martes, 26 de marzo de 2024

EL LIBRO DE LOS LUGARES SAGRADOS

3


Ahora estás 
en la Península, no hay nada atrás
porque la Península es desierto que se adentra en el mar.
Un coito sosegado de agua azul y de tierra amarilla
en cuyos bordes no hay árboles, no hay altura,
no hay perfil, sino el color de lava o de azufre, que pone 
     ese signo despojado 
     como un instrumento quirúrgico primitivo o 
     un arpón o un glande
     en el mar.
No dejás nada atrás.
Mirás una foca cuyos ojos no miran, ven solo
     el mar.
Las focas de lejos son como alga en la orilla.
La piedra se anima.
Las rocas agujereadas se mueven.
Un canino liquen muerde el mar con dientes desvencijados.
Disolución en la espuma, y luego gotas que parecen congelarse en el aire.
Nada queda atrás porque nada se repite. El signo es puro 
y único, el aire es completamente transparente, como si 
     no estuviera,
excepto en las narinas
que se mueven con movimiento de algas
o de focas,
semasiográficas.


Auberbachs Keller
Leipzig, Alemania

2
Entre la lápida de Bach en la iglesia de Santo Tomás
y el Auberbachs Keller, la distancia es corta, y en la taberna
cualquier tarde Mefisto vuelve a montar un barril
mientras afuera llueve o truena o cae una nevada 
en silencio, como cae la nieve.
Mefisto: un espíritu alegre; 
el mal olvidado tal vez en su mente gracias al don del barril, 
en una ciudad que buscaba a Dios en una música que se busca
    a sí misma: un
órgano cuyo sonido hueco emana dones oscuros y claros,
a los que el don mayor hace temblar y volver sobre ellos mismos, 
buscándose otra vez, como cuerpos repetidos y distintos
a los que el atardecer envuelve y borra;
cuerpos en la tormenta, cuerpos embozados en calles estrelladas,
cuerpos yéndose una vez y otra 
y otra. Cuerpos en el ocaso y el alba repetidos y diversos, 
    a impulsos
de una pedalera, unos tubos, una partitura de otro mundo, 
escrita por el hombre pródigo,
de gabán astroso y muchos hijos.


Exaltación de la Cruz
Argentina

3
Los dioses viven de los vivos, pero Cristo vive de su muerte.
Fue la de Dios. Y su resurrección un regreso
que restauró la sacralidad (incluso del pájaro 
que voló unos metros sobre la línea de asfalto
para girar a la izquierda y hundirse en el vapor que sube 
    del pasto).
No hay túmulos por aquí ni cementerios de campo. La
raya blanca del horizonte promete una fría mañana.
Las ruedas sobre el pavimento llevan una marcha algodonosa.
El tablero de mando es como una noche de luces encendidas.


De:El libro de los 
lugares sagrados (Barnacle, 2022)
-Envío de Alberto Cisnero-.
Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949)


Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.







 

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