo por la cara de degenerado que pongo en el umbral de ese lugar y no por tu aspecto de infantil, aunque efectivamente pareces una niña cuando tomas sol panza abajo, las piernas tienen algo de nena y obvio que la silueta delgada también, si no fuera por el pelo blanco y las arruguitas que adoro. Y de anciana.

Las primeras ocasiones que entrábamos a ese motel, tú fotografiabas el cuarto, lo que se veía por la ventana, los grafitis que dejaban las parejas que habían visitado el lugar con anterioridad. Hacías eso cuando yo estaba en el baño y luego, durante la noche o al otro día, me enviabas por mail un adjunto con las fotos de ese motel, ese color rosado que tienen, el mejor filtro, las mejores fotografías. Imagínate el lío, porque sin duda las señoras van a reconocer que eres tú, pero anciana o nena, qué van a decir. Jamás pensé que iban a decir con una cara grave, honda y comprensiva: «Ah, otro caso de estos, sucede poco pero cada tanto pasa» y se quedarían hablando contigo de unos remedios naturales para el reumatismo y de la mejor pastelería del sector, de jardines y plantas que merecen sombra o media sombra, eso contigo, anciana, porque cuando salimos los dos y tú tienes forma de nena ponen una cara terrible, se apresuran en darme un calmante, una benzo muy fuerte con un vaso de agua, luego te dan un caramelo y te sonríen y entretienen, pero entonces sí que ponen una trágica cara de preocupación.

(del libro: “Mantra de remos”,
Alquimia ediciones, 2015)

Germán Carrasco (Santiago de Chile, 1971)


IMAGEN:  "La luna vieja abrazando a la nueva", así describió este fenómeno (que se observa cerca de la luna nueva),  Leonardo Da Vinci. Sin créditos, fotografía tomada de la página Mi cerebro va a explotar.



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