sábado, 9 de marzo de 2024

CONOCIMIENTO DE LA NOCHE (1937)


 










La rosa infinita

Había una niñez, unos jinetes y árboles 
-también sus cariñosos-, 
un portal conocido por sus flores, 
algún brazo aquietado entre perfumes 
y la sombra central de la madre.
Las miradas seguían 
el tránsito dichoso de la aurora 
y el decaimiento de las azucenas.
Quien entraba buscando los cariños de adentro 
debía pasar
bajo aquella herradura de la suerte 
que a través de los años sostenía 
los bienes de la casa.
Recuerdo la escondida frescura del aljibe: 
en su hondura temblaban nuestras risas 
y un eco mas profundo tenían las tormentas.
El zorzal prisionero, en el tiempo agradable, 
ensalzaba los montes natales.

Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo. 
Había claras mañanas, sucesos de esplendor, 
atravesadas siempre de carros y silbidos, 
y en el umbral alguno se tardaba, 
callado frente al pueblo
y admirando a esos hombres que entraban con un canto 
en que había una morocha prendada de un paisano.

Esto era en la provincia, 
en la infinita rosa donde se holgó la infancia.
El campo se daba a la brisa 
y el alba era cantora 
en los árboles del fondo de la casa.
Las crecientes, los soles, las incansables aguas 
conmovían al viejo vecindario, 
y el hombre trabajaba con dulzuras 
en aquella quietud de esplendores durables.
(En todo lo que diga estará el cielo, 
pues era en la provincia, 
las bandadas cruzaban una luz melodiosa 
y eran los años vueltos hacia el campo).

En los desnudos brazos que el verano vencía 
jugaban los reflejos 
y vi pasar la imagen de la siesta.
Las calles empezaban con sol y jovencitas.
Una clara sonrisa
a veces detenía tormentas de jinetes.
Entre buenos recuerdos viene un hombre del monte. 
Y no quiero olvidar esos rosales 
en cuya hondura generosa 
nosotros y los pájaros andábamos.

Había una niñez, una fronda y sus amigos, 
luces a las personas semejantes, 
una boca pesando virtudes y pecados, 
y en el invierno, el reino 
de los cantos distraídos.

Aquí rememoro un galope 
cortando la sensible medianoche 
y el viento enloquecido en los parrales.
En el verano, la unidad de la alegría. 
También las sucesiones afectuosas 
de los brazos ligados, 
y las glicinas, en el segundo patio, 
junto a la cadena del pozo, 
en sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras 
para ayudarlo a Dios.

Por las tardes, el habla lenta del padre, 
que andaba por el campo 
y que volvía convocando la cena.
Después, con la luna sobre el pueblo, 
descansando en los crespos corredores, 
nos explicaba el cielo.

Perdurando en los patios, las conocidas voces. 
Bajo el aire sereno, 
una mano sosteniendo la dicha;
cada uno combatiendo por sus angeles, 
y flores por fragancias agrupadas 
prolongaban las imaginaciones 
y la vaga riqueza de los sueños.
Cerca, el dormido río, 
y la verde cintura que aromaba 
la población, perdida en esa gracia.
El cielo, vecindad; el campo, al lado.
La calandria y la flor del espinillo 
fueron el horizonte de aquellos suaves años. 
Y campanadas lentas, 
en la suspensa tarde del domingo, 
confirmaban la paz de nuestras almas.

Había una niñez, un silencioso y pájaros. 
Lejos, la queja errante del ganado, 
que llegaba en la brisa pordiosera, 
y la noche de trébol asomando 
por la adversa maraña que tupía 
las afueras con muerte y con guitarras.
(Y nada más había: yo y esto que nombro). 
El amparo de todos era un árbol sombrío; 
la campaña, el regalo de los hijos varones. 
La calle polvorienta nos dio gozado riesgo. 
Y en el dormido pueblo 
un silencio más grande recibía 
las risas y los juegos.
Yo no era el más alegre de los cinco.

Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo, 
y recuerdo un anónimo galope 
retumbando en el largo anochecer.
Entonces, yo decía: 
es alegre vivir en una estancia 
y pasar temporadas en el monte.

Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando 
el claro movimiento de los días.

(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)

Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976

Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.

IMAGEN: Pintura de Cesario Bernaldo de Quirós. 





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