miércoles, 5 de mayo de 2021

LA POESÍA MODERNA ES PROSA (1978)



                 Estoy hojeando una gran antología de poesía contemporánea, y diríase que “la voz que es grande dentro de nosotros” suena dentro de nosotros sobretodo como una voz en prosa, todavía con una mancha gráfica de poesía. Lo cual no significa que sea prosaica o no tenga profundidad; lo cual no significa que este muerta o moribunda, o que sea encantadora y bella y bien escrita y espiritual y corajuda. Es una prosa muy viva, muy bien escrita, encantadora y animadora -una prosa que se mantiene sin las muletas de la puntuación, una prosa cuya sintaxis es tan clara que se puede distribuir por toda la página, en formas abiertas, y campos abiertos, y continuar, no obstante, siendo una prosa muy clara, muy cara. Y bajo la mancha gráfica de la poesía, el intelecto poético y el prosaico se confunden, disfrazado cada uno con las ropas del otro.
 
                   Atravesando nuestras construcciones de prosa en dirección al s.XXI, podríamos mirar hacia atrás y quedar maravillados con esta extraña época que permitió a la poesía adoptar un ritmo de prosa y continuar siendo considerada poesía. La poesía moderna es prosa, pues parece tan subyugada como cualquier hombre o mujer de la ciudad cuya fuerza vital está sumergida en la vida urbana. La poesía moderna es prosa, pues no tiene mucho duende, ese espíritu sombrío de tierra y sangre, ni siquiera alma de canción sombría, ni música apasionada. A semejanza de la escultura moderna, ella gusta del cemento, del concreto. A semejanza del arte minimalista, minimiza la emoción en beneficio de una ironía sutil y de una intensidad implícita. De este modo, es la poesía perfecta para el tecnócrata. Pero ¿cuántas veces consigue esta poesía elevarse por arriba del nivel medio del mar de las llanezas centelleantes de este hombre? Ezra Pound decantó una vez su opinión de que sólo en épocas de decadencia la poesía se separa de la música. Y así el mundo acaba, no con una canción, sino con un gemido.
 
                Hace ochenta o noventa años, cuando todas las máquinas comenzaron a zumbar, casi -diríase- al unísono, el habla humana comenzó verdaderamente a ser afectada por el staccato absoluto de las máquinas. Y la poesía de las ciudades reproduce verdaderamente eso. Whitman era un resistente, cantando el canto a sí mismo. Y Sandburg otro resistente, cantando sus sagas. Y Vachel Lindsay otro resistente, integrando los tambores a sus cánticos. Y después hubo Wallace Stevens con su armoniosa “música ficticia”. Y hubo Langston Hughes. Y Allen Ginsberg, entonando sus mantras, cantando Blake. Todavía hay otros por todos lados, poetas del jazz, improvisando y oyendo por las calles del mundo, creando poesía a partir del Ágora urgente e insurgente, desde el yo del instante inmediato, el yo encarnado y carnal (como D.H. Lawrence le llamaba).-
 
                 Pero mucha poesía quedó presa en el tiro caliente de la linotipia y ahora en las fuentes tan frías de las computadoras. No hay canto entre los dactilógrafos, no hay canto en nuestra arquitectura de cemento, en nuestra música concreta. Y los ruiseñores pueden todavía cantar cerca del Convento del Sagrado Corazón, pero apenas conseguimos escuchar las urbanas tierras devastadas de T. S. Eliot, o sus Cuatro Cuartetos (que no podemos tocar en ningún instrumento, y son sin embargo la más bella prosa de nuestro tiempo). En el desierto de la prosa de los Cantos de Ezra Pound que no son canciones pues nunca podrán ser cantados. Ni en la prosa pangolim de Marianne Moore (que llamaba a su escritura poesía, a falta de mejor término para ella). Ni en la gran prosa en verso blanco de Essay on rime de Karl Shapiro, ni en el lenguaje suburbano de William Carlos Williams, en el brusco lenguaje de su Paterson. Y todo esto es aplaudido por los más prestigiosos profesores y críticos de poesía, ninguno de los cuales cometerá el pecado original de declarar que la poesía de un determinado poeta es prosa con la mancha gráfica de la poesía -así como los amigos del poeta nunca lo contarán, así como los editores del poeta nunca lo dirán- la más imbécil conspiración del silencio en la historia de las Letras.
 
             La mayor parte de la poesía moderna es prosa poética, pero dice bastante, a través de sus propios ejemplos, sobre la muerte del espíritu al que nos puede llevar nuestra civilización tecnocrática, enredada en máquinas y nacionalismos machistas, mientras algunos deseamos aún el canto del ruiseñor entre los pinares de Respighi. Y es el pájaro al cantar quien nos deja felices.
 
 
Lawrence Ferlinghetti (Yonkers, Estados Unidos, 1919-San Francisco, Estados Unidos, 2021)
 
 
                     (Traducción de Miguel Ángel Federik, de la versión inglés-portugués de “A poesía como arte insurgente” , Relogio D’agua”, Lisboa,2016, pags- 111-113)           
  
           
 Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor (Nota del administrador)
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