jueves, 13 de noviembre de 2025

MARIANNE MOORE: Una introducción

MATRIMONIO

Esta institución,
acaso habría que llamarla empresa
por respeto a la cual
una niega la necesidad de un cambio
de idea sobre nada en lo que haya creído,
que exige promesas públicas
de las intenciones que una tiene
de satisfacer una obligación privada:
me pregunto qué pensarán Adán y Eva
a esta altura sobre esto,
sobre este metal enchapado
y encendido en oro;
cuán brillante luce
“de tradiciones e imposturas circulares, 
que cometen un sinfín de canalladas”,
¡y que exigen de todo el ingenio criminal que una posea 
para lograr evitarlas!
La psicología que todo lo explica 
no explica nada en absoluto 
y nosotros mantenemos la duda todavía.
Eva: hermosa mujer;
yo la conocí
cuando era tan bella
que me dio un sobresalto,
capaz de escribir al mismo tiempo
en tres idiomas: 
inglés, alemán y francés 
y charlar mientras tanto; 
tan dada a forzar un alboroto 
como a estipular el silencio:
“Me gustaría estar sola”; 
a lo que el visitante replica,
“Me gustaría estar solo;
¿por qué no estar solos a la par?”
Bajo las estrellas incandescentes 
bajo la fruta incandescente, 
la experiencia singular de la belleza: 
su existencia que resulta demasiado; 
la desgarra a una en pedazos 
y cada nueva oleada de conciencia 
es veneno.
“Mírenla, mírenla en este mundo ordinario”, 
la falla central
de aquel primer experimento de cristal, 
esta amalgama que no puede ser otra cosa 
más que una imposibilidad interesante, 
que se describe 
como “ese extraño paraíso
a diferencia de la carne, el oro, o los edificios majestuosos,
la parte más preciada de mi vida:
el corazón que se eleva
en su estado de paz
como se eleva un bote
cuando se eleva la marea”;
constreñida a hablar de la serpiente
(que dejó la piel en la historia de la cortesía
para no regresar nunca a ella); 
ese invaluable accidente 
que exonera a Adán.
Y también él posee belleza; 
resulta inquietante (el Oh tú 
para quien, a partir de quien, 
sin quien no hay nada) Adán;
“algo felino,
algo colúbrido” (¡cuán cierto!);
un monstruo mitológico reptante
en esa miniatura persa de las minas de esmeralda,
seda cruda (en blanco marfil, blanco nieve,
blanco perla y otros seis tipos),
ese prado repleto de leopardos y jirafas
(cuerpos alargados en amarillo limón
salpicados de trapezoides azules).
Animado por las palabras, 
vibrante como un platillo 
estremecido antes del golpe, 
profetizó de forma correcta: 
la cascada laboriosa,
“la veloz corriente
que violentamente arrasa todo a su paso,
a veces silenciosa como el aire
y ahora tan poderosa como el viento”.
“Pisoteando abismos
sobre el apoyo incierto de una lanza”,
en olvido de que hay en la mujer
una cualidad de la mente
que como manifestación instintiva
es poco segura,
él sigue hablando
en un tono clásico y corriente
sobre “estados anteriores, el estado actual,
sellos, promesas,
el mal que uno sufre,
el bien con que uno se deleita,
el infierno, el cielo,
todo lo conveniente
para dar impulso a la propia dicha”.
Hay en él un estado de la mente 
en virtud del cual, 
al percibir lo que no 
se suponía que debiera,
“experimenta una alegría solemne 
al verse convertido en un ídolo”.
Asolado por el ruiseñor 
en las hojas nuevas, 
con su silencio
(no su silencio sino sus silencios), 
dice de éste:
“me viste con una camisa de fuego”.
“No se anima a batir las palmas 
para animarlo a seguir 
por temor a que alce vuelo; 
si no hace nada, aquel se dormirá; 
si grita, no entenderá nada”.
Enervado por el ruiseñor 
y deslumbrado por la manzana, 
impulsado por “la ilusión de un fuego 
eficaz para extinguir el fuego”, 
en comparación con el cual
el resplandor de la tierra 
es una mera aberración (un fuego 
“tan alto tan hondo tan áureo tan amplio 
tan largo como la vida misma”), 
tropieza con el matrimonio,
“en efecto, un objeto muy trivial”
como para haber destruido la actitud
que sostenía:
la calma del filósofo
sin el patrocinio de una dama.
¡Himen inútil!
“una suerte de cupido crecidito”
reducido a la insignificancia
por la propaganda mecánica
que pasa por comentario irreflexivo,
por aquel experimento de Adán
con vías para salir pero ninguna para entrar:
el ritual del matrimonio,
aumentando toda su opulencia;
las puntas de violín de sus helechos,
sus flores de loto, nopales, dromedarios blancos,
su hipopótamo:
nariz y boca combinadas
en un magnífico embudo,
“el chajá:
ese ave enorme, casi un lagarto”, 
su serpiente y la manzana vigorosa.
Nos cuenta 
que “para el amor, 
que cegaría al águila, 
que es como un Hércules
trepando a los árboles 
en el jardín de las Hespérides, 
la mejor edad va de los cuarenta 
y cinco a los setenta años”, 
mientras lo elogia
como un bello arte, como un experimento, 
un deber o una mera recreación.
No hay que llamarlo rufián 
ni calamidad a un roce 
(la lucha por ser afectuoso):
“no hay verdad que se entienda por completo 
hasta haber sido probada 
por el diente de la disputa”.
La pantera azul de ojos negros,
La pantera basalto de ojos azules, 
gráciles por completo 
(es deber indicarles el camino); 
la Diana en obsidiana negra 
que “ensombreció su rostro 
como hace el oso,
y le provocó un suspiro a su marido”, 
la mano con púas 
que siente por una cariño 
y lo prueba hasta el tuétano, 
impaciente por asegurar
que la impaciencia es un signo de independencia 
y no de esclavitud.
“La gente casada a menudo se ve así”:
“rara y fría, arriba y abajo, 
confusa y enfermiza 
con días buenos y malos”.
“¿Cuándo comemos?”
Los occidentales somos tan impasibles,
que discutimos al comer;
una misma bastante perdida,
la ironía a resguardo
en “el banquete tête à tête de Asuero”
con su “buen monstruo, lidera el camino”,
con un poco de risa
y prodigalidad de humor
en ese quijotesco ambiente de franqueza
donde “Las cuatro en punto no existen
pero a las cinco
las damas con su imperiosa humildad
están listas para recibirte”;
donde la experiencia atestigua
que los hombres detentan el poder
y hay veces en que se lo hacen sentir a una.
El dice: “¿Qué monarca no se sonrojaría
por tener una esposa
con el pelo como brocha de afeitar?”
La realidad de la mujer 
no es “el sonido de la flauta 
sino el veneno mismo”.
Ella dice:‘“Los hombres son monopolistas 
de estrellas, jarreteras, insignias 
y otras chucherías rutilantes’; 
incapaces de ser los guardias 
de la felicidad de otra persona”.
El dice: “Estas momias 
deben manipularse con cuidado:
‘las migajas de la comida de un león,
un par de tibias y la punta de una oreja’; 
pasa a la letra M 
y hallarás
que ‘una esposa es un féretro,’
ese objeto severo
con la geometría agradable
que estipula espacios y no gente,
se niega a su entierro
y decepciona de un modo singular,
forjado vengativamente en la actitud
de un niño adorable
hacia su progenitor distinguido”.
Ella dice: “Esta mariposa,
este zángano, este nómade
que se ha ‘propuesto
posarse de por vida en mi mano.’

