Fuente: Radar del 3.1.21 -Página 12.com.ar
Una cuidada edición de la editorial
platense La Comuna
Se publica la "Obra
reunida" del poeta Horacio Castillo
Fue uno de los pocos traductores
de poesía griega al castellano, pero la influencia helénica fue todavía más
decisiva en la escritura del poeta platense Horacio Castillo, llegando a ser el
centro de su proyecto. Ahora, a diez años de su muerte, la editorial La Comuna
lanza su Obra reunida: poesía, semblanzas y textos críticos desde 1974 a 2010.
Por Lautaro Ortiz
“Para mí Ensenada no está sobre
el Río de la Plata sino a orillas del Egeo. Y si cruzo el puente levadizo –que
ya no está– desemboco en las callejuelas del barrio Plaka, en Atenas, y me
siento a tomar una portokalada (naranjada) en una taberna de la calle Pandrosu
donde venden las pesadas cuentas azules de las que habla un poema de Elytis”.
Esa mirada en fuga, sobrevolando
la costa barrosa del río natal, y que el poeta explicó en el largo reportaje
que le hiciera Augusto Munaro (incluido en esta edición), fue el resultado de
un plan de escritura previamente trazado. En primer lugar hay que decir que
Castillo fue uno de los pocos y buenos traductores de griego moderno que se
dedicó casi en exclusividad a versionar al español la poesía de Constantino
Kavafis, Odysséas Elýtis, Yorgos Seferis, Yannis Ritsos, Takis Varvitsiotis,
Nikiforos Vrettakos, y algunos otros.
Su plan de evasión se inició a
los 26 años cuando se aventuró en el aprendizaje de ese idioma no como lengua
muerta sino como lenguaje vital, ondulante, al igual que las banderas de los
barcos que atracaban en el puerto de Ensenada y Berisso. Porque Castillo
aprendió a traducir a través de inmigrantes y marinos ocasionales con quienes mantuvo
largas conversaciones y de quienes asimiló los matices y los relieves de la
variante demótica.
Mucho después, aquella idea de
unión entre la vieja Ensenada y la mítica Grecia, se completó con dos viajes en
barco a la tierra homérica y un intenso intercambio epistolar con sus poetas
más importantes: “Me consideré un inmigrante, y todo lo que se relacionaba con
la vida diaria lo iba refiriendo al griego. Si tomaba agua, me decía a mí mismo
neró; si compraba azúcar pensaba zájari; si llovía murmuraba breji”, dijo de
aquellos primeros años de estudio.
Pero su plan no incluía sólo la
traducción y la lectura de los poetas modernos y clásicos, también buscaba
ahondar en su propia escritura, hacer un hueco que le permitiera llegar desde
Ensenada a Grecia, concepto (el pozo) que está presente en sus mejores poemas:
“Hice el hoyo”; “El foso”, “Excavaciones” o “Mono llorando sobre una tumba”.
Al recorrer su obra poética
–excelentemente editada y cuidada por Juan Gianella- es notoria la presencia de
un orden que rige a sus siete libros: Materia Acre (1971), Tuerto Rey (1982),
Alaska (1993), Los gatos de la Acrópolis (1998), Cendra (2000), Música de la
víctima y Mandala, ambos de 2003. Ese orden podría asimilarse a aquellos tres
momentos claves de la arquitectura griega donde lo que importa es el trabajo
sobre “la piedra pesada”: la austeridad del dórico, la fragilidad del jónico y
la preocupación por lo formal del corintio. Tan estudiado fue su proyecto que
para respetarlo Castillo eliminó su primer libro Descripción (1971), y que esta
edición incorpora como Anexo: “Yo por entonces estaba bajo la influencia de
Ricardo Molinari, me sentí identificado con esa levedad, con esa exquisita
musicalidad, a la que se sumaron luego Saint-John Perse, Pierre Jean Jouve y
otros poetas franceses. Después entró en escena Hölderlin, que me llevó a
Heidegger y de toda esa mezcla surgió Descripción, libro que, cuando adivino mi
propia voz, consideré demasiado literario, sujeto a influencia evidentes,
poéticamente pretencioso. De allí que al reunir mi obra resolví excluirlo para
darle unidad”.
Desde la devoción inicial por el
primer Molinari pasando por la precisión del libanés Georges Schehadé (que
tradujo Madame Maffei, responsable del sello Cármina donde Castillo publicó sus
dos primeros libros), y por los fervorosos del mundo helénico como Hölderlin y
Keats hasta la seducción de la sombra grande de Altazor de Hiudobro, la poesía
de Castillo siempre pareció construirse en solitario.
Rafael Felipe Oteriño en “Retrato
íntimo”, texto final de este tomo que ilumina maravillosamente el nudo central
de la escritura su amigo, puntualizó: “El título de sus libros habla de un proyecto
en el que está latente la contienda entre la ininteligibilidad de la materia y
el ansia de absoluto”.
Obra reunida (que no es completa
porque no incluye sus libros sobre Sarmiento, Rubén Darío, y ni sus ensayos
sobre poetas griegos) reproduce también “Colectánea”, editado en 2010 por
Ediciones Al Margen de Mario Goloboff, conjunto de semblanzas y textos críticos
en donde el poeta narra su amistad con Ricardo Rojas (fue su secretario); sus
encuentros con Borges, Neruda, Elytis y Aleixandre, y donde ensaya admirables
visiones sobre “Alberto Girri: Poesía y Abstracción” y sobre “Vicente Huidobro
y la paradoja Vanguardista”. Además, hay allí textos de reflexión creativa como
“Apuntes para una gneosología poética” donde Castillo revela, refiriéndose a Mallarmé,
parte de su meditado y elaborado plan al sostener que el poema es “el instante
en que lo absoluto, mediante su inserción en el seno de la palabra poétrica,
realiza su propia esencia y prolonga sin fin el acto de su nacimiento”.
Castillo hizo de su poesía
aquello que buscaron los arquitectos griegos: levantar templos para que anide
el misterio. Entre las muchas diagonales que ofrece la poesía platense, su obra
es la celebración de una escritura solitaria con un propósito irrenunciable:
ser un poeta de espíritu helenista.
http://ruadaspretas.blogspot.com/search/label/Horacio%20Castillo
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