Mientras encuentres el sonido
que necesitas
no le des un nombre a tu técnica.
Esa lección te fue útil para
sobrevivir un tiempo
hasta que paró de llover sobre
tu calma de zinc.
Pero de qué nos sirven esas
variantes
fuera de la página y el
pentagrama,
es una buena pregunta
pero nos la hemos hecho pocas
veces,
o al menos no las suficientes.
Las lecciones aprendidas
con el cuerpo, parecen ser las
únicas
que inhiben a esta glándula
que solo secreta veneno.
Por eso desenredas estos sonidos
con un bálsamo cargado
de energías opuestas y enemigas,
lentamente, sintiendo cada
vibración.
Y aunque resulte inútil ahora
hacer un buen sumario, el
momento
permanece inexacto, única escena
que vale la pena retratar de
toda esa época
en la que el mundo se tambaleaba
cada dos o tres horas
hasta que pusiste una cuña de
papel
bajo la mesa coja de la
realidad.
Y entonces fue como si me
sacaran
unos audífonos invisibles
y en lugar del ruido del
ambiente
se escuchara puro viento
haciéndole el amor a todos.
Había poco o nada que
interpretar allí.
No son muchas las palabras
que una persona puede llevar a
cuestas,
por eso permanecimos cantando
hasta las tantas
para que los nombres silbaran en
nuestros oídos
algo ligeramente familiar
y el presente desnudo nos mirara
un ratito.
(Tomado del libro:
Panorama de
Poesía
chilena joven, Maraña, Alquimia
Ediciones,
2019)
Vicente Oyarzún
Vicente Oyarzún Cartagena (Punta Arenas, 1992)- Becario de
la Fundación Pablo Neruda (2015). Fue incluido en la antología SCL: La Nueva
Extremadura (Alquimia, 2018). Publicó la plaquette: El neón de la mañana (Hojas
Rudas, 2017) y el libro: Estación Adversa (Das Kapital, 2019).
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