Alguna vez acompañaste a morir a alguien.
Estuviste a su lado cuando se iba.
Pudiste ver sus ojos entreabiertos en la mañana,
por un instante, como si quisiera llevarse
una última claridad del mundo.
Percibiste el cambio de ritmo de su respiración,
que anunciaba que faltaba poco
para que su cuerpo, esa máquina única,
finalmente parara. Cada respiro,
más lento y más marcado.
El corazón, ahí, debajo,
prolongando por unos minutos la espera,
para asegurarse de que todo estaba bien.
El timbre del teléfono de la habitación
y la voz que contaba
que el bebé estaba por nacer,
casi al mismo tiempo que en esa cama
todo se calmaba,
y la despedías.
Tal vez lo que quede simplemente sea el hueso,
el que hizo de sostén todo este tiempo,
antes y después de la caída,
de la aparición en medio de la tarde
–como una maravilla
de puro olor a jazmines–,
el hueso, en medio de un cielo
que no es cielo ni arte.
¿Porque cuántas vidas abarca una vida?
¿Cuánto amor puede guardar un cuerpo?
Pero el hueso sigue ahí,
en la espera, en la dicha,
en el borde de tanto,
como el ojo del tigre en la espesura
o un destello infinito
en el desierto.
(De: Agujeros en la superficie, Kimtsugi ed.,2021)
Valeria Cervero (Buenos Aires, 1972)
Pueden leer la biografía en entrada anterior de la autora
(Nota del administrador)
(De: Agujeros en la superficie,
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