¿Qué puede hacer una con él?
Seguro había más tiempo 
en los días de Shakespeare 
para sentarse a ver una obra.
Vos conocés muchos artistas que son zonzos” 
El dice: “Vos conocés muchos zonzos 
que no son artistas”.
Olvidado el hecho
de que “algunos tienen puros derechos 
mientras otras, obligaciones”, 
él se ama tanto a sí mismo 
que no puede permitirse 
un rival en ese amor.
Ella se ama tanto a sí misma
que no puede mirarse lo suficiente:
una estatuilla de marfil sobre marfil,
el último toque lógico
a un esplendor extenso
merecido como paga por el trabajo hecho:
una no es rica sino pobre
cuando parece siempre tan adecuada.
¿Qué se puede hacer por ellos 
(estos salvajes 
condenados a alejar 
a todos los que no sean visionarios 
prestos a emprender la tonta tarea 
de volver noble a la gente)?
Este modelo de fidelidad petrina 
que “abandona a su sereno marido 
solo porque ya ha visto lo suficiente de él”; 
aquella oradora te recuerda,
“soy tuya para lo que ordenes”.
“Todo lo que refiere al amor es un misterio; 
el trabajo de un solo día no alcanza 
para investigar esta ciencia”.
Una ve que es especial:
esa sorprendente comprensión entre opuestos
opuestos uno al otro, no contra la unidad,
que con una integración cicloide
deja pequeña la demostración
de Colón y el huevo
(un triunfo de lo simple);
ese Euroaquilón caritativo
de espantosa indiferencia
que el mundo odia,
mientras admite:


         “Soy una arpía,
         si me asalta una pena,
         debo apreciarla un largo tiempo;
         Yo no soy como esos
         que experimentan una gran pena
         por la mañana
         y un gran gozo al mediodía”;

y que afirma: “Me lo he topado
entre esos humildes
protegidos de la sabiduría,
donde con la apariencia
del polemista y el romano,
la habilidad política
de un arcaico Daniel Webster
persiste para sus temperamentos simples
como la esencia del asunto:
             ‘Libertad y unión 
               ahora y siempre’;
sobre el escritorio, el libro,
en el bolsillo del pecho, la mano”.

(Del libro homónimo,
Fadel & Fadel, 2025)

Marianne Moore (EEUU -Saint Louis- Missouri, 1887 - Nueva York,1972)


(Traducción de Guadalupe Alfaro y Oscar Fariña)

Pueden LEER la biografía y más poemas en entradas anteriores.
 

